Nueva tertulia sobre el Quijote. Lo digo sin demora, las razones por las que los hijos actuales de don Quijote deberíamos estar decididos a creer a Quijote y a Panza, no tienen nada que ver con las posibilidades documentales o la apabullante cantidad de estudios eruditos que ha propiciado. Ni tampoco porque sea más fácil creer que no creer, como les ha ocurrido durante tantos siglos a los lectores de la Biblia. Sino que debería tener que ver, más bien, con la perspectiva que ofrezca al lector su manera de interrogar al relato. Dicho de otra manera, desde donde decida escuchar el lector la gran conversación a cuatro bandas (Narrador, Quijote, Panza y el Lector mismo) en que consiste hoy, a mi entender, la Lectura de este enorme relato. Libro constitucional del género Novela, del que muchos de los relatos que posteriormente ha inspirado son, por decirlo así, brillantes enmiendas.
¿Es cháchara o diálogo lo que mantienen a mandíbula batiente Quijote y Panza? ¿Es un despreocupado el narrador, o un inconsciente el autor que lo ha creado, al dejar conversar y conversar a dos tipos tan antitéticos, en lugar de ser el que cuente y lleve el mando del relato? ¿En qué medida su conversación, que ocupa la mayor cantidad de páginas de los capítulos hasta ahora leídos, los aguantan y elevan por un lado, y, por otro, a ellos los hacen fiables en lo que dicen y en lo que se dicen? La formulación de estas y otras preguntas, y de sus imposibles o provisionales respuestas, si las hubiere, requiere el acompañamiento necesario e inaplazable de un trabajo por parte del lector que siempre tiene como resultado un mayor grado de autoconocimiento y de conocimiento del mundo, una mayor capacidad crítica ante la obra de Cervantes y, sobre todo, la formación de una mirada distinta sobre las cosas y las personas que por ella pululan, que es la mirada de quien necesita desvelar y desvelarse las zonas aún difusas de la realidad desde la que lee, dándoles forma a través de la palabra y la estructura literaria de lo que está leyendo. Es un trabajo que implica, en definitiva, crear. Pues no otra cosa es lo que subyace en la expresión que tantas veces he repetido, y que es el santo y seña de todo lector activo o creativo : "lo importante no es lo leo sino que hago con lo que leo, y que hace lo que leo conmigo". Es en ese "que hago con lo que leo y que hace lo que leo conmigo" donde se encuentra toda la potencia creativa de este tipo de lector, que lo diferencia - también lo he repetido muchas veces - del lector pasivo o argumental (lo importante es sólo lo que leo) y del lector de la autoayuda (que sólo busca soluciones o respuestas inmediatas y exactas en lo que lee).
Repasando mis apuntes, tengo subrayado con diferentes colores que el Diálogo es un Estilo Dramático de Primer Orden, en el que:
El Narrador (en su zona de exposición) se detiene, porque no puede saber y quiere saber, en un silencio atento. Dando la palabra para ello a los personajes.
Los Personajes hablan para saber de sí mismos o que alguien sepa de ellos mismos lo que quizá ni ellos mismos conozcan. De la misma manera que el Narrador les escucha se escuchan.
El Lector escucha el silencio del Narrador que no sabe y quiere saber, y la voz de los personajes que tampoco saben. Y todo ese silencio del No Saber (que es lo que realmente se escucha con voz o sin ella) hace que la narración se mueva y que se ordene alrededor de todo lo que falta. No otra cosa es la vida. Y en justa correspondencia e importancia, la lectura y la escritura.
Quiere ello decir que Eso que escucha, o ese escuchar del Lector, es lo que a Él le hace su Lectura, que es de lo que debe compartir con los otros lectores de la tertulia, que es, una vez que lo haya pensado (escrito), el resultado de *lo que Él hace con lo que Aquella le hace.
