jueves, 4 de enero de 2024

LAS NAVAS DE TOLOSA

 La batalla de las Navas de Tolosa, llamada en la historiografía árabe «batalla de Al-Iqāb» o «batalla del castigo» y en la cristiana también «batalla de Úbeda», enfrentó el 16 de julio de 1212 a un ejército aliado cristiano formado en gran parte por tropas castellanas de Alfonso VIII de Castilla, aragonesas de Pedro II de Aragón, navarras de Sancho VII de Navarra y voluntarios del Reino de León y del Reino de Portugal contra el ejército numéricamente superior del califa almohade Muhammad al-Nasir en las inmediaciones de la localidad jienense de Santa Elena. Se saldó con la victoria de las tropas cristianas y está considerada como una de las batallas más importantes de la Reconquista.

Fue iniciativa de Alfonso VIII entablar una gran batalla contra los almohades tras haber sufrido la derrota de Alarcos en 1195.3 Para ello solicitó apoyo al Papa Inocencio III para favorecer la participación del resto de los reinos cristianos de la península ibérica y la predicación de una cruzada por la cristiandad, prometiendo el perdón de los pecados a los que lucharan en ella; todo ello con la intercesión del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada. Saldada con victoria del bando cristiano, fue considerada por las relaciones de la batalla inmediatamente posteriores, las crónicas y gran parte de la historiografía como el punto culminante de la Reconquista y el inicio de la decadencia de la presencia musulmana en la península ibérica, aunque en la realidad histórica las consecuencias militares y estratégicas fueron limitadas, y la conquista del valle del Guadalquivir no se iniciaría hasta pasadas unas tres décadas

Intentar adentrarse en lo que significó la batalla de las Navas de Tolosa es sencillamente toparse con la sustancia, por decirlo así, de que está hecho este mundo hispánico nuestro y, por extensión, el mundo del continente europeo en general. Es adentrarse en la herencia recibida de nuestros antepasados antes de que decidiéramos, con mucho arrojo y más arrogancia si cabe, auto llamarnos de forma irreversible: los modernos. Me refiero, como no, a la pugna entre las conjeturas históricas y existenciales de los personajes que participaron en la batalla y la doctrina de los creyentes de ambos bandos. Historia y Fe dan forma, como si fuesen las abscisas y las coordenadas correspondientes al espacio y al tiempo, a la batalla campal que se produjo hace más de 800 años. Como si hubiera sido ayer mismo, una batalla campal más, de las muchas que se libran cada día a cuenta de nuestras doctrinas y nuestras historias. 


Vaya por delante que lo primero que me vino a la cabeza, nada más poner los pies en el lugar de los hechos, fue que si tuviéramos una industria cinematográfica más solvente la batalla de las Navas de Tolosa sería comparable a la de, pongamos, Stalingrado, en el sentido que los destinos de los combatientes y a quienes representaban nunca volvieron a ser lo mismo después de acabado el enfrentamiento. Hay un antes y un después de la Batalla de las Navas de Tolosa en la península Ibérica, como hay un antes y un después de la Batalla de Stalingrado en el continente europeo. El caso es que hoy la batalla por la exactitud del lugar y el tiempo de los hechos, tal y como ordena el paradigma histórico cientifista dominante, se libra entre los diferentes gremios de investigadores de toda laya y condición, que comparecen en congresos y estudios monográficos ante la llamada que todavía llega desde esos lugares y esos tiempos. La batalla por la verdad de lo allí acontecido, ante esa misma llamada, se abre camino poco a poco entre los lectores con las novelas históricas, que van apareciendo en las estanterías de las librerías. 


Esta tensión entre exactitud científica histórica y verdad novelesca acompaña al visitante de hoy en su vuelta turística al pasado, sin que se produzca un consenso entre las partes. Los historiadores cientifistas no quieren soltar el mango de la sartén que les permite cocinar en sus congresos y artículos la última palabra sobre el asunto, pero toleran las novelas de los novelistas históricos siempre y cuando la palabra ficción sea sustituida por espectáculo, en sintonía con la sociedad de masas en la que vivimos. Parte del dinero que consiguen movilizar los segundos se transforma en subvención o becas de ayuda a la investigación de los primeros. Por fin llega el consenso y todos contentos.


Por lo demás, y volviendo a la tensión que he aludido al principio entre Historia y Fe, lo más interesante de ir al lugar de donde se produjeron los hechos de la batalla de las Navas de Tolosa es comprobar algo que vengo sospechando desde hace tiempo, de la mano e inteligencia de Bruno Latour , Juan Arnau y otros filósofos críticos con las formas de prevalecer a toda costa eso que hemos dado en llamar, modernidad o postmodernidad o antimodernidad. Vaya usted a saber. La visita al campo de La batalla de las navas de Tolosa y aledaños me confirma, una vez más, junto con otras visitas a lugares donde han ocurrido acontecimientos que pertenecen solo por razones de calendario a eso que seguimos llamando el pasado, que al igual que la palabra moderna el pasado no existe. O dicho con otras palabras, el ayer sucederá mañana y el futuro ocurrió ayer. Todo mezclado a servicio de los que tienen abierta la imaginación en el presente. 


Solo un asunto (los demás los puede encontrar el lector con sobrada abundancia en Internet y YouTube), quizá el más importante a mi parecer de la batalla de las Navas de Tolosa, para corroborar lo que he dicho. No se puede entender esta batalla sin sus dimensiones sobre el campo de enfrentamiento y sin las consecuencias sobre los acontecimientos posteriores, si olvidamos la conversión de la misma por parte de sus dirigentes en una Cruzada en el caso cristiano y una Yihad en el caso almohade. Sin una llamada desde el más allá (donde se encuentran los anhelos inmateriales y eternos) al más acá (donde se encuentran lo estrictamente material y la coyuntura política finita de la época) todo habría pasado como una escaramuza de patio colegio entre los contendientes. Así pasó en las guerras de religión del siglo XVII, entonces la batalla era entre católicos contra protestantes. Así en nuestro moderno, ilustrado y tecnologizado siglo XX, entonces la batalla fue entre fascistas contra comunistas. Así siempre, porque lo permanente de nuestras condición humana no cambia nunca, y siempre se puede hacer, si fuera pertinente, un llamada desde el más allá para que repercuta en todo lo alto en el más acá.


Es como si la humanidad, en la toma de autoconciencia de la fuerza de su diversidad, una de las partes quisiera de vez en cuando echarla un pulso al uno primordial y quedarse con la vacante. En lugar de aspirar, como mucho, a ser el exponente crítico de su época.