viernes, 26 de enero de 2024
LA GALLINA CIEGA 4
COMO LA SOMBRA QUE CAMINA
No deja de esperar que algo que espera suceda. Y si sigue así, le digo, acabará sucediendo, como cuando entonces. Se ríe con desgana. Luego se dio la vuelta y dejó que el siguiente turista ocupara su puesto en el Km 0, y sin pensárselo mucho se dirigió a la esquina de la calle Carretas, donde en su tiempo y hasta hace pocos años, estuvo la librería de San Martín. Aquí fue asesinado, el 12 de noviembre de1912, José Canalejas, jefe del gobierno liberal de entonces, mientras miraba los libros expuestos en el escaparate, me dijo Maxaub, interpelando no tanto a mi ignorancia como a su tristeza. La crisis de la Restauración, que provocó este asesinato, se puede considerar como el primer antecedente más relevante de la caída de la monarquía y la proclamación de la II República 19 años después. Noté su confusión con esta vuelta al pasado, con ese amontonamiento del tiempo en ese instante que estaba mirando el escaparate que sustituye hoy al de la librería San Martin. Noté que no sabía salir de ese embrollo metafísico, como Don Quijote, de esa trampa del tiempo lineal, tan fija tiene la mirada puesta en su tiempo y en su forma de pensar absoluta, como si no hubiera otro tiempo, ni otra forma de pensarlo, como si no tuviera noticias de Niels Bohr, el inventor de la física cuántica, como si diera las gracias a Manuel Pardiñas por haber asesinado a José Canalejas, poniendo así el primer peldaño de la caída de la monarquía alfonsina y el advenimiento de su querida II República. El paraíso soñado. Ahí seguía, delante del escaparate de la librería San Martín, en 1912. Vamos, se despertó, te invito a una café en el Pombo, y saludo de paso a Ramon Gómez de la Serna, que a esta hora tiene tertulia. Dicho y hecho. No se me paso por la cabeza, ni por asomo, enmendarle la plana al honorable nostálgico. El café del Pombo está al lado de la librería San Martín, detrás de la casa de correos que hoy es la sede del gobierno de la Comunidad de Madrid. Fue allí donde Ramon Gómez de la Serna inventó, por decirlo así, las tertulias del siglo XX. No le pregunté si había asistido alguna vez a la tertulia del Pombo en sus viajes a Madrid. Prefería no sacarlo del ensimismamiento entusiasta y triste, al mismo tiempo, con que habitaba su ayer y su hoy. Me lo imaginé yo mismo haciendo el recorrido de José Canalejas. Después de contemplar el escaparate de la librería, no podía resistirse a entrar y comprar alguna de las novedades que ofrecía el librero San Martín, o recoger el encargo que le hubiera hecho en la visita anterior, o las dos cosas a la vez. Para a continuación, salir despacio de la librería y dirigirse orgulloso, con su libro envuelto, al café del Pombo donde haría presentación oficial de su compra, que se convertiría de inmediato en un tema más a debatir entre los tertulianos asistentes ese día.
De vuelta a la Puerta del Sol Maxaub me indicó, como saliendo milagrosamente de la meditación soleada en que se encontraba, el lugar donde se encontraba el mentidero de la Iglesia de San Felipe, al lado de la casa de correos, mencionado como sede del gobierno de la Comunidad de Madrid. Acertó a decirme, ya de vuelta del todo de su pasado republicano, la diferencia que había en su época entre mentidero y tertulia. Lo hizo de una manera muy ilustrativa. Mentidero es donde uno se pone al día del estado del cotilleo municipal y estatal, mientras que en la tertulia se conversa sobre los mismos asuntos con método y rigor. En la tertulia se aprende. En el mentidero se está. Chin pum. Lo cogí del brazo y nos dirigimos, como si lo acompañara a un viaje a su futuro, a la calle correo colindante. Ahí fue, le dije, en la cafetería Rolando donde en septiembre de 1974 la organización ETA perpetró uno de sus escasos atentados antes de la muerte de Franco. Murieron más de una década de parroquianos, que en ese momento estaban dentro de la cafetería.
En tan pocos metros cuadrados el recuerdo de tantos hechos significativos para la historia moderna de España empezaban a transformar a Maxaub en un extranjero, que es lo yo creo que quería ser. No le quise mencionar la placa conmemorativa del levantamiento del 2 de mayo de 1808, que hay cerca de la entrada de la casa de correos, no siendo que dimitiera del paseo y quisiera irse a su hotel. Un extranjero con tendencia a ser confundido con un espía, un refugiado con permiso de residencia, un traidor. En fin. Un espía extranjero que se acercó al kiosco de prensa de la Puerta del Sol, como una sombra que camina, para comprobar si su fotografía aparecía en la portada de algún periódico, o en todos, de los que habían salido ese día. Demasiado, tal vez, para la mirada de un hombre acoplada, como un guante a una mano, a su pasado republicano, y que estaba en Madrid de permiso para coger información del cineasta Luis Buñuel, pues quería escribir una biografía sobre su vida y su trayectoria profesional. El aragonés había dicho en el periódico el Parador, con fecha 18 de agosto de 1971, que tenía una atracción fatal con España. No se que podía salir de tantas chispas en acción.
