miércoles, 24 de enero de 2024

LA GALLINA CIEGA 3

 SU MIRADA ES OTRA COSA

Al ir abandonado la plaza de Santa Ana noté en Maxaub un estado de nerviosismo, más o menos auto controlado, que lo tenia atado e ensimismado a la estatua de Federico García Lorca. Luego, mientras caminábamos por el callejón del Gato, me acordé que en sus memorias había escrito la irritabilidad que le produce la indiferencia. También empecé a entender la preocupación casi obsesiva, también lo deja por escrito en su memorias, que le producía el hecho que nadie le preguntase por él y sus colegas de la época republicana. Esa era la indiferencia que le producía gran irritación, delante de la estatua de García Lorca, oculta detrás de un sinfín de turistas haciéndole fotos. Los visitantes de hoy de Madrid si saben quién es el poeta granadino, pero no lo saben como lo sabe Maxaub. Eso es la irritación republicana de antaño, me dije. 


El paso por el callejón del Gato alivió en parte ese malestar que le había causado la estancia en la plaza de Santa Ana. El desamor que mostraban los turistas por el líder poético del la generación del 27. Cuesta a los republicanos de ahora entender a los republicanos de entonces, ni siquiera las deformaciones valleinclanescas de los espejos del callejón del gato ayudan mucho a ello. Esas distorsiones están mejor construidas en las caras de los personajes que no dejan de hacerse presentes en la plaza de Santa Ana. Max Estrella, el tocayo de Maxaub, no deja de aparecer en forma de barrendero con hilos musicales varios adheridos en su carro de basura con cinta aislante. O en forma de camarero pinturero haciendo equilibrismo con su bandeja en bandolera, entre mesa y mesa de las diferentes terrazas que ocupan la plaza. O, como no, transmigrado al turista americano con sombrero stetson que hacía lo imposible para hacerse un selfie, junto con su acompañante, delante de la estatua de Federico. A cuenta de la irritación republicana de Maxaub, claro está.


Esa irritación debe entenderse como el malestar general de postguerra en el que vivimos. Me gustaría saber cual será el malestar propio de vivir en una democracia, para poder compararlo, le dije a Maxaub. El caso fue que dirigimos nuestros pasos a endulzar esa irritación de la mejor manera posible. Las pastelerías castizas, del Madrid castizo, el Pozo y Casa Mira, nos esperaban con sus turrones y roscones de reyes en los escaparates. Compramos y guardamos la  compra, y, como hacía mucho frío nos dirigimos a casa Lhardy, donde nos esperaba su caldo estrella para entrar en calor. Noté que el semblante de Maxaub iba cambiando, que su irritación, por decirlo así, se iba disolviendo entre los callejones que comunicaban lo dulce con lo salado, el ayer con el hoy, los turistas con sus recuerdos. Iba cambiando para bien, no para hacerse un republicanismo de hoy, pero si para hacer que su vuelta a Madrid no quedara exclusivamente poseída por su recuerdo más doloroso. Ya estábamos cerca del Km 0 de la Puerta del Sol. No había nada entre medias que pudiera alterar el cambio de semblante de nuestro invitado. La Puerta del Sol no tiene ideología, es una ONU portátil y transitable en cualquier dirección, y eso esperaba que le ayudase a aparcar, por unos minutos, todos los resquemores acumulados. 


En efecto, ponerse delante del Km 0 me di cuenta que definitivamente espantó de su cara la irritación. No se si Maxaub tuvo formación matemática en sus años jóvenes, pero la imagen del cero le transmitió esperanza. Algo parecido, creí detectar, a que no todo estaba perdido. Además tuvo que esperar una pequeña cola hasta que le llegó su turno. Cuando se pudo delante del rótulo Km 0 se transformó. Aquí vuelve a empezar todo cuando todo se ha acabado, me pareció oírle murmurar entre dientes. Una señora le interrumpió para que le dejara hacer una foto con su nieta. Maxaub  ni se inmutó. Me acerqué a la señora y le comenté que era un exiliado inmortal. Ella se sintió intimidada, no sé si por la frase o por el tono que la pronuncié, el caso es que se retiró como si estuviese delante de alguien que estuviese rezando en una iglesia.


Cometes un error y sabes que lo estás cometiendo y no tiene remedio, quería decirle a Maxaub desde que lo recibí en la estación de Atocha pero no me atrevía ha hacerlo. Porque también me lo repetía a mi mismo una y otra vez a cada paso, y eso me paralizaba. La dos visones republicanas del mundo, la de ayer y la de hoy, no lograban entenderse o, mejor dicho, teníamos dificultad para entendernos, aunque acabábamos de conocernos. O a lo mejor no tanto, y este era meollo del asunto.


Mira hacia arriba, le dije a Maxaub todavía con los pies al lado del Km 0, y antes de dejar hueco al siguiente que ya mostraba su impaciencia para ponerse donde había que ponerse para sentir al hálito del cero, es decir, sentir la sombra alargada del infinito. Ves aquel anuncio de Tío Pepe, si me contestó con cara atónita. Es un anuncio indultado por la municipalidad franquista. Aunque te parezca mentira. Fue un gesto con vistas al turismo incipiente de los años sesenta. Ya sabes, la visita memorable de IKE, el presidente general de los Estados Unidos de America en 1959, a la que tuve el honor de asistir de la mano de mi padre, esperanzado de que IKE nos iba a llevar a un mundo material mejor. Intuitivamente esperanzado, digo, si tenemos en cuenta la cantidad de hambre que mi padre había pasado con solo 32 años de vida. Hubo otros indultos de anuncios, que ya veremos, con los que el régimen pretendía lavar su cara ante la multitud que se avecinaba. Era la introducción publicitaria a la nueva etapa de la postguerra en la que estamos todavía, como ya te he dicho.