Volviendo sobre el relato, y al hilo de esas anotaciones, el lector debería preguntase desde donde se haya colocado, ¿por qué el narrador decide dar la voz a los protagonistas, Quijote y Panza, cuando lo hace? ¿Para qué lo hace? ¿Es para que mantengan una conversación convencional, intrascendente, de acuerdo con los usos sociales de la época? ¿Puede ser el resultado equiparable a las conversaciones que mantenemos en la nuestra? ¿O es un intercambio verbal significativo en el que Quijote y Panza ponen en juego y arriesgan lo que son, haciendo sus discursos dependientes y necesarios? ¿Es decir, se escuchan y comparten el espacio del habla, y salen reforzados en su inteligencia y sensibilidad? ¿O lo que el lector escucha es que Quijote y Panza se dejan sitio para su intervención, diciéndose de esta manera, que están ahí en la narración para dejarse un sitio a sus respectivos monólogos? ¿O, todavía peor, intentan pisarse el turno de palabra tratando de anularse mutuamente? Vamos, como seguimos haciendo hoy con eso que llamamos campanudamente diálogo
viernes, 31 de marzo de 2017
jueves, 30 de marzo de 2017
DAN PENA
Te decía ayer que los hijos dan pena. No es algo personal, es algo constitutivo de ese empeño que tiene la especie humana en seguir aquí. Mis padres nunca me lo dijeron, pero ahora que lo recuerdo ya se lo que significaban la mayoría de sus silencios ante las fanfarronadas que le espetaba en la cara. Pena. No se arregla con el paso del tiempo. Fíjate en la perplejidad que los hijos manifiestan ante las cosas, se creen a pies juntillas que el mundo empezó el día que ellos nacieron, y eso te da pena. Fíjate en la buena voluntad que ponen cuando tienen ganas de ayudar o echar una mano en los asuntos domésticos, o de los otros, y dejan ver su falta de competencia, y eso te da pena. Si se ponen serios fíjate en la falta de consistencia que tiene su seriedad, y si les da por hacer bromas fíjate en la falta de ironía de que adolecen, fíjate, en fin, en la total transparencia de sus mentiras, son inasequibles al desaliento. Lo que te da mucha pena es comprobar que no se cansan de ser de vidrio. Al igual que cuando se ilusionan por nada y se desilusionan por menos que nada, te da pena la ingenuidad con que lo hacen, como si nada fuera en realidad todo. Te da pena las altas expectativas que le ponen a sus preguntas y la crueldad con que formulan sus respuestas. Te da pena su incompetencia para comprender lo que les pasa, y su incompetencia para hacer algo con lo que les pasa. Cuando cambian la frase milenaria, "solo sé que no sé nada" por su frase adánica, "solo sé que lo sé todo", te da pena no poder ayudarles en el largo recorrido de su ignorancia. Te da pena que se crean que su ignorancia tiene remedio con el paso de los años, y te produce dolor preguntarte la falta de sentido que tiene el que vuelvan a sufrir los mismos disgustos y sinsabores, los mismos desplantes y las mismas traiciones que tu ya sufriste. ¿Qué queda de la alegría fundacional, la alegría de los primeros años? La pena de haberla perdido para siempre. ¿Es qué nadie puede hacer nada por ellos? No me digas que te consuelas sabiendo que llevamos siglos, milinenios, que llevamos haciéndolo siempre, que todo el que nace debe empezar otra vez desde el principio. ¿No te parece más bien una fatal superstición, impropia de una especie que ha visitado el lado oculto de la luna? ¿No te estremece ser incapaz de llegar al lado oculto de ti mismo? ¿No es esa herencia, rebozada con el entumecimiento de la alegría original, la forma más acabada del abandono de tus hijos a su infausta suerte? ¿No es tu pena hija natural de esa colosal despreocupación?
miércoles, 29 de marzo de 2017
EN EL LADO OSCURO DE LOS SELFIES
Dices que los hijos dan muchas alegrías, no lo dudo, aunque convengamos, se dice menos, que también dan lástima. Hay mucho entumecimiento y filibusterismo en ese postureo familiar. Hay mucho arrobamiento en la aceptación de que la cara de los hijos es como se disfrazan bajo sus selfies. Quieres para ellos la gloria pero, ¿te preocupas de sus penas? No de que no las tengan, sino de que no puedes ocultarles que las tienen porque se las has dado cuando le diste la vida, pues también le diste el carnet de mortalidad. ¿No saben todavía lo que es ese documento? La gloria es aprender a enfrentarse a tan colosal ignorancia.