miércoles, 24 de enero de 2024
LA GALLINA CIEGA 3
SU MIRADA ES OTRA COSA
Al ir abandonado la plaza de Santa Ana noté en Maxaub un estado de nerviosismo, más o menos auto controlado, que lo tenia atado e ensimismado a la estatua de Federico García Lorca. Luego, mientras caminábamos por el callejón del Gato, me acordé que en sus memorias había escrito la irritabilidad que le produce la indiferencia. También empecé a entender la preocupación casi obsesiva, también lo deja por escrito en su memorias, que le producía el hecho que nadie le preguntase por él y sus colegas de la época republicana. Esa era la indiferencia que le producía gran irritación, delante de la estatua de García Lorca, oculta detrás de un sinfín de turistas haciéndole fotos. Los visitantes de hoy de Madrid si saben quién es el poeta granadino, pero no lo saben como lo sabe Maxaub. Eso es la irritación republicana de antaño, me dije.
El paso por el callejón del Gato alivió en parte ese malestar que le había causado la estancia en la plaza de Santa Ana. El desamor que mostraban los turistas por el líder poético del la generación del 27. Cuesta a los republicanos de ahora entender a los republicanos de entonces, ni siquiera las deformaciones valleinclanescas de los espejos del callejón del gato ayudan mucho a ello. Esas distorsiones están mejor construidas en las caras de los personajes que no dejan de hacerse presentes en la plaza de Santa Ana. Max Estrella, el tocayo de Maxaub, no deja de aparecer en forma de barrendero con hilos musicales varios adheridos en su carro de basura con cinta aislante. O en forma de camarero pinturero haciendo equilibrismo con su bandeja en bandolera, entre mesa y mesa de las diferentes terrazas que ocupan la plaza. O, como no, transmigrado al turista americano con sombrero stetson que hacía lo imposible para hacerse un selfie, junto con su acompañante, delante de la estatua de Federico. A cuenta de la irritación republicana de Maxaub, claro está.
Esa irritación debe entenderse como el malestar general de postguerra en el que vivimos. Me gustaría saber cual será el malestar propio de vivir en una democracia, para poder compararlo, le dije a Maxaub. El caso fue que dirigimos nuestros pasos a endulzar esa irritación de la mejor manera posible. Las pastelerías castizas, del Madrid castizo, el Pozo y Casa Mira, nos esperaban con sus turrones y roscones de reyes en los escaparates. Compramos y guardamos la compra, y, como hacía mucho frío nos dirigimos a casa Lhardy, donde nos esperaba su caldo estrella para entrar en calor. Noté que el semblante de Maxaub iba cambiando, que su irritación, por decirlo así, se iba disolviendo entre los callejones que comunicaban lo dulce con lo salado, el ayer con el hoy, los turistas con sus recuerdos. Iba cambiando para bien, no para hacerse un republicanismo de hoy, pero si para hacer que su vuelta a Madrid no quedara exclusivamente poseída por su recuerdo más doloroso. Ya estábamos cerca del Km 0 de la Puerta del Sol. No había nada entre medias que pudiera alterar el cambio de semblante de nuestro invitado. La Puerta del Sol no tiene ideología, es una ONU portátil y transitable en cualquier dirección, y eso esperaba que le ayudase a aparcar, por unos minutos, todos los resquemores acumulados.
En efecto, ponerse delante del Km 0 me di cuenta que definitivamente espantó de su cara la irritación. No se si Maxaub tuvo formación matemática en sus años jóvenes, pero la imagen del cero le transmitió esperanza. Algo parecido, creí detectar, a que no todo estaba perdido. Además tuvo que esperar una pequeña cola hasta que le llegó su turno. Cuando se pudo delante del rótulo Km 0 se transformó. Aquí vuelve a empezar todo cuando todo se ha acabado, me pareció oírle murmurar entre dientes. Una señora le interrumpió para que le dejara hacer una foto con su nieta. Maxaub ni se inmutó. Me acerqué a la señora y le comenté que era un exiliado inmortal. Ella se sintió intimidada, no sé si por la frase o por el tono que la pronuncié, el caso es que se retiró como si estuviese delante de alguien que estuviese rezando en una iglesia.
Cometes un error y sabes que lo estás cometiendo y no tiene remedio, quería decirle a Maxaub desde que lo recibí en la estación de Atocha pero no me atrevía ha hacerlo. Porque también me lo repetía a mi mismo una y otra vez a cada paso, y eso me paralizaba. La dos visones republicanas del mundo, la de ayer y la de hoy, no lograban entenderse o, mejor dicho, teníamos dificultad para entendernos, aunque acabábamos de conocernos. O a lo mejor no tanto, y este era meollo del asunto.
Mira hacia arriba, le dije a Maxaub todavía con los pies al lado del Km 0, y antes de dejar hueco al siguiente que ya mostraba su impaciencia para ponerse donde había que ponerse para sentir al hálito del cero, es decir, sentir la sombra alargada del infinito. Ves aquel anuncio de Tío Pepe, si me contestó con cara atónita. Es un anuncio indultado por la municipalidad franquista. Aunque te parezca mentira. Fue un gesto con vistas al turismo incipiente de los años sesenta. Ya sabes, la visita memorable de IKE, el presidente general de los Estados Unidos de America en 1959, a la que tuve el honor de asistir de la mano de mi padre, esperanzado de que IKE nos iba a llevar a un mundo material mejor. Intuitivamente esperanzado, digo, si tenemos en cuenta la cantidad de hambre que mi padre había pasado con solo 32 años de vida. Hubo otros indultos de anuncios, que ya veremos, con los que el régimen pretendía lavar su cara ante la multitud que se avecinaba. Era la introducción publicitaria a la nueva etapa de la postguerra en la que estamos todavía, como ya te he dicho.
lunes, 22 de enero de 2024
MARTÍN EDEN
Después de una pelea callejera entra en el mundo de los ricos. Ahí Martin conoce a Elena, la señorita de la casa, que tiene la belleza que cuenta en los libros que ella le pone delante, al tiempo que le da las gracias por salvar a su hermano.
