viernes, 7 de octubre de 2011

JOBS. IN MEMORIAM


A uno se le estropeó el sistema neurotransmisor del cerebro y al otro una de las piezas claves del sistema endocrino. Pero ninguna de esas dos averias les afectó a su talento y a su genio. Digamos, con lenguaje de Palo Alto, que les falló el hardware pero mantuvieron el software fuera del mandato de esa rala obviedad que se acaba imponiendo a la vida. Ha muerto Steve Jobs, 122 años después de que lo hicera Van Gogh.

Creo que Jobs ha sido el que mejor ha interpretado y puesto en práctica la máxima aristotélica, en la que venía a decir que el auténtico bienestar del individuo no puede prescindir del desarrollo de su imperioso aliento creativo. La única esclavitud es aquella que impide que se pueda llevar a cabo. No es el dinero, ni un puesto de trabajo fijo, ni un lugar destacado en la piramide social, es no poder poner en práctica nuestras capacidades creativas, lo que en verdad nos sumerge en los pozos de la alienación. Hasta ahora el desarrollo del maquinismo nos ha ido liberado de las penurias del esfuerzo físico, pero no de la alienación.

Sin embargo la pregunta parece inevitable, ¿cómo es posible que habiendo llegado a las mas altas cotas de ineficiencia y ineficacia en la organización social y política no pase nada destacable? ¿cómo es posible con un sistema educativo como el que padecemos, que difiere poco del que era vigente en la época del general Prim? ¿cómo con un sistema productivo deudor, en muchos sectores, del neolítico? ¿cómo con cinco millones de parados? Nada destacable, me refiero, si lo comparamos con lo que ocurría en el mundo cuando no existían tipos como Jobs, Zuckerberg, Gates, etc.

Poetas que hayan cantado a la liberación de los pueblos, de las clases oprimidas,... han existido siempre. Hemos tenido en la mano escritos sus poemas, y los hemos recitado de memoria solos o en compañía. Incluso hemos intentado escribir los nuestros y dárselos a conocer a los otros. Pero nadie como estos nuevos poetas norteamericanos han creado lo necesario para liberar al individuo a la velocidad de la luz y en todas las direcciones posibles. Un mundo sin fronteras así, es lo propio y lo que siempre necesita la creatividad de cada persona.

Cuando mucha gente lo único que tiene por delante es un futuro mas que jodido, solo le queda la intuición, la imaginación y el aire libre. Preguntémonos porque toda esa fuerza no se traduce, como antaño, en hacer visible un mundo mejor. Algaradas, cargas policiales, declaraciones, acampadas, cargas policiales, manifestaciones, gritos, pintadas, carteles, cargas policiales, y tal y tal. Pasa el tiempo y todo sigue igual, al cabo. Nada de lo que pasa hoy, emulando a lo de otras épocas gloriosas, es comparable a la fuerza arrebatadora y determinante de los fundadores y visionarios de estos menesteres emancipadores. Aquellos jóvenes revolucionarios de Paris de hace dos siglos y pico. En cinco años cambiaron verdaderamente el mundo para siempre.

Y es que en un mundo sin fronteras, como han hecho posible Jobs y sus compas de generación, luchar por un mundo mejor ha perdido todo aquel primordial sentido afrancesado. Uno se puede estar muriendo de hambre, pero sobrevivirá si está conectado de inmediato a lo que se dice, y, sobre todo, a lo que uno puede decir sobre lo se dice en ese mundo. La bohemia tampoco volverá a ser lo que fue, como cuando entonces, en París.

Qué banqueros, traficantes y demagogos llenen el continente africano de iPads y iPhons, y veremos la autentica luz que habita en el corazón de sus tinieblas. El mejor homenaje que se puede hacer a Steve Jobs.