Fíjate en sus caras y en la arquitectura de sus cuerpos. En el diferente trato que han tenido con el tiempo. O que el tiempo ha tenido con ellos. Pon toda tu atención en los cuadros de esta exposición, que te adjunto. La autora acaba de salir de la adolescencia, y sabe lo que pinta y de lo que pinta. Aunque en la entrevista, duda sobre lo que dice. Por eso me parece honesta, y lúcida. No se ve al primer golpe de vista, pero los protagonistas de sus cuadros registran en sus rostros lo que hacen con lo que les hacen los que no están. Esa ausencia es, y los determina. Aunque mires el lado oscuro de sus selfies, no están solos. Estáis junto a la dolorosa incertidumbre y angustia que esos os ocultan.
LA ANGUSTIA MILLENNIAL
Fíjate en sus caras y en la arquitectura de sus cuerpos. En el diferente trato que han tenido con el tiempo. O que el tiempo ha tenido con ellos. Pon toda tu atención en los cuadros de esta exposición, que te adjunto. La autora acaba de salir de la adolescencia, y sabe lo que pinta y de lo que pinta. Aunque en la entrevista, duda sobre lo que dice. Por eso me parece honesta, y lúcida. No se ve al primer golpe de vista, pero los protagonistas de sus cuadros registran en sus rostros lo que hacen con lo que les hacen los que no están. Esa ausencia es, y los determina. Aunque mires el lado oscuro de sus selfies, no están solos. Estáis junto a la dolorosa incertidumbre y angustia que esos os ocultan.
LA ANGUSTIA MILLENNIAL
martes, 28 de marzo de 2017
FUERA DE LA LEY, PERO DENTRO DE LA JUSTICIA
"Y si no me cogen, el fulano al que le daré este relato no me venderá jamás, ha vivido en nuestra calle desde que yo recuerdo, y es mi amigo. Lo sé seguro". Final de la novela "La soledad del corredor de fondo", de Alan Sillitoe.
La justicia es aquello que la ley supone. Lo cual no quiere decir que esa suposición sea igual a equivalencia, o que justicia y ley sean lo mismo. Esa suposición, muy al contrario, está adherida a una distancia, o falta de coincidencia o sincronicidad, que existe entre justicia y ley. La ley se da en el tiempo histórico político y existe para ser puesta en práctica. La justicia solo existe en el ámbito de la poética y solo puede ser leída. Antigona, la Constitución Norteamericana, la Oración Fúnebre de Pericles, el Alcalde de Zalamea son textos solo para ser leídos y oídos. La ley del aborto o de los presupuestos del estado son textos para ser cumplidos al pie de su letra, incluida la letra de sus enmiendas. Dicho con otras palabras, no es lo mismo entender lo que nos rodea como un sistema de fuerzas que actúan entre sí (eso es hacer justicia), que entenderlo en términos de primacía de unas sobre otras (eso es cumplir la ley). La comprensión no termina nunca (eso es la sustancia de la justicia), pero los victoriosos creen que en la victoria hay una última palabra (eso es el imperio de la ley).