Martin se enamora de Elena y quiere que esa belleza sea suya.
Con Elena descubre que su gusto literario es un mal gusto. Descubre así el poder del gusto. Que es algo de lo que se entiende y de lo que no se entiende. No es algo personal sino algo que alguien detenta, posee y aplica, ejerce y utiliza. Alguien como Elena.
Martin quiere entender los libros y lo que le dice Elena.
Martin Eden lee libros, pero no sabemos qué clase libros ha leído hasta entonces, pero sabemos que en la lectura encuentra placer, pero tampoco sabemos qué tipo de placer.
Los libros serán el lugar de encuentro entre Martin y el nuevo mundo en que ha entrado. Encuentro y desencuentro.
TEMA (por qué mirar lo que no se ve, lo que es significativo que está en nuestra conciencia)
El argumento, lo que vemos todos, atraviesa o no, a cada conciencia de manera diferente.
Tiene que ver con las preguntas esenciales con las que convivimos. Con las preguntas que hacemos al mundo, no al revés.
La peli va de eso: de entender los libros y de su correlato novelesco: casarse con Elena, conquistar su mundo, hacerse un gusto para gustar a alguien.
Martin se entrega a los libros. Lee incansablemente, como un galeote, amarrado al duro banco.
Cada pagina le hace asomarse al horizonte infinito de su ignorancia.
Apenas comprende lo que lee porque no sabe dónde colocar lo que lee. Le falta una base.
Confunde ficción y realidad, hasta el final, causa de su derrumbe. Pone los libros delante de la realidad o la carreta delante de los bueyes. Sus rabietas remiten a la teoría del berrinche infantil. Sube a las más altas cotas de la euforia y, sin mediar justificación alguna compartible por otros, baja a los más hondos abismos de la decepción y el nihilismo.
Eso es debido a que descubre su mundo interior, ese sentimiento que le permite a uno sentirse mejor que el resto de los que te rodean, sobre cuando ese entorno es feo.
Se desclasa, es decir, se desquicia, se sale de su sitio, mientras intenta entrar en el mundo de los otros.
Martin va descubriendo el modo en que, en ese mundo de pensamientos limpios, los libros sólo son un adorno, sin ninguna función de uso.
Martin piensa en la escritura como medio de alcanzar el estatus de Elena..
Su acercamiento al entorno del socialismo, aunque se enfrente a él por su individualismo, dará lugar a la ruptura con Elena.
Vuelve a su orígenes de clase, recupera el mal gusto. Se bate en duelo. Colapsa, lo atienden su nueva novia del barrio y su editor. Sale renovado, con otra imagen.
Tiene secretaria a la que le dicta las cartas
Le llegará el triunfo literario cuando ya nada espera.
Da conferencias sin entusiasmo. Va a la deriva.
Dice: las mismas personas que me rechazaban ahora se interesan por mi.
Descubre el cinismo de la clase de Elena, de los poderosos, de la fama y del éxito.
Quiere irse a América. Elena quiere volver con él, pero Martin se burla con crueldad de esa pretensión. Todo empeora. Al final, solo y abatido, vuelve a morir al mar de donde salió para entender los libros, que lo han acabado llevando a la muerte.
Ayer quedaron en el ambiente final de la tertulia, sobre la peli de “Martin Edén”, un reguero de opiniones dudosas que yo denomino: las dudas estrábicas.
La duda estrábica es aquella que se corresponde con la mirada estrábica. Un ojo mira a la pantalla y el otro a la realidad o a la mochila que cada cual lleva a la espalda o en el pecho.
Me explico:
Lo que sucede en la película “Martin Eden” no sucede por qué comprobemos primero lo que sucede en la realidad o en la mochila en la que habitamos cada día, y después lo verifiquemos, o no, en la pantalla. Mirar la ficción no son acciones demostrativas. No son teoremas o axiomas, para entendernos.
Nadie ha demostrado axiomaticanente la verdad de la pelicula “la Diligencia”. Sencillamente porque no existe.
Lo que sucede en la película “Martin Edén”, sucede solo en la película “Martin Eden” y lo hace porque el narrador ha decidido contar así lo que cuenta, y solo sucede en el momento en el que la vemos.
Nunca sucede antes, en la realidad o en la mochila en las que habitamos cada día, ni después cuando volvemos a ellas después de ver la película.
