viernes, 19 de enero de 2024

LA GALLINA CIEGA 2

 EL VENCIDO QUE HA VENIDO PERO NO HA VUELTO

El mismo día que se cumplían 30 años del pacto nazi soviético y poco más de 4 meses del final de la Guerra Civil Española, se le vio en la estación de Atocha con un maleta en una mano y un paraguas en la otra. El 23 de agosto estaba totalmente despejado y hacia calor, como no podía ser de otra manera, así que lo del paraguas debía tener otro significado para el recién llegado. Lo había citado para que nos acompañara en un recorrido por el Madrid de la postguerra civil española, esperando que los años transcurridos no fueran un inconveniente, todo lo contrario más bien un acicate. Maxaub había escrito en “la gallina ciega” que “España se metió en túnel hace treinta años y salió a otro paisaje. Desconocida, se desconoce.” Ese otro paisaje es lo que me interesaba para nuestro recorrido, si lo sabía acompañar adecuadamente, con la sombra del autor de “la gallina ciega.” Porque, a mi entender, con esos mimbres se podía construir la traza de ese paseo peripatético que íbamos a iniciar. Una traza formada por sombras que seguían presentes, deambulando bajo la superficie de los paisajes que hoy sostienen nuestros pasos y conversaciones. O dicho de otra manera, de lo que se trataba era de mirar debajo del asfalto y de las fachadas de los edificios y de los rostros y formas de las estatuas en las plazas, para ver el Madrid que sigue saliendo del túnel en que se metió en 1939, porque lo que se ve sigue siendo en gran parte desconocido.


Después de tomarnos juntos un café y hacer las presentaciones, subimos por la calle de Atocha. Sin ánimo cronológico le quería mostrar a Maxaub una salida del túnel que parecía una entrada. Al llegar a la plaza de Antón Martin apareció antes nosotros el mazacote de cemento e hierro que quiere dar homenaje a los caídos por efecto de la barbarie. Como cuando entonces, me dijo, Maxaub. En efecto, el monumento recordaba a los abogados laboralistas del sindicato CC.OO. muertos a tiros el 24 de enero de 1977 por un comando de extrema derecha en su despacho, sito en el número 55 de la misma calle de Atocha. Este hecho junto con tres de la misma estirpe, ocurridos esa misma semana, dieron nombre a la semana trágica de Madrid que puso en un grave peligro la llegada a junio de ese mismo año para la celebración de las primeras elecciones democráticas, que ya estaban convocadas. Como en julio de 1936 con los asesinatos del teniente Castillo y del diputado monárquico José Calvo Sotelo, me recordó Maxaub.


Noté, sin embargo, que giró la vista hacia la calle y su rostro no manifestó desagrado. Al contrario, comprobé un grado de satisfacción que, por otro lado, sabía que sería siempre inconfesable con sus palabras. El seguía metido en el túnel o, más bien, pensé que el túnel corría por su venas sin darse mucha cuenta de ello. Imagen, esta última, perfectamente compatible con la satisfacción visual que mostraba ante la alegría de vivir que transitaba por la calle, imagen, en fin, muy dominante entre las nuevas generaciones y su relación con el pasado. O sea, que algo de razón tenía Maxaub cuando miraba lo que miraba y decía lo que decía. 


Seguimos andando por la calle de Atocha hasta llegar a la plaza de Santa Ana. Lo primero que detectó Maxaub fue la estatua de Federico García Lorca, que alguno de su amigos lo vieron por última vez, recordó con tristeza, en esta plaza antes de su viaje fatídico a Granada, aquel mes de agosto de 1936. En el extremo opuesto de la plaza la estatua de Calderon de la Barca pone la marca teatral definitiva al lugar. Efectivamente, a esta plaza venían los paisanos que estaban en el túnel de Maxaub a solazarse por unas horas con la presencia de actores y toreros que salían del cercano hotel Victoria. Era su día de asueto, su salida del túnel por unas horas para volver a él al acabar el espectáculo. No muy diferente es hoy le dije a Maxaub, y siempre. Así no hay manera de conocer y conocerse, respondió. En esas estamos, le dije. Luego le recordé que Einstein dijo en una ocasión que el tiempo solo es una persistente ilusión, que el pasado, el presente y el futuro constituyen una totalidad que se actualiza en función del observador. A mi me lo vas a decir, respondió con la seguridad de haber oído la cita del físico alemán. No tanto de comprender el alcance de su influencia en sí mismo y en el futuro de la humanidad.


Manolete, le pregunté, ¿te acuerdas del torero Manolete? Nunca me han gustado los toros, pero si me acuerdo que fue adicto al régimen franquista, respondió con indiferencia controlada. Pues cuando venía a torear a Madrid se hospedaba en el hotel Victoria, y al dirigirse a la plaza de toros de las Ventas, se daba una vuelta por la plaza de Santa Ana para darse un baño de multitudes, vamos igual que hace ahora cualquiera famoso. Así todos contentos, así se fue asentando el régimen. Por eso cuando murió en 1947, el entierro fue multitudinario, lo mismo que cuando enterraron al alcalde Tierno Galván ya entrados en la democracia. Mientras yo hablaba sobre Manolete Maxaub seguía contemplando ensimismado la estatua de Federico García Lorca. No dijo nada.