Entonces, ¿es contra esa incompletud que el cumplimiento la ley tiene siempre respecto al ideal que previamente te has hecho de la justicia, contra lo que se rebela el Fuera de La Ley Colín Smith? ¿Es eso lo que le hace tan difícil formar una comunidad de individuos verdaderamente dialogantes al salir del reformatorio? ¿Es eso lo que a ti te incapacita para lo mismo? Una vez cumplidos los 18 años, ¿le dirías a Smith, como rito de paso a la edad adulta, que se leyera la breve parábola de Franz Kafka, "Ante la ley". Comienza así:
"Ante la ley hay apostado un guardia. Se presenta a él un campesino que le pide que le deje entrar en la Ley. Pero el centinela le dice que en ese momento no le está permitido entrar. El hombre medita y luego pregunta si más tarde le será lícito entrar. Es posible, dice el guardia, pero no ahora."
Pasan los años y el campesino continúa en la puerta esperando a que el centinela lo deje entrar en el ámbito de la ley. Poco antes de morir el centinela le pregunta:
"¿Qué es lo que todavía quieres saber? Eres insaciable. Dime, dice el, campesino, si todos aspiran a entrar en la Ley, ¿cómo se explica que en tantos años nadie, fuera de mi, haya pretendido hacerlo? El centinela se da cuenta de que el hombre está ya al borde de la muerte, de manera que para alcanzar a su oído moribundo ruge sobre él: "Nadie sino tú podía entrar aquí, pues está entrada estaba destinada sólo para ti. Ahora me marcho y la cierro." Final de la parábola.
En tiempos en los que la confusión arrecia - la epidemia de los selfies ocultan hoy de forma más ostensible la dolorosa incertidumbre que acompaña a uno de los momentos más significativos de la existencia humana, el paso de la adolescencia a la edad adulta - te resulte muy tentador hacer coincidir la ley con la justicia. Eso es indignación. Y las palabras finales de Smith no podían ser una excepción, pues reflejan con acierto esa confusión a la que te someten. Te dice que no le importa ser un fuera de la ley, ya que dónde realmente quiere estar es dentro de la justicia, amparado por la lealtad de esas palabras que le entregara a su colega que no lo venderá jamás. Palabras que ya te han sido entregadas a ti para hacer lo que hará su amigo: haberlas leído desde la lealtad de tu presente. Palabras y lealtad similares a las que dice Antigona, la Constitución Norteamericana, la Oración Fúnebre de Pericles, el Alcalde de Zalamea.
La justicia es aquello que la ley supone. Lo cual no quiere decir que esa suposición sea igual a equivalencia, o que justicia y ley sean lo mismo. Esa suposición, muy al contrario, está adherida a una distancia, o falta de coincidencia o sincronicidad, que existe entre justicia y ley. La ley se da en el tiempo histórico político y existe para ser puesta en práctica. La justicia solo existe en el ámbito de la poética y solo puede ser leída. Antigona, la Constitución Norteamericana, la Oración Fúnebre de Pericles, el Alcalde de Zalamea son textos solo para ser leídos y oídos. La ley del aborto o de los presupuestos del estado son textos para ser cumplidos al pie de su letra, incluida la letra de sus enmiendas. Dicho con otras palabras, no es lo mismo entender lo que nos rodea como un sistema de fuerzas que actúan entre sí (eso es hacer justicia), que entenderlo en términos de primacía de unas sobre otras (eso es cumplir la ley). La comprensión no termina nunca (eso es la sustancia de la justicia), pero los victoriosos creen que en la victoria hay una última palabra (eso es el imperio de la ley).
Entonces, ¿es contra esa incompletud que el cumplimiento la ley tiene siempre respecto al ideal que previamente te has hecho de la justicia, contra lo que se rebela el Fuera de La Ley Colín Smith? ¿Es eso lo que le hace tan difícil formar una comunidad de individuos verdaderamente dialogantes al salir del reformatorio? ¿Es eso lo que a ti te incapacita para lo mismo? Una vez cumplidos los 18 años, ¿le dirías a Smith, como rito de paso a la edad adulta, que se leyera la breve parábola de Franz Kafka, "Ante la ley". Comienza así:
"Ante la ley hay apostado un guardia. Se presenta a él un campesino que le pide que le deje entrar en la Ley. Pero el centinela le dice que en ese momento no le está permitido entrar. El hombre medita y luego pregunta si más tarde le será lícito entrar. Es posible, dice el guardia, pero no ahora."