La corrección de la mirada estrábica dependerá de las lentes que utilicemos en ese antes, y en ese después, de ponernos delante de la pantalla. Si no queremos estar siempre mirándonos a nosotros mismos. Sea cual sea la película que miremos.
viernes, 19 de enero de 2024
CRISTOBALINA FERNÁNDEZ DE ALARCÓN
A SAN IGNACIO DE LOYOLA Y SAN FRANCISCO JAVIER
LA GALLINA CIEGA 2
EL VENCIDO QUE HA VENIDO PERO NO HA VUELTO
El mismo día que se cumplían 30 años del pacto nazi soviético y poco más de 4 meses del final de la Guerra Civil Española, se le vio en la estación de Atocha con un maleta en una mano y un paraguas en la otra. El 23 de agosto estaba totalmente despejado y hacia calor, como no podía ser de otra manera, así que lo del paraguas debía tener otro significado para el recién llegado. Lo había citado para que nos acompañara en un recorrido por el Madrid de la postguerra civil española, esperando que los años transcurridos no fueran un inconveniente, todo lo contrario más bien un acicate. Maxaub había escrito en “la gallina ciega” que “España se metió en túnel hace treinta años y salió a otro paisaje. Desconocida, se desconoce.” Ese otro paisaje es lo que me interesaba para nuestro recorrido, si lo sabía acompañar adecuadamente, con la sombra del autor de “la gallina ciega.” Porque, a mi entender, con esos mimbres se podía construir la traza de ese paseo peripatético que íbamos a iniciar. Una traza formada por sombras que seguían presentes, deambulando bajo la superficie de los paisajes que hoy sostienen nuestros pasos y conversaciones. O dicho de otra manera, de lo que se trataba era de mirar debajo del asfalto y de las fachadas de los edificios y de los rostros y formas de las estatuas en las plazas, para ver el Madrid que sigue saliendo del túnel en que se metió en 1939, porque lo que se ve sigue siendo en gran parte desconocido.
Después de tomarnos juntos un café y hacer las presentaciones, subimos por la calle de Atocha. Sin ánimo cronológico le quería mostrar a Maxaub una salida del túnel que parecía una entrada. Al llegar a la plaza de Antón Martin apareció antes nosotros el mazacote de cemento e hierro que quiere dar homenaje a los caídos por efecto de la barbarie. Como cuando entonces, me dijo, Maxaub. En efecto, el monumento recordaba a los abogados laboralistas del sindicato CC.OO. muertos a tiros el 24 de enero de 1977 por un comando de extrema derecha en su despacho, sito en el número 55 de la misma calle de Atocha. Este hecho junto con tres de la misma estirpe, ocurridos esa misma semana, dieron nombre a la semana trágica de Madrid que puso en un grave peligro la llegada a junio de ese mismo año para la celebración de las primeras elecciones democráticas, que ya estaban convocadas. Como en julio de 1936 con los asesinatos del teniente Castillo y del diputado monárquico José Calvo Sotelo, me recordó Maxaub.
Noté, sin embargo, que giró la vista hacia la calle y su rostro no manifestó desagrado. Al contrario, comprobé un grado de satisfacción que, por otro lado, sabía que sería siempre inconfesable con sus palabras. El seguía metido en el túnel o, más bien, pensé que el túnel corría por su venas sin darse mucha cuenta de ello. Imagen, esta última, perfectamente compatible con la satisfacción visual que mostraba ante la alegría de vivir que transitaba por la calle, imagen, en fin, muy dominante entre las nuevas generaciones y su relación con el pasado. O sea, que algo de razón tenía Maxaub cuando miraba lo que miraba y decía lo que decía.
Seguimos andando por la calle de Atocha hasta llegar a la plaza de Santa Ana. Lo primero que detectó Maxaub fue la estatua de Federico García Lorca, que alguno de su amigos lo vieron por última vez, recordó con tristeza, en esta plaza antes de su viaje fatídico a Granada, aquel mes de agosto de 1936. En el extremo opuesto de la plaza la estatua de Calderon de la Barca pone la marca teatral definitiva al lugar. Efectivamente, a esta plaza venían los paisanos que estaban en el túnel de Maxaub a solazarse por unas horas con la presencia de actores y toreros que salían del cercano hotel Victoria. Era su día de asueto, su salida del túnel por unas horas para volver a él al acabar el espectáculo. No muy diferente es hoy le dije a Maxaub, y siempre. Así no hay manera de conocer y conocerse, respondió. En esas estamos, le dije. Luego le recordé que Einstein dijo en una ocasión que el tiempo solo es una persistente ilusión, que el pasado, el presente y el futuro constituyen una totalidad que se actualiza en función del observador. A mi me lo vas a decir, respondió con la seguridad de haber oído la cita del físico alemán. No tanto de comprender el alcance de su influencia en sí mismo y en el futuro de la humanidad.
