¿Que se quiere contar cuando se dice que al leer lo que se pretende es aprender y crecer? Dando por hecho que quien escucha entiende lo que se quiere decir con ello. Digo esto porque quien así suele hablar, un lector adulto, es alguien al que se le supone “aprendido y crecido” cuando se dispone a entrar en un relato adulto. Yo pienso que son
expresiones que mas que abrirse a un mundo desconocido, como aparentan sugerir, apuntalan mas a quien las dice en el que ya se encuentra enraizado. Es chocante, además, en este galimatías que es la comunicación humana, que esta necesidad de aprender y crecer no esté en boca de quienes, simultáneamente, están comenzando la andadura de la vida. Muy al contrario, estos pipiolos presumen constantemente de estar de vuelta de todo aprendizaje y crecimiento. La vida es así de rara.
En relación con lo anterior me da por pensar que muchos lectores tienen una visión restrictiva del uso del lenguaje, el cual no va más allá de ser una mero instrumento para intercambiar información. Bien es verdad que sofisticada, si lo queremos comparar con el que utilizan los otros seres vivos con quienes compartimos el planeta. Es decir, leer a cambio de un poco más de información que poder sumar así al patrimonio ya atesorado, lo que inevitablemente redundará en un estirón en el bagaje interno del lector.
Este estilo mecanicista y acumulativo con el que muchos lectores entran en el universo poético de una novela, para entendernos: como un elefante en una cacharrería, domina el mundo actual, donde el lenguaje es un instrumento más a servicio de un único objetivo: que cuadre la cuenta de resultados. Conviene tenerlo en cuenta, porque todos
nosotros pertenecemos y sobrevivimos en ese mundo, y usamos diariamente ese tipo de lenguaje. Conviene tenerlo en cuenta, para saber cuales son las transformaciones que estamos dispuestos a experimentar como lectores, al entrar en el universo de una novela, en el que, por definición, su narrador esta obligado a expresarse mediante la invención de un mundo sensible y coherente, en absoluto
raro como la vida y ajeno a cualquier idea que tenga que ver con lo contante y sonante. Con lo medible. Un universo donde el narrador nunca sacrificará los sentidos y los sentimientos a ellos asociados, nunca "matará" la vida para acceder, mediante la información, al entendimiento de ideas y conceptos abstractos formulados de forma apriorística.
No se lee para aprender y crecer, sino para hacer algo con lo que se lee. Y esa acción inevitable, que es hacer un camino, no es otra que la escritura. Hay que hacerla y recorrerla. Hay que escribir. Y entonces, sólo entonces, el lector podrá comprobar lo que ha aprendido y crecido. Y para qué y en qué dirección. En fin, podrá comprobar que es lo que ha entendido y lo que le queda por entender, que es de lo que se trata.