jueves, 18 de enero de 2024

LA GALLINA CIEGA 1

 UNA MEDITACIÓN PREVIA

Se dice pronto. ¿Por qué no hacemos un recorrido por el Madrid de la Post Guerra, ya que acabamos de hacer uno por el Madrid de la Guerra? La Guerra, como es fácil suponer, se refiere a la Guerra Civil Española, claro está. Y la Postguerra es esa otra forma de nombrar la dictadura franquista y la democracia. Pues ambas son  posteriores pero se retroalimentan con reciproco fervor en el Presente y en cada presente, aunque con grado diferente, a aquella ominosa guerra. Nada más y nada menos. Así es como a veces te interpela la realidad exterior, sin previo aviso. Lo primero que me vino a la cabeza, cuando escuché a mis amigos de tertulia hacerme esta propuesta, fue la novela de Maxaub, “la gallina ciega.” Pues este título también da nombre, a mi entender, al estado de la vista de esa Postguerra, cuya miopía indiferente todavía nos afecta. En su novela el escritor español-mexicano cuenta cómo percibió la España de Franco, 30 años después de acabada la guerra civil, cuando volvió del exilio en 1969. Escribe así Maxaub en un pasaje de “la gallina ciega”: 

“¿Cómo puedo ponerme a juzgar si estoy mirando - viendo - lo que fue y no puedo ver, más que como superpuesto, lo que es? Tengo que hacer un esfuerzo. Tendré que hacerlo, a cada momento, no olvidarme de la fecha, del tiempo pasado. Matar los recuerdos. No he venido a eso sino a trabajar en lo que fue (uno) y ver, por mi gusto, lo que es (dos). No a relacionarlo. Y es lo que hago en todo momento, sin remedio.”


Los años han pasado y el desarrollismo económico iniciado en 1959, con la bendición del emperador norteamericano Ike, ha sacado al país de los peores años de la autarquía. Todo es paz, y así lo ha celebrado el régimen en 1964, los 25 años de paz por la voluntad y la gracia del Caudillo. Mejor de Dios y del Caudillo. Max Aub quiere ver la persistencia de sus recuerdos en las calles. Pero ya no es posible. Así escribe más adelante:

“Ni estamos - mi generación - en el mapa. Todo es paz. Es curioso cómo eso de los veinticinco o treinta años de paz ha hecho mella, o se ha metido en el meollo de los españoles. No se acuerdan de la guerra - ni de la nuestra ni de la mundial -, han olvidado la represión o por lo menos la han aceptado. Ha quedado atrás. Bien. Acepto lo que veo, lo que toco.”


Me parece que “la gallina ciega” podría se el libro fundacional de la Postguerra y de la democracia, le comenté. No me respondió. El camino que había abierto el desarrollismo franquista Maxaub no lo veía, no podía imaginarse que los vencedores de la guerra pudieran evolucionar de esa manera tan entusiasta. El combate por el advenimiento de la democracia de todos contra el final de la dictadura franquista, que en 1969 estaba en marcha, fue algo de una inesquivable importancia tanto para Maxaub como para quienes formaban parte del exilio exterior e interior, a saber, la Propia Identidad o, lo que viene a ser lo mismo, el modo en que estaban dispuestos a representarse a ellos mismos en esa tesitura. La imagen que el exilio exterior, con Maxaub a la cabeza, y los del exilio interior estaban dispuestos a admitir en el espejo deformante de los que formaban, treinta años después, la España de todos que se vislumbraba en el horizonte inmediato ya en esos años. 


De alguna manera lo que le ocurrió a Maxaub es lo que le pasa a todo quisque con el paso del tiempo y con la transformación del espacio. Maxaub volvió a España en 1969 con la mirada de quien como Polifemo solo mira con un solo ojo, el ojo del pasado. Algo similar a lo que le pasó a Ulises en su odisea al volver a casa, después de su periplo de veinte años por el mar Egeo, que va desde la victoria en la guerra de la ciudad de Troya hasta la llegada a Ítaca, donde el único que lo reconoció fue su perro. Es lo que le pasa a cualquier líder influyente que no se reconoce en su muy amado Delfín, que lo empuja sin su permiso para que abandone cuando antes el sitial del poder. Es lo que le pasa a cualquier padre o madre que ya no se reconocen en las palabras y en las actitudes de sus vástagos veinteañeros, cuando fue anteayer cuando todavía le cambiaban los pañales. Piensas que vuelves a tu casa y resulta que ya no existe, como si la hubiese llevado un vendaval o un bombardeo. Piensas que no te has ido de tu ciudad y resulta que te han echado extramuros, sin darte cuenta. En fin.


Bajo la influencia de la mirada de Maxaub sabía que la vuelta a la postguerra significaba aprender a lidiar con los discursos pretendidamente progresistas que desde entonces lo seguían dominado todo. Los Unos se quedaron con la pasta y los Otros con la ideología. Fue el pacto y el reparto de funciones que tácitamente hicieron los herederos de los vencidos y los herederos de los vencedores de la guerra nada más morir el Caudillo en 1975, y que aun sigue vigente en la democracia al margen de la Constitución que la ampara. Para que todo siga en paz. Pero también sabía que, a punto de cumplirse los 50 años después de la muerte del Caudillo, sólo cabía abordar la postguerra desde la tolerancia un asunto tan grave como la democracia misma. Por un lado, los herederos de los vencidos, los dueños de la ideología, eran incapaces de reconocerle las virtualidades transformadoras de la realidad de esa manera de organizar lo público, y por otro, los herederos de los vencidos, los de la pasta, les era absolutamente indiferente el destino de eso que los Unos llamaban lo público. Algo que ni Maxaub supo ver qué se estaba aproximando en 1969, mirando como estaba mirando a 1939 solo con el ojo del pasado, al igual que la pléyade de progres actuales no saben ver qué ya ha llegado y llama a las puertas de ciudad en 2023, solo con el ojo de Polifemo puesto en 1975.