Manolete, le pregunté, ¿te acuerdas del torero Manolete? Nunca me han gustado los toros, pero si me acuerdo que fue adicto al régimen franquista, respondió con indiferencia controlada. Pues cuando venía a torear a Madrid se hospedaba en el hotel Victoria, y al dirigirse a la plaza de toros de las Ventas, se daba una vuelta por la plaza de Santa Ana para darse un baño de multitudes, vamos igual que hace ahora cualquiera famoso. Así todos contentos, así se fue asentando el régimen. Por eso cuando murió en 1947, el entierro fue multitudinario, lo mismo que cuando enterraron al alcalde Tierno Galván ya entrados en la democracia. Mientras yo hablaba sobre Manolete Maxaub seguía contemplando ensimismado la estatua de Federico García Lorca. No dijo nada.
jueves, 18 de enero de 2024
LA GALLINA CIEGA 1
UNA MEDITACIÓN PREVIA
Se dice pronto. ¿Por qué no hacemos un recorrido por el Madrid de la Post Guerra, ya que acabamos de hacer uno por el Madrid de la Guerra? La Guerra, como es fácil suponer, se refiere a la Guerra Civil Española, claro está. Y la Postguerra es esa otra forma de nombrar la dictadura franquista y la democracia. Pues ambas son posteriores pero se retroalimentan con reciproco fervor en el Presente y en cada presente, aunque con grado diferente, a aquella ominosa guerra. Nada más y nada menos. Así es como a veces te interpela la realidad exterior, sin previo aviso. Lo primero que me vino a la cabeza, cuando escuché a mis amigos de tertulia hacerme esta propuesta, fue la novela de Maxaub, “la gallina ciega.” Pues este título también da nombre, a mi entender, al estado de la vista de esa Postguerra, cuya miopía indiferente todavía nos afecta. En su novela el escritor español-mexicano cuenta cómo percibió la España de Franco, 30 años después de acabada la guerra civil, cuando volvió del exilio en 1969. Escribe así Maxaub en un pasaje de “la gallina ciega”:
“¿Cómo puedo ponerme a juzgar si estoy mirando - viendo - lo que fue y no puedo ver, más que como superpuesto, lo que es? Tengo que hacer un esfuerzo. Tendré que hacerlo, a cada momento, no olvidarme de la fecha, del tiempo pasado. Matar los recuerdos. No he venido a eso sino a trabajar en lo que fue (uno) y ver, por mi gusto, lo que es (dos). No a relacionarlo. Y es lo que hago en todo momento, sin remedio.”
Los años han pasado y el desarrollismo económico iniciado en 1959, con la bendición del emperador norteamericano Ike, ha sacado al país de los peores años de la autarquía. Todo es paz, y así lo ha celebrado el régimen en 1964, los 25 años de paz por la voluntad y la gracia del Caudillo. Mejor de Dios y del Caudillo. Max Aub quiere ver la persistencia de sus recuerdos en las calles. Pero ya no es posible. Así escribe más adelante:
“Ni estamos - mi generación - en el mapa. Todo es paz. Es curioso cómo eso de los veinticinco o treinta años de paz ha hecho mella, o se ha metido en el meollo de los españoles. No se acuerdan de la guerra - ni de la nuestra ni de la mundial -, han olvidado la represión o por lo menos la han aceptado. Ha quedado atrás. Bien. Acepto lo que veo, lo que toco.”
Me parece que “la gallina ciega” podría se el libro fundacional de la Postguerra y de la democracia, le comenté. No me respondió. El camino que había abierto el desarrollismo franquista Maxaub no lo veía, no podía imaginarse que los vencedores de la guerra pudieran evolucionar de esa manera tan entusiasta. El combate por el advenimiento de la democracia de todos contra el final de la dictadura franquista, que en 1969 estaba en marcha, fue algo de una inesquivable importancia tanto para Maxaub como para quienes formaban parte del exilio exterior e interior, a saber, la Propia Identidad o, lo que viene a ser lo mismo, el modo en que estaban dispuestos a representarse a ellos mismos en esa tesitura. La imagen que el exilio exterior, con Maxaub a la cabeza, y los del exilio interior estaban dispuestos a admitir en el espejo deformante de los que formaban, treinta años después, la España de todos que se vislumbraba en el horizonte inmediato ya en esos años.
De alguna manera lo que le ocurrió a Maxaub es lo que le pasa a todo quisque con el paso del tiempo y con la transformación del espacio. Maxaub volvió a España en 1969 con la mirada de quien como Polifemo solo mira con un solo ojo, el ojo del pasado. Algo similar a lo que le pasó a Ulises en su odisea al volver a casa, después de su periplo de veinte años por el mar Egeo, que va desde la victoria en la guerra de la ciudad de Troya hasta la llegada a Ítaca, donde el único que lo reconoció fue su perro. Es lo que le pasa a cualquier líder influyente que no se reconoce en su muy amado Delfín, que lo empuja sin su permiso para que abandone cuando antes el sitial del poder. Es lo que le pasa a cualquier padre o madre que ya no se reconocen en las palabras y en las actitudes de sus vástagos veinteañeros, cuando fue anteayer cuando todavía le cambiaban los pañales. Piensas que vuelves a tu casa y resulta que ya no existe, como si la hubiese llevado un vendaval o un bombardeo. Piensas que no te has ido de tu ciudad y resulta que te han echado extramuros, sin darte cuenta. En fin.