Pasan los años y el campesino continúa en la puerta esperando a que el centinela lo deje entrar en el ámbito de la ley. Poco antes de morir el centinela le pregunta:
"¿Qué es lo que todavía quieres saber? Eres insaciable. Dime, dice el, campesino, si todos aspiran a entrar en la Ley, ¿cómo se explica que en tantos años nadie, fuera de mi, haya pretendido hacerlo? El centinela se da cuenta de que el hombre está ya al borde de la muerte, de manera que para alcanzar a su oído moribundo ruge sobre él: "Nadie sino tú podía entrar aquí, pues está entrada estaba destinada sólo para ti. Ahora me marcho y la cierro." Final de la parábola.
En tiempos en los que la confusión arrecia - la epidemia de los selfies ocultan hoy de forma más ostensible la dolorosa incertidumbre que acompaña a uno de los momentos más significativos de la existencia humana, el paso de la adolescencia a la edad adulta - te resulte muy tentador hacer coincidir la ley con la justicia. Eso es indignación. Y las palabras finales de Smith no podían ser una excepción, pues reflejan con acierto esa confusión a la que te someten. Te dice que no le importa ser un fuera de la ley, ya que dónde realmente quiere estar es dentro de la justicia, amparado por la lealtad de esas palabras que le entregara a su colega que no lo venderá jamás. Palabras que ya te han sido entregadas a ti para hacer lo que hará su amigo: haberlas leído desde la lealtad de tu presente. Palabras y lealtad similares a las que dice Antigona, la Constitución Norteamericana, la Oración Fúnebre de Pericles, el Alcalde de Zalamea.
lunes, 27 de marzo de 2017
MINERALIZACIÓN
Puede que leamos cosas sobre el infierno, pero lo que no consentimos, de ninguna de las maneras, es que el infierno nos lea a nosotros. Es decir, lo que no toleramos es que nos diga que a parte de unos mediocres actores somos unos expertos supervivientes. Un cuerpo enfermo de verdad es, también, un alma que imagina, de repente, su mortalidad desvelada. Un cuerpo enfermo imaginario es un alma enferma de verdad. Pero la conversación inaplazable entre esos cuerpos y esas almas, entre esos actores y esos supervivientes que cada día pasan por la consulta o por el quirófano, es difícil, por no decir imposible, que se de a la luz únicamente de lo que predica la salud saludable del sistema sanitario. Pues convoca entre sus cuatro paredes dos formas de sarcasmo que atentan contra cualquier posibilidad de curación reconocible entre seres humanos: el de la incuestionable estabilidad y seguridad del médico, y el de la irrenunciable inmortalidad del enfermo. Llegados a este extremo, ¿como se metamorfosean sendos protagonistas? Es difícil averiguarlo. Lo que si se puede diagnosticar es que juntos ahí dentro, sin otras ventilaciones que los afecten o los atraviesen, hay un peligro evidente de paulatina mineralización tanto en el cuerpo y el alma del médico como en el cuerpo y el alma del enfermo.
