lunes, 4 de octubre de 2010

SENTIDO Y SENSIBILIDAD, de Jane Austen


HUYENDO DEL ABISMO

Que no veamos a nadie no quiere decir que no haya nadie. Esta definición del punto ciego, que todo ciudadano sensato debe tener en cuenta en cada una de las maniobras que realice a la hora de conducirse por la vida, tiene su aplicabilidad cabal en el momento de tratar con la literatura o cualquiera de las otras prácticas creativas.

La vida nos da sorpresas porque tenemos unos cerebros muy complicados. Pero eso al mundo se la pela. Fíjese con que absoluta indiferencia se manifiesta quien quiera que sea el que esté al frente en la cabina de mandos, si es que hay alguien. Abducido por su eterna y jodida ociosidad lo único que hace es cuidar una pizarra donde se van reflejando las pasiones humanas y todos sus efectos colaterales. Ni caos ni confusión ni destino transcendente ni cualquier zarandaja de ese tipo, ya le digo, todo son obsesiones de nuestros cerebros complicados y cada vez más averiados. Unicamente tenemos esa pizarra. La literatura, y las otras actividades creativas, son eso, una sucesión interminables de rostros y caras que quedan grabadas, unas mejor que otras porque unas tienen mas adherencia y pegada que otras, en la gran pizarra del mundo. Leer es ponerse con una tiza delante de esa pizarra y escribir debajo de lo escrito el camino a la inversa. También vale la imagen de una página web y un teclado de ordenador, faltaría más, que los lectores alfabetizados digitalmente tienen su corazonzito y sus cerebros complicados y tal.

Sentido y sensibilidad, la novela escrita por Jane Austen, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, es una de esas caras que ofrece el mundo en su pizarra mundial. Es una novela con mucha adherencia y pegada, tanta que ha conseguido atravesar los doscientos años que nos separan desde su publicación con inusitada capacidad expresiva debido, sin duda, a su sólida potencia literaria. Desde las primeras páginas la voz narradora coge la batuta y no la suelta hasta el precipitado final. Fue entonces, debate literario mediante con otros lectores, cuando me di cuenta lo que significaba todo lo que acababa de leer. Su próposito no había sido guiar al lector a lo que describen las palabras, las frases y las historias que había dejado escritas en el libro, mucho menos proporcionarle algún tipo de información sobre ello. A modo de la telaraña kantiana unas palabras apuntan a otras que antes se ignoraban o van a la busca de algo que no tienen, al igual que las frases y las historias. Así se van tejiendo una red de regularidades, repeticiones, normas, con sus idas y venidas, sus encuentros y desencuentros que van dando forma a la atmósfera que la voz narradora quiere mostrar. Porque lo que la narradora de Austen quiere enganchar con fuerza en esa pizarra transversal es todo el poderío que pueda dar de sí la pasión amorosa que soportan las dos hermanas protagonistas. Deja claro, sin lugar a la duda, con fuerza, intensidad y reiteración (como si tuviese miedo de no conseguirlo, de ahí el largo aliento de sus mas de 400 páginas) que lo que les ocurre les ocurre a ellas en su interior. Es entonces cuando también le queda claro al lector, por si había tenido alguna tentación de desviar su lectura hacia el costumbrismo historicista, que el paisaje y el paisanaje que ha elegido para que Elionor y Marianne manifiesten lo que así sienten, son intercambiables con otros. Es sencillamente donde ocurre y con quienes tienen su experiencia más importante. Y lo hace de una manera hermosa, con una belleza y armonía que parece buscar la complicidad de la otra gran telaraña que forma la bóveda cósmica del exterior. Evitando las deformidades grotescas que acarrea la pasión amorosa. Huyendo del abismo. Con sensibilidad, haciéndote sentir ese forma de sentido.