miércoles, 21 de octubre de 2015

SOMOS INFERIORES A NUESTROS SUEÑOS

Tal vez sea la explicación de por qué se nos amontonan en el paladar (sin atrevernos a sacarlas fuera) las palabras que no forman parte del modo como soñamos, sino del modo como nos trata la vida, de como nos tratamos con ella. Así como nuestros sueños son diferentes, lo que hace imposible pensar maneras para compartirlos (como los gustos, cada uno tiene los sueños que le peta, y ya está), el trato con la vida nos hace muy semejantes, lo que hace más factible, y necesario, imaginar espacios y tiempos donde tomar parte reciproca en sus asuntos. Donde decir, al fin, las palabras que, apelmazadas en el paladar, tienen que ver con todo ello. Pero lo mas dramático – cierro los ojos con fuerza al decirlo - es que aunque la vida nos trate cruelmente, no nos otorga por ello, como compensación, la capacidad inmediata de mirarla de frente con todo el rigor y la atención que exige su constante y feroz apabullamiento, la capacidad de saber elegir las palabras mas convenientes en cada momento. Hay que aprenderlo. Y, sin embargo, es imposible escapar a su presencia, que acaba por ser mas fuerte y determinante que la de las palabras que sostienen nuestros sueños. Inevitablemente destinadas a su disgregación.

Es ésta una intuición que se me acrecienta, en su aspecto mas crudamente emocional, cuando me siento a contemplar una playa en invierno. Aunque, paradójicamente, la razono con mas lucidez, y en todos sus recovecos, en los meses en que el calor mas aprieta, cuando las playas parecen enormes parrillas ahítas de carne a la brasa.