Lo he experimentado estos primeros días de marzo, en el hospital donde estaba internado mi suegro. Lo hospitalario, sin que ocurriera nada relevante, al contrario, todo fueron parabienes y buena conducta, se fue convirtiendo en el antónimo de lo acogedor, lo generoso, lo noble, lo sociable. Sin haber hecho nada llegábamos a casa extenuados, habiendo dejado al enfermo con los ojos abiertos como platos a la espera de la última medicación, antes de entregarse al sueño. Encima dos días se nos quedó "muerto" el coche viejo del enfermo anciano, y a las diez de la noche tuvimos que coger un taxi, pero esa es otra historia. O no. Pues la mecánica de los coches y la de los cuerpos así mineralizados están amenazadas por la misma herrumbre. Con la diferencia de que la mecánica del cuerpo no tiene un taxi de repuesto. Con esto me refiero a que entre el "me quiero morir", que en un momento de desesperación gritó mi suegro, y el lacónico "todo va bien, por mi puede irse casa", que dijo el cirujano que le rajó la pierna, meneando con desparpajo el informe que tenía en la mano, no hubo, ni antes de entrar en el quirófano ni en el quirófano ni después de salir del quirófano, algo que se pareciera a una cartografía que los hubiera puesto en contacto. Mi suegro y el cirujano estaban dolorosamente aburridos del relato que los había mantenido unidos durante las seis o siete horas que duró la operación, y las de los días siguientes. Eso era todo. Algo había fallado. Sus células, sus palabras, sus almas, sus cuerpos habían llegado al grito y al informe final sin acorde y sin acuerdo alguno. La vida es importante porque lo son, al mismo tiempo y con el mismo sentido, sus células y sus palabras, sus cuerpos y sus almas. Lo dije para mí mirando el Abantos, la montaña mágica que protege y bendice al antiguo hospital de tuberculosos, hoy transformado en un equipamiento más del sistema sanitario de la Comunidad de Madrid.
El alma es la criatura del cuerpo y del cerebro. Si estos últimos se acaban haciendo roca, será muy difícil que aquella se eleve a la búsqueda de su eternidad necesaria, que es a lo que está destinada mientras el cuerpo aguante. Como le digo, hay un mapa y hay un relato entre ellos. Oculto el primero, explícito el segundo. Lo hay entre el alma y el cuerpo del médico y del enfermo, y entre las células del cuerpo y las palabras del alma, y entre la oscuridad del infierno de la enfermedad y la luz de la salud de todos los días. Y hay dolor, claro que hay dolor entre medias. El dolor evitable (eso corresponde al médico) y el dolor que conviene no evitar nunca (eso corresponde al enfermo). Los menciono por separado, pero en realidad están íntimamente unidos. Este segundo dolor es parte importante de lo que están hechos los caminos señalados en aquellos mapas y aquellos relatos. Los mapas que ponen en contacto a aquellas células y aquellas palabras. Es este el dolor que nos apega a la tierra, no a sus minerales, dice como nadie dónde estamos, nos orienta como la mejor brújula, pone precio justo a las cosas. Nos dice, en fin, que estamos aquí para saber por qué estamos aquí. Pero, como dice Calvino, también hay premio si sabemos distinguir un dolor del otro. La salud recuperada de las células, y la luz y la lucidez provisional de las palabras con que, a partir de ella, nos alumbramos cada día en medio de un océano de oscuridad o niebla que nos rodea de forma persistente. A ver y aceptar así a las personas y a las cosas, los antiguos lo llamaban felicidad. Ya ve.
Lo he experimentado estos primeros días de marzo, en el hospital donde estaba internado mi suegro. Lo hospitalario, sin que ocurriera nada relevante, al contrario, todo fueron parabienes y buena conducta, se fue convirtiendo en el antónimo de lo acogedor, lo generoso, lo noble, lo sociable. Sin haber hecho nada llegábamos a casa extenuados, habiendo dejado al enfermo con los ojos abiertos como platos a la espera de la última medicación, antes de entregarse al sueño. Encima dos días se nos quedó "muerto" el coche viejo del enfermo anciano, y a las diez de la noche tuvimos que coger un taxi, pero esa es otra historia. O no. Pues la mecánica de los coches y la de los cuerpos así mineralizados están amenazadas por la misma herrumbre. Con la diferencia de que la mecánica del cuerpo no tiene un taxi de repuesto. Con esto me refiero a que entre el "me quiero morir", que en un momento de desesperación gritó mi suegro, y el lacónico "todo va bien, por mi puede irse casa", que dijo el cirujano que le rajó la pierna, meneando con desparpajo el informe que tenía en la mano, no hubo, ni antes de entrar en el quirófano ni en el quirófano ni después de salir del quirófano, algo que se pareciera a una cartografía que los hubiera puesto en contacto. Mi suegro y el cirujano estaban dolorosamente aburridos del relato que los había mantenido unidos durante las seis o siete horas que duró la operación, y las de los días siguientes. Eso era todo. Algo había fallado. Sus células, sus palabras, sus almas, sus cuerpos habían llegado al grito y al informe final sin acorde y sin acuerdo alguno. La vida es importante porque lo son, al mismo tiempo y con el mismo sentido, sus células y sus palabras, sus cuerpos y sus almas. Lo dije para mí mirando el Abantos, la montaña mágica que protege y bendice al antiguo hospital de tuberculosos, hoy transformado en un equipamiento más del sistema sanitario de la Comunidad de Madrid.