Bajo la influencia de la mirada de Maxaub sabía que la vuelta a la postguerra significaba aprender a lidiar con los discursos pretendidamente progresistas que desde entonces lo seguían dominado todo. Los Unos se quedaron con la pasta y los Otros con la ideología. Fue el pacto y el reparto de funciones que tácitamente hicieron los herederos de los vencidos y los herederos de los vencedores de la guerra nada más morir el Caudillo en 1975, y que aun sigue vigente en la democracia al margen de la Constitución que la ampara. Para que todo siga en paz. Pero también sabía que, a punto de cumplirse los 50 años después de la muerte del Caudillo, sólo cabía abordar la postguerra desde la tolerancia un asunto tan grave como la democracia misma. Por un lado, los herederos de los vencidos, los dueños de la ideología, eran incapaces de reconocerle las virtualidades transformadoras de la realidad de esa manera de organizar lo público, y por otro, los herederos de los vencidos, los de la pasta, les era absolutamente indiferente el destino de eso que los Unos llamaban lo público. Algo que ni Maxaub supo ver qué se estaba aproximando en 1969, mirando como estaba mirando a 1939 solo con el ojo del pasado, al igual que la pléyade de progres actuales no saben ver qué ya ha llegado y llama a las puertas de ciudad en 2023, solo con el ojo de Polifemo puesto en 1975.
martes, 16 de enero de 2024
MUERTOS, VIVOS Y POR NACER 2
CRÓNICA DE UNA FIESTA ANUNCIADA
El caso fue que me invitaron a la fiesta de la Epifanía de 1904, que las hermanas Morkan celebran cada año en su casa de Dublin. No me dijeron cuál era el protocolo de comportamiento viniendo como yo vengo, y ellas lo saben, de un futuro más de cien años después. Yo acepté a sabiendas de que había ha leído las andanzas e industrias de Leopoldo Bloom, el 16 de junio del mismo año de 1904, y había salido indemne. Vale decir, sabiamente indemne. Por tanto, tenía motivos para no inquietarme demasiado con lo que me pudiera deparar la fiesta de las hermanas Morkan y su tropa. Únicamente debía fijarme mucho en donde se apoyaba la estructura festiva de la invitación para que no se me cayera encima nada más entrar en la casa. Probablemente esta era la razón por la que las hermanas Morkan me habían invitado. Un invitado del futuro les podía explicar mejor cuál era su presente. Y viceversa. Las hermanas Morkan sabían que querían invitar cada año a su tropa de amigos, pero no sabían por qué lo hacían. Me di cuenta entonces que a mí me pasa lo mismo. Fue entonces, al leer por tercera vez la invitación formal, cuando entendí la razón profunda de la llamada. Ellas dejarían a la vista los detalles de su fiesta de Epifanía. A saber, parabienes de recibimiento y de despedida, bailes, intercambio de miradas, recuerdo y recitación de las promesas rotas de Lady Gregory, como no Freddy Malins y su borrachera tataja (que grande es Freddy), Mary Jane y su talento pianistico, sus alumnas, la cena copiosa, los brindis ruidosos, el discurso de Gabriel, etc. y, como no, la canción de “la doncella de Aucrin” con la que Gretta recuerda su amor de juventud por un muchacho llamado Michael Furey que murió por ella, eso dice según recuerda,… Siguiendo ese itinerario podría yo imaginar el sostén de esa arquitectura que ellas no podían ver y, de paso, comprobar si los hallazgos que pudiera hacer seguirán valiendo o teniendo continuidad más de cien años después. Y, también, que discontinuidades se han producido con el paso del tiempo. No hay satisfacción más apreciada para un ser humano que saber que hay vida después de la muerte. Que su vida no ha sido en balde, pues ha tenido repercusión en la de sus herederos.
Ya lo he dicho. El tema de la peli son las continuidades y discontinuidades que produce el paso del tiempo en la vida que viven los seres humanos que todavía no han muerto. El espacio, también lo he dicho, que elige John Huston para llevar a cabo esta proeza narrativa tiene su límites entre las cuatro paredes de la casa de las hermanas Morkan. La película empieza cuando los invitados y protagonistas entran en la casa y acaba cuando salen. La escena final de Gabriel y Gretta en la habitación de hotel podría verse como el epílogo de todo lo anterior.
El paso del tiempo, o mejor, lo que nos pasa y lo que hacemos con lo que nos pasa cuando el tiempo va pasando, a sabiendas del destino final de ese recorrido: la muerte. Lo cual quiere decir que todos somos, con más o menos disimulo o intensidad o conciencia de ese a sabiendas, muertos vivientes o muertos en vida. Sin malosentendidos, claro está. La peli transcurre, sin embargo, sin miedo ni arrepentimiento, ante esa toma de conciencia por parte de los protagonistas, a utilizar la ternura con conductas reposadas e irónicas, tal cual la nieve que cae, como correlato de la naturaleza fuera de la casa. Al final, lo que queda claro al espectador es que la peli no es un réquiem ni un artefacto de la ciencia ficción. Es un canto a la vida, mejor dicho a la continuidad de la vida, por parte de un director que estaba a punto de morirse.
Ese deseo que viene del pasado remite a una felicidad incumplida que está presente, junto a la algaravía de la fiesta que se celebra, en toda la noche de la Epifanía de 1904. Siempre nos falta algo, y no consuela el dicho populista “que me quiten lo bailao”. A no ser que reconozcamos que también se organizan fiestas y se baila en ellas a cuento de la felicidad incumplida. Atraviesa con total intensidad el presente de Greta pero no deja de alcanzar con diferentes intensidades y tonos a todos los protagonistas de la película. Valga como ejemplo destacado el contraste entre el discurso en la cena de Gabriel y su meditación silenciosa en la escena final.
