Si como dicen algunos expertos, ay los expertos, que la sociedad occidental se ha infantilizado debido a la superabundancia que, a su vez, es la que ha provocado esta crisis, lo tenemos bastante complicado para salir de ella, ya que quien con niños se acuesta meao se levanta.
Si como, también, dicen hay tanto y de todo, y vivimos en un estancamiento cuya única evaporación es una queja permanente, debe ser porque debe haber poco de lo necesario para salir del atasco. A no ser que, contradiciendo lo propio de la naturaleza humana, consideremos lo que hay como la estación término de nuestra evolución, algo a todas luces improbable. Pero lo cierto es que nada de lo que hay apunta en otra direccción. Queda por dilucidar si la infantilización de la sociedad occidental es el careto con que se oculta nuestro espanto, ante la responsibilidad y madurez que requiere una crisis tan compleja como la que hemos producido, a base de acumular infantilmente tanto y de todo.
La máscara de lo directo y sencillo con que pretendemos que nos entiendan y nos aplaudan ganando elecciones o galardones, haciendo colegas y organizando saraos y eventos con que mantenernos constantemente entretenidos, sería así la fórmula que se nos ha ocurrido para diferir lo mas posible el coger el toro de la crisis por sus cuernos, mientras los stocks de tanto y todo aguanten.
Porque en términos literalmente infantiles sería sencillo de solucionar este endiablado cotarro en que nos hemos metido. Ya sabe con aquello de: niño deja ya de joder con la pelota, eso no se pide, eso nos se quiere, eso no se toca, y tal y tal. Lo que ocurre es que la máscara infantil, por mucho tiempo que se lleve puesta, nunca acaba por engullir a la persona adulta. Lo que si hace es ahondar más en su pérdida del sentido de lo real, al dificultar su respiración y contacto con el entorno. En esas estamos.
Y es que al niño grande le siguen gustando que le cuenten historias de buenos y malos, donde aparezcan por un lado la codicia de unos y por otro la lastimosa impotencia de los demás. Monstruos, magias, precipicios, explosiones y catástrofes han sido y son la serie de explicaciones ofrecidas por las autoridades al niño grande de hoy. El grande hundido en las simas de su cuerpo y de su alma no se lo cree, pero el niño, que llevaba dentro y lo ha sacado afuera, lo utliza como escudo antimisiles, consiguiendo un efecto maravilloso, que todo se convierta en las fantasías que cuentan a los pequeños para que se duerman.
Libros de autoayuda, de filosofía, de sexualidad o de educación, series de televisió o peliculas en serie, etc,...no llaman la atención. Esto sería entendido por los moralistas como meterse en conciencia ajena y penado, por tanto, por los juristas como un delito de allanamiento de morada. Lo único que invocan es la distracción. Pasar por el rato que el grande les presta y dejar el territorio más o menos igual de llano que cuando el niño aun no lo había recorrido.
Mientras la lógica implacable de la existencia le va corroiendo por dentro, dejando su huella en un rostro cada vez mas tumefacto. Ciertamente, como si le estuviesen dando una paliza.