El alma es la criatura del cuerpo y del cerebro. Si estos últimos se acaban haciendo roca, será muy difícil que aquella se eleve a la búsqueda de su eternidad necesaria, que es a lo que está destinada mientras el cuerpo aguante. Como le digo, hay un mapa y hay un relato entre ellos. Oculto el primero, explícito el segundo. Lo hay entre el alma y el cuerpo del médico y del enfermo, y entre las células del cuerpo y las palabras del alma, y entre la oscuridad del infierno de la enfermedad y la luz de la salud de todos los días. Y hay dolor, claro que hay dolor entre medias. El dolor evitable (eso corresponde al médico) y el dolor que conviene no evitar nunca (eso corresponde al enfermo). Los menciono por separado, pero en realidad están íntimamente unidos. Este segundo dolor es parte importante de lo que están hechos los caminos señalados en aquellos mapas y aquellos relatos. Los mapas que ponen en contacto a aquellas células y aquellas palabras. Es este el dolor que nos apega a la tierra, no a sus minerales, dice como nadie dónde estamos, nos orienta como la mejor brújula, pone precio justo a las cosas. Nos dice, en fin, que estamos aquí para saber por qué estamos aquí. Pero, como dice Calvino, también hay premio si sabemos distinguir un dolor del otro. La salud recuperada de las células, y la luz y la lucidez provisional de las palabras con que, a partir de ella, nos alumbramos cada día en medio de un océano de oscuridad o niebla que nos rodea de forma persistente. A ver y aceptar así a las personas y a las cosas, los antiguos lo llamaban felicidad. Ya ve.
viernes, 24 de marzo de 2017
INFIERNO
Nos informan que si has rebasado el umbral de los treinta, y te permites el lujo de soñar como si el infierno no existiera, eres un ser humano peligroso. Alguien expuesto a arrebatos imprevistos y a violencias contra quienes tengas a tu lado de proporciones difícilmente calculables. El otro día mismo, te llamaron la atención por conducir en dirección contraria. El infierno de los que estamos vivos no es un destino para los que están fuera de la ley, como siempre nos han enseñado, es la ley donde habitamos todos los días. Está aquí entre nosotros nada más nacer. De hecho no viniste al mundo con una pan entre los brazos. Es el infierno del mundo, que forman los que se llaman tu familia o comunidad, los que te recibieron juntos con los brazos abiertos. El otro día mismo te llamaron la atención por enfrentarte al director del colegio de tu hija. Puedes preguntarte, si te pones a pensarlo, ¿que demonios es el paraíso, tal y como te lo prometieron los que te educaron? Aunque si no aceptas el horizonte del paraíso como la última palabra de tu pensamiento, y si aceptas, en cambio, que es su límite, acabarás pensando que en muchos aspectos, por no decir en todos, lo que te dijeron desde que naciste, con los brazos abiertos, no ha hecho otra cosa que perjudicarte. Otro cosa hubiera sido tu vida si te hubieran dicho que el infierno es uno y que es el principio de todo pensamiento, el fuego que lo ha puesto en marcha desde el principio de los tiempos. El otro día mismo, no hiciste nada cuando agredieron a un músico que estaba tocando el acordeón en la calle para ganarse unos dineros. Pero no fueron aquellas las primeras palabras que oíste, sino las de felicidad y progreso. Y ni siquiera te previnieron contra ellas: ten cuidado con lo que miras. Más aún con lo que ves. Tampoco te dijeron que no