Esos aspectos de la existencia humana, algaravía y felicidad incumplida, los conjugamos juntos - aunque de forma explícita la una y oculta la otra - dan forma cabal, a mi entender, al significado del paso del tiempo de la condición humana en la peli de Houston.
viernes, 12 de enero de 2024
MUERTOS, VIVOS Y POR NACER 1
BREVE APUNTE PARA LOS ESPECTADORES Y LECTORES VIVOS QUE SE ATREVAN A VER LA PELI Y LEER EL CUENTO DE “LOS MUERTOS”
1 La creyente Simón Weil, dice que todo ejercicio de contemplación es un acto religioso.
2 el ateo Jean Paul Sartre dice que la lectura de un cuento o una novela es una llamada al centro de nuestro corazón desde el fondo del texto.
3 Los lectores y espectadores tecno digitales lo primero que dicen ante una peli o una novela o un cuento o lo que sea, es “me gusta o no me gusta, me agrada o no me agrada”, como muestra incuestionable de su saber hacer literario y cinematográfico, o de lo que sea.
4 El cuento “los muertos”, de James Joyce, y la peli homónima de John Huston, son dos caminos y dos llamadas y dos ejercicios de contemplación, que partiendo del día de la Epifanía de 1904, en Dublín, se dirigen hacia el centro del corazón de los vivos y a la presencia eterna de los muertos y a la esperanza de los que están por nacer.
Solo al final de haber acudido con nuestra máxima atención a la llamada de las voces de los narradores y de los protagonistas del cuento y de la peli, y de hacer el ejercicio de la contemplación respecto a lo que vemos y escuchamos, religando lo que percibimos, solo entonces, digo, estaremos en condiciones de decir: “me gusta más que me interesa”, o al revés. O ni me gusta ni me interesa. Solo al final de esa experiencia con los lenguajes, nunca antes, percibiremos, o no, el amor a la belleza de la vida concreta que transita por la peli y el cuento, que es “como” la vida que vivimos.
Esa demora crea un espacio creativo entre narrador, protagonistas y lector-espectador - el espacio propio de la conversación -, donde vamos construyendo nuestro conocimiento. No a partir del dato o la información mecanizada, que nos vienen dados desde fuera. Anticiparnos apresuradamente con el “me gusta o no me gusta” tecno digital dominante sería, por seguir con el ambiente epifánico de “los muertos,” como ir raudos e impacientes a echarnos encima de las rebajas de enero, después del atracón navideño. Sería otra manera de volver a ser consumidores, de esquivar una vez más nuestros retos y compromisos como lectores y espectadores creativos.
martes, 9 de enero de 2024
JOAQUÍN CALDERÓN
La isla
Ahora vivo en una isla.
Todos me hablan de la claustrofobia
y de esa sensación de estar fuera,
como apartado. Rodeado tan solo
de profundidad, incapaz
de huir a pie si quisiera.
Yo no lo percibo.
El mar siempre está,
en cualquier dirección:
avanzar es encontrarlo.
Todo trozo de tierra firme es finalmente isla.
Por otra parte, yo siento que he vivido
siempre con el agua al cuello
y eso convierte a mi cabeza,
por definición, en una isla.
LA LITERATURA QUE HABITAMOS
El entusiasmo de descubrir un lugar común, en el sentido más originario y positivo de la expresión: algo que deberíamos de saber todos.
Sin prójimo, ¿hay moral? Sin proximidad, ¿hay ética? Sin la distancia entre lector y narrador, ¿hay lectura?
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Kurt Koffka presta especial atención a lo que él llama «percepción espacial», que más allá de la sensorialidad depende de la capacidad de la propia mente para estructurar la experiencia y la conducta «dentro de un campo espacial organizado» (en W. Köhler et al., Psicología de la forma, pág. 46).
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Hay que situarse en el no saber que hay dentro del saber absoluto y totalitario que domina el ambiente social y político.
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Hay dos momentos en el acto de la lectura o la mirada.
1 el momento de los sentidos, como afecta a tu sensibilidad lo que lees o lo que miras, si te atraviesa o te resbala.
2 como estructura tu mente esa experiencia, con que conducta se comporta dentro de un campo espacial y temporal organizado, como es el caso de una novela, un cuento o una película. Un campo espacial que no es literal sino metafórico, que no es generalista sino concreto y acotado. Que es una percepción simbólica.
jueves, 4 de enero de 2024
LAS NAVAS DE TOLOSA
La batalla de las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe «batalla de Al-Iqāb» o «batalla del castigo» y en la cristiana también «batalla de Úbeda», enfrentó el 16 de julio de 1212 a un ejército aliado cristiano formado en gran parte por tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, aragonesas de Pedro II de Aragón, navarras de Sancho VII de Navarra y voluntarios del Reino de León y del Reino de Portugal contra el ejército numéricamente superior del califa almohade Muhammad al-Nasir en las inmediaciones de la localidad jienense de Santa Elena. Se saldó con la victoria de las tropas cristianas y está considerada como una de las batallas más importantes de la Reconquista.
