Lo mejor de la novela "Crimen y castigo", de Fiodor Dostoievski, es que su narrador muestra su historia, directamente y sin tapujos, para que el lector adulto actual, o el venidero, le dé cabida en su imagen del mundo y en su sensibilidad. No la muestra para que hagamos una comprobación histórica o una tasación ideología o profesional, ya que el lenguaje que utiliza lo impide. Sin embargo, lo difícilmente aceptable, leído el relato poniendo los sentimientos adultos en cada página, es descubrir que ahí dentro no hay nada memorable. O mejor dicho hay asco, resentimiento, miseria, babas, dolor, envidia, falta de coraje, traición, avaricia, cinismo, incompetencia, ambición desmedida. Y el remate final de bondad y amor de Sonia, que redime al protagonista Rodia Raskolnikov a siete años vista. En fin, hay todo eso que impulsa la lenta aniquilación de quien ha decido prescindir de Dios tratando vanamente de ocupar su lugar. Así Rodia Raskolnikov, un asesino sin sueldo, que nos señala el destino del alma humana moderna, cuya sensibilidad es únicamente nihilista. Es decir, un alma que se sabe sola y desterrada en el propio universo, definitivamente fuera del paraíso, víctima y verdugo de ese colosal y lacerante abandono y destierro. Un alma que, desde la Moral de Aristóteles, no ha hecho otra cosa que especular con los valores y comerciar con ellos. Un alma que después de ese largo recorrido está hoy agotada y a punto de acabamiento, pero que sus tenues rescoldos sirven todavía como foco de nuestra actual sensibilidad nihilista y transparente. Nos hemos quedado sin ética, sin política, en fin, nos hemos quedado sin mundo. Como individuos, entonces, todo dependerá de lo que nos encontremos por la calle. Y de lo que seamos capaces de hacer al comunicarnos con ello. Eso es todo. Que aunque nos parezca poco es mucho, porque desde Caín, el primer asesino sin sueldo, es lo de siempre. Lo que pasa es que como ya no podemos soñar como dioses, lo de pensar como pordioseros, por efecto de ese colosal vacío, nos cuesta aceptarlo. Pero tenemos la vida que nos queda por delante. Esa es nuestra única esperanza. Ahora sí, humana, irreductiblemente humana.
Y si no hay nada memorable, ¿cómo constituirnos como lectores para adentrarnos en esta catedral del nihilismo que es "Crimen y castigo"? Así como nos sigue interesando y asombrando entrar en el otro gran monumento a la inutilidad humana, las catedrales góticas - será por la melancolía que nos produce saber que toda aquella fastuosidad, todo aquel homenaje a la luz, se hizo para honrar la gloria de dios, que es lo mismo que honrar la gracia que les otorgaba a nuestros antepasados y que se alojaba dentro de ellos - entrar en este otro monumento a la nada absoluta, a la muerte, es tan estremecedor, tan difícil, lo que no le resta un ápice a su necesidad lectora. Porque el mundo que habitamos cada día está hecho con esos mimbres, no con los de las grandes construcciones medievales. ¡Qué más quisiéramos nosotros, doloridas y angustiadas almas!
¿Por qué seguimos vivos, y por qué vivimos tantos años?, me pregunté después de oír al narrador de "Crimen y castigo". Porque somos capaces, como Rodia, de aguantarlo todo, de traicionarlo todo. Porque, aunque nihilistas como Rodia, todavía seguimos como corderos la condena divina ancestral de mantenernos vivos, incapaces de seguir el precepto de la rebelión del Lucifer triunfante: pensar por qué estamos vivos. Un vivir ovino llevado a cabo mediante las cambiantes formas oníricas de las religiones laicas (política, ecología, deporte, economía, educación,...) y de las de siempre, y también con la nueva religión de la artisticidad de masas. Formas "religiosas" que desde Rodia viene adoptando el nihilismo que siguió a la muerte de Dios, y que permite a sus seguidores poder practicar unas actividades con la fe del más conspicuo y arrebatado de los creyentes antiguos. ¿Cuánta crueldad, cuanta malignidad, cuánto cinismo hay en la fe de estas modernas andaduras? Kafka remató con sus escritos lo que sugirió Dostoieviski con los suyos, mostrando toda la extrañeza y desamparo que se dan entre los seres humanos de nuestro tiempo. Los del checo ya no son catedrales, son bocetos inacabados, que devienen en monstruos reconocibles, de una civilización a punto de su aniquilamiento. Después de la Luz incuestionable y omnipresente de Dios, solo nos queda la Ley Implacable y oscura de no se sabe quien. El ser humano no puede hacer nada fuera de su imperativa omnipresencia. Y dentro sabe que está condenado a ser un Don Nadie. Es decir, positivamente transparente en su total falta de fe.