todas las palabras llevan al infierno, ni te enseñaron a darles hueco y aire para que pudieran respirar. Esa despreocupación tiene un precio. Ahora te toca afrontar tu propia mezquindad, advertir tu propia ignorancia, abordar tu propia oscuridad. Si lo haces sin miedo, después de pagar el precio tendrás un premio. El otro día mismo, me dices que te divorcias o, mejor dicho, que M. te deja. Que no te aguanta más, que ya no siente nada por ti. Este es el premio: ha llegado tu hora. "Exige atención y aprendizaje continuo: buscar y saber reconocer qué y quién, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y darle espacio". (Italo Calvino)
jueves, 23 de marzo de 2017
SINCRONÍA
Cuando descolgó el teléfono, su mujer me dijo que iba camino del hospital. Tiene algo en la médula, continuó con una voz impropia de la relación que yo sé que tiene con el dueño de esa médula y con la que presumiblemente deberá tener con ese algo que, de forma imprevista, se le ha colocado encima. ¿Qué es ese algo? Si, dicen que es como un grieta, que lo ha dejado paralizado de cuello para abajo. Pero es grave, insistí. Si, pero se recuperara, todo está controlado. Aunque la recuperación será muy lenta. En ese momento se cortó la comunicación, tal y como la mujer de mi amigo me había advertido que podría pasar, pues iba conduciendo por una zona de muchos túneles. Decidí esperar a que ella me volviera a llamar, cuando considerara que la cobertura no corría peligro de interrupción. Cuando de nuevo sonó el teléfono una voz femenina, que aparentaba tener poco más de veinte años, me preguntó, así de sopetón, que si creía en el ocaso de la razón teleológica que constituye el eje narrativo de las filosofías de la historia. Luego me pidió disculpas y se presentó: soy Ana, y estoy haciendo una encuesta sobre la influencia actual de la figura del intelectual clásico en las conversaciones públicas; la muestra elegida para hacer la encuesta es entre hombres y mujeres de 25 a 50 años; la empresa para la que trabajo es el Centro Superior de Investigaciones Científicas. Pero yo tengo 57, le respondí. Ah, perdone, se han debido equivocar al darme su número de teléfono. Al colgar, lo primero que me vino a la cabeza fue la edad de mi amigo enfermo, 49, la cual si le habilitaba para responder a la encuesta. Y en que medida, fue lo que de inmediato fijó mi atención, el misterio y el silencio que le imponía ahora mismo su enfermedad, le haría responder negativamente a la pregunta de la encuesta. Y si una vez recuperado, como asegura su mujer, se vería a sí mismo como un hombre hecho de misterio y para los misterios y las visiones. O muy al contrario, se mantendría en sus trece, defendiendo a ultranza la vigencia eterna de la racionalidad ilustrada, en la que su enfermedad y todas las otras enfermedades existen, antes que en el quirófano, en la mente de quien, previamente, las han pensado. Al comprobar que la mujer de mi amigo no llamaba. decidí ser yo el que lo hiciera. Después de varios intentos, al final, entrada ya la noche, logré ponerme en contacto con ella. Ha muerto, fue lo que me dijo, al descolgar el teléfono. Qué quieres decir con que ha muerto, le respondí de forma tan estúpida como incomprensible. Murió nada más entrar en el quirófano, los médicos no lograron reanimarlo de la crisis que, sin saber por qué, le surgió durante el traslado en la ambulancia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)