Fue iniciativa de Alfonso VIII entablar una gran batalla contra los almohades tras haber sufrido la derrota de Alarcos en 1195.3 Para ello solicitó apoyo al Papa Inocencio III para favorecer la participación del resto de los reinos cristianos de la península ibérica y la predicación de una cruzada por la cristiandad, prometiendo el perdón de los pecados a los que lucharan en ella; todo ello con la intercesión del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. Saldada con victoria del bando cristiano, fue considerada por las relaciones de la batalla inmediatamente posteriores, las crónicas y gran parte de la historiografía como el punto culminante de la Reconquista y el inicio de la decadencia de la presencia musulmana en la península ibérica, aunque en la realidad histórica las consecuencias militares y estratégicas fueron limitadas, y la conquista del valle del Guadalquivir no se iniciaría hasta pasadas unas tres décadas
Intentar adentrarse en lo que significó la batalla de las Navas de Tolosa es sencillamente toparse con la sustancia, por decirlo así, de que está hecho este mundo hispánico nuestro y, por extensión, el mundo del continente europeo en general. Es adentrarse en la herencia recibida de nuestros antepasados antes de que decidiéramos, con mucho arrojo y más arrogancia si cabe, auto llamarnos de forma irreversible: los modernos. Me refiero, como no, a la pugna entre las conjeturas históricas y existenciales de los personajes que participaron en la batalla y la doctrina de los creyentes de ambos bandos. Historia y Fe dan forma, como si fuesen las abscisas y las coordenadas correspondientes al espacio y al tiempo, a la batalla campal que se produjo hace más de 800 años. Como si hubiera sido ayer mismo, una batalla campal más, de las muchas que se libran cada día a cuenta de nuestras doctrinas y nuestras historias.
Vaya por delante que lo primero que me vino a la cabeza, nada más poner los pies en el lugar de los hechos, fue que si tuviéramos una industria cinematográfica más solvente la batalla de las Navas de Tolosa sería comparable a la de, pongamos, Stalingrado, en el sentido que los destinos de los combatientes y a quienes representaban nunca volvieron a ser lo mismo después de acabado el enfrentamiento. Hay un antes y un después de la Batalla de las Navas de Tolosa en la península Ibérica, como hay un antes y un después de la Batalla de Stalingrado en el continente europeo. El caso es que hoy la batalla por la exactitud del lugar y el tiempo de los hechos, tal y como ordena el paradigma histórico cientifista dominante, se libra entre los diferentes gremios de investigadores de toda laya y condición, que comparecen en congresos y estudios monográficos ante la llamada que todavía llega desde esos lugares y esos tiempos. La batalla por la verdad de lo allí acontecido, ante esa misma llamada, se abre camino poco a poco entre los lectores con las novelas históricas, que van apareciendo en las estanterías de las librerías.
Esta tensión entre exactitud científica histórica y verdad novelesca acompaña al visitante de hoy en su vuelta turística al pasado, sin que se produzca un consenso entre las partes. Los historiadores cientifistas no quieren soltar el mango de la sartén que les permite cocinar en sus congresos y artículos la última palabra sobre el asunto, pero toleran las novelas de los novelistas históricos siempre y cuando la palabra ficción sea sustituida por espectáculo, en sintonía con la sociedad de masas en la que vivimos. Parte del dinero que consiguen movilizar los segundos se transforma en subvención o becas de ayuda a la investigación de los primeros. Por fin llega el consenso y todos contentos.
Por lo demás, y volviendo a la tensión que he aludido al principio entre Historia y Fe, lo más interesante de ir al lugar de donde se produjeron los hechos de la batalla de las Navas de Tolosa es comprobar algo que vengo sospechando desde hace tiempo, de la mano e inteligencia de Bruno Latour , Juan Arnau y otros filósofos críticos con las formas de prevalecer a toda costa eso que hemos dado en llamar, modernidad o postmodernidad o antimodernidad. Vaya usted a saber. La visita al campo de La batalla de las navas de Tolosa y aledaños me confirma, una vez más, junto con otras visitas a lugares donde han ocurrido acontecimientos que pertenecen solo por razones de calendario a eso que seguimos llamando el pasado, que al igual que la palabra moderna el pasado no existe. O dicho con otras palabras, el ayer sucederá mañana y el futuro ocurrió ayer. Todo mezclado a servicio de los que tienen abierta la imaginación en el presente.
Solo un asunto (los demás los puede encontrar el lector con sobrada abundancia en Internet y YouTube), quizá el más importante a mi parecer de la batalla de las Navas de Tolosa, para corroborar lo que he dicho. No se puede entender esta batalla sin sus dimensiones sobre el campo de enfrentamiento y sin las consecuencias sobre los acontecimientos posteriores, si olvidamos la conversión de la misma por parte de sus dirigentes en una Cruzada en el caso cristiano y una Yihad en el caso almohade. Sin una llamada desde el más allá (donde se encuentran los anhelos inmateriales y eternos) al más acá (donde se encuentran lo estrictamente material y la coyuntura política finita de la época) todo habría pasado como una escaramuza de patio colegio entre los contendientes. Así pasó en las guerras de religión del siglo XVII, entonces la batalla era entre católicos contra protestantes. Así en nuestro moderno, ilustrado y tecnologizado siglo XX, entonces la batalla fue entre fascistas contra comunistas. Así siempre, porque lo permanente de nuestras condición humana no cambia nunca, y siempre se puede hacer, si fuera pertinente, un llamada desde el más allá para que repercuta en todo lo alto en el más acá.
Es como si la humanidad, en la toma de autoconciencia de la fuerza de su diversidad, una de las partes quisiera de vez en cuando echarla un pulso al uno primordial y quedarse con la vacante. En lugar de aspirar, como mucho, a ser el exponente crítico de su época.