miércoles, 28 de octubre de 2015

SOBRE LA MEDIOCRIDAD

El descubrimiento de que la vida nunca va de broma (no otra cosa significa ser adulto) debería acercarnos a la literatura y a la creación en general (no me refiero solo a la literatura que se ve como arte: en festivales, en los premios, en las librerías, en el mundo económico, sino fundamentalmente a la literatura que nos hace ver, no sólo su arte, sino, sobre todo, la vida) para dos cosas. Una, para consolarnos de tan espantosa toma de conciencia. Dos, para tratar de entender lo que eso supone hasta que nos llegue el momento de la tumba final. Consuelo y conocimiento que forman las coordenadas por donde debería transitar el tiempo de la llamada edad adulta. Un tiempo que es real y de ficción al mismo tiempo (ya no es todo ficción como cuando éramos niños, ni solo real como cuando éramos jóvenes), y que debe ser, por tanto, de renovación y mejora de nuestra humanidad. Deteriorada y desgastada en su incapacidad de alcanzar significaciones creíbles por el hecho de insistir en continuar vivos. Se trata de superar la concepción mercantil de la palabra entretenerse, alcanzando a entender su verdadera dimensión existencial. Estar entre. Existir entre y dentro de un horizonte limitado del pensar, más allá del cual parece encontrarse la seriedad y autenticidad del ser. Eso invisible, siempre reacio a su acontecer delante de nosotros, y que es de donde surge el horizonte de nuestro saber.

No se trata de salir de la dorada mediocridad, propia del bienestar de nuestro modelo de vida, mediante la puesta en práctica de la pura vitalidad. Eso que se llamaba voy a pasármelo bien o voy a meterme en multiplicidad de tareas que me hagan sentirme vivo. Yo creo que lo importante es tener conciencia de cuánto tiempo hace que uno está mirando las cosas de la misma manera. Esta autoconciencia es la que nos permite saber que tenemos que hacer para intentar verlas desde otro punto de vista.  Siempre insisto que el escribir es una acción, una tarea que nos marca el camino, nos marca el sentido y el acorde de esa nueva manera de ver las cosas, una vez que uno tiene conciencia de que su manera de ver el mundo produce una situación de estancamiento y aislamiento, en definitiva de ceguera verbal y visual. En última estancia, yo creo que es algo que tiene que ver con esa obligación, como dices Jaspers, que tenemos los seres humanos de esclarecimiento permanece y constante de nuestra propia existencia. Es decir, de la búsqueda de la verdad y del lugar que podemos tener a nuestra disposición para llevar a cabo toda esa actividad.

El ser humano es una existencia autoconsciente, Es decir, que a diferencia de los animales nos damos cuenta perfectamente de que estamos existiendo, lo cual nos permite saber en cada momento como y por qué no practicamos la mediocridad, en qué medida somos mediocres o somos creativos, en qué medida seguimos viendo las cosas como hace mucho tiempo. Y, por tanto, podemos mirarlas y hacerlas de otra manera o podemos decidir no hacerlo. Somos autoconscientes de nuestra mediocridad y de nuestra creatividad. Por eso no es acertada la división de los empíricos cientifistas de dividir a los humanos en dos grupos: los mediocres y los creativos.


No podemos no pensar y, por tanto, no podemos no ser creativos, no podemos no ser mediocres. Se trata, en última instancia, de cómo nos enfrentemos ese esclarecimiento de nuestro ser en el mundo, es decir, de nuestra relación con las posibilidades que se nos presentan al abrirnos al mundo al que pertenecemos.