En un momento de la tertulia se puso el énfasis en la bondad de Sonia, que es también la diferida redención de Rodia. Una bondad que se pretende, in extremis, como la última esperanza de salvarnos. Una bondad que en nuestra época nihilista nombramos, como a todo su campo semántico, bajo el rótulo de Lo Positivo: "hay que ser positivo, porque sino estamos condenados". Me parece que todo ello tiene que ver con la melancolía que nos acogota y que proviene de cuando estábamos tocados por la gracia de dios, y que inexplicablemente sigue habitando dentro de nuestro nihilismo. Seguimos sin aceptar que desde Rodia eso ya no es posible. La bondad como la maldad, como todo lo Positivo y lo Negativo, no existen en si mismos, ni ocupan un lugar determinado donde acudir a proveernos a la carta. La bondad y la maldad son únicamente un producto de la comunicación humana, que es lo que nos diferencia de los animales. Ya no hay gracia divina que bendiga o condene nuestros actos buenos o malos. Ni receptores de la misma, pertenecientes a una congregación de elegidos. ¿No lo quiere así nuestro pensamiento y nuestra sensibilidad al prescindir de la imagen de Dios? No podemos hacer nada contra el imperio omnipresente de la Ley implacable y oscura, cierto, solo podemos hacer algo con esa impotencia y la incompetencia existencial que produce. Hacer algo y decírselo a los otros. Somos impotentes e incompetentes frente al misterio de la existencia, no otra cosa significa esa Ley opaca que nos sale al paso poco antes de despeñarnos en el abismo. Pero no somos mudos, ni estamos quietos, y nuestra soledad esta rodeada de otras soledades igualmente extrañas y desamparadas. De nosotros depende el cómo, el para qué y el con quién queramos sentirnos acompañados. Propongo que estemos juntos para habitar y sentir nuestra incompetencia frente al por qué. Al fin y al cabo, los seguidores del "hay que ser positivos" no pueden eludir, tarde o temprano, tener que enfrentarse a la pregunta de Kafka: ¿dónde he de colocarme para saber de la vida?: fuera de la Ley o dentro de la Ley. A los que seguimos los pasos de Josef K, el protagonista de "el Proceso", no nos sorprende del todo la pregunta. Como tampoco las decisiones de su pariente protagonista anterior, Rodia. Me parece estimulante pensar que la lectura de "Crimen y castigo" pueda llegar a ser para los militantes de Lo Positivo y la Transparencia una storytelling negativa, y que encuentren su verdadera salvación en los efectos colaterales remotos e imprevisibles. Como la salvación de Rodia lo será siete años más tarde, cuando se libre de los grilletes de la prisión, gracias al amor de la bondadosa y paciente Sonia.
Sea como fuere, el caso es que hay que leer "Crimen y castigo". ¿Cómo hacerlo,sobreponiéndonos a la tentación de los intercambios o poses psíquicas, historicistas, sociológicas, políticas, etc? ¿Cómo hacerlo desde la humildad de los humillados, la crueldad de los crueles, la nada gris como sustancia espiritual de la mayoría, la mansedumbre de los mansos? No se me ocurre nada científico que recomendarles. "Crimen y castigo", 150 años después de su publicación, debería ser uno de nuestros libros de cabecera. Pero me parece que no hemos avanzado tanto, o, mejor dicho, creyendo avanzar reculamos sin sentido y a toda velocidad, tan espantados estamos. No sé. Al leerlo si les sugiero que no se tapen la nariz, ni miren para otro lado, ni juzguen con sus principios ideológicos o morales de quita y pon, ni traten de encubrir lo que mas les repele, ni de buscar consuelo de inmediato. Simplemente pongan toda la atención de que sean capaces sobre las palabras del narrador y de sus protagonistas. Son palabras de siempre y de cada día. Nada del otro mundo, ya lo verán. Son palabras del mundo que habitamos. Aunque sentirán moverse el malestar que les produce, y todo la podredumbre que las acompaña, desde la punta de sus pies hasta su cerebro. Y viceversa. Como lo hace el mercurio cuando le aprieta la calor o el frío. Es el malestar y la podredumbre de cada día, dichos con acorde y sentido, y sin efectos especiales. Entonces comprobarán que Rodia es uno de los nuestros. No se espanten. Bienvenidos a la vida sin aliño, ni edulcoración. Escuchen a través de la impagable representación de este enorme protagonista su verdadero rugido. Como en la selva de nuestro presente, a veces lo oímos cerca, a veces lejos. A veces mata, otras es solo intimidatorio, pero a veces es acogedor. Aunque siempre firme e inequívoco en el mensaje: quien manda es ella. La vida a secas, sin adjetivos. Es inútil oponerse. Lo que es una conclusión, ahora sí, que proporciona un merecido consuelo, si es que todavía decidimos seguir vivos.