martes, 5 de octubre de 2010

SENTIDO Y SENSIBILIDAD, de Ang Lee


QUEDARSE EN PAZ

Antes de nada quisiera resaltar dos perogrulladas, que no está de más recordar de vez en cuando. Una, la insistencia, de un tiempo a esta parte, de adaptar al cine sólidas novelas anglosajonas que permiten lucir en la pantalla la decoración de la época, tiene un primordial y fuerte componente económico-mediático que transciende lo estrictamente artístico del asunto. Dos, las novelas que dan mejor resultado en el cine son aquellas que parecen un guión de cine. Ya he dicho en otra ocasión que, en términos exclusivamente creativos, lo mejor para la novela y para la película es que no tuviesen el mismo título. Todo lo más un paréntesis al lado del guión que mencione el texto en el que se inspira. A la novela lo que es de la novela y al cine lo que es del cine. Pero, ¿quién es el guapo que le pone el cascabel a los tiburones del cotarro financiero cinematográfico y a su pléyade de consumidores?

Otra cuestión es trabajar sobre algo que me parece sumamente interesante, y que es estudiar cómo se traducen el lenguaje y los materiales literarios a lenguaje y materiales cinematográficos. A eso nos hemos dedicado quienes leímos el libro y hemos visto la película.

La novela de Jane Austen si permite, en su adaptación cinematográfica, lucirse con la ambientación de la época, pero no es un guión de cine. Por tanto, tenía un especial interés en comprobar cómo había leído Emma Thomson a Jane Austen para después escribir el guión de la película, y, también, cómo había leído Ang Lee el guión de Emma Thomson, para después realizar su trabajo de filmación. De otra manera, la cuestión era ver y sentir si la penetración, sensibilidad e inteligencia de una mirada como la de Jane Austen en la novela, encontraba su equivalente, o lo que encontrara, en la película homónima que ha dirigido Ang Lee.

Dentro de esta operación de trasplante, que en definitiva es toda adaptación de una novela a una película, lo primero que hay que tener en cuenta es que cualquier matiz, pliegue o ambigüedad que tenga la voz narradora del texto, no digo ya si es un problema como tal voz, se volatiliza de inmediato en el cine y convierte sus historias en la narración firme, autoritaria (a la vista le cuesta admitir intromisiones de otros sentidos) e indubitativa de la cámara.

¿Qué ha visto y sentido Emma Thomson en la lectura de la novela de Austen, que le permita escribir su guión para los espectadores de hoy? La determinación inequívoca se sacar a la luz la pasión amorosa de las dos hermanas a partir de la meticulosa observación exterior de los cambios y efectos que aquella les va produciendo, y, sobre todo, la potencia con que lo hace, para que quede engancharla para siempre en la pizarra del mundo. ¿Qué ha visto Ang Lee? Que la observación exterior de esas pasiones le sientan muy bien al cine, y pueden quedar bien reflejadas en el repertorio eficaz de imágenes que él se ha imaginado, leyendo el guión, sobre la pantalla. Otra forma de pizarra, que no tiene porqué ser caduca en sus pretensiones.

Es verdad que la cámara no puede ir más allá de esa exterioridad, pero al espectador le es suficiente, con su experiencia acumulada, para entrar en el mundo interior de Elionor y Marianne. No vemos los vaivenes emocionales de la conciencia de Elionor en su relación con el pusilánime e indeciso Eduard, pero no dejamos de observar los cambios, como en un mapa de isobaras, del rostro y el cuerpo de Emma Thomson. Vemos y oímos el ruido de las exageraciones y aspavientos de la enamoradiza Marianne, pero también nos llega, como contrapunto, la iluminación de su rostro y la quietud de sus manos, cuando el ánimo se le atempera ante el sosiego que le proporciona el amor honrado y sincero del capitán Brandon.

Lo del paisaje, claro que es el lugar donde se adapta la vida de esas mujeres y su modo de estar en el mundo. Pero no es solo eso. La visión aguda de Lee sabe contagiarlo, sin estridencias, del punto de melancolía y nostalgia necesario que se desprende de las alegrías y sufrimientos de las protagonistas, evitando con esta alianza que caigan en la deformación del abismo. Muestra los contornos y las formas de las cosas mediante luces y sombras que los alejan del papel de meras comparsas decorativas. No traiciona el espíritu de Austen, pero tampoco cae en la ingenuidad y la torpeza de intentar copiarlo. Más bien lo reinventa de nuevo. Thomson y Lee consiguen que la película interpele directamente al espectador de hoy, no prejuicioso con el determinismo histórico de otras épocas, con lo único que pueden hacerlo. Es decir, que desde la época de las cavernas el sentimiento amoroso humano conjuga a la vez, y con parecida imprevisibilidad y descontrol, la exaltación más liberadora y la prisión más asfixiante e incomunicada. También que son inexplicables en el momento de su máxima combustión. Y, lo más importante, que solo podemos saber lo que nos pasa, cuando dejemos de arder y si logramos no consumirnos del todo, si aprendemos a sentir el sentido que seamos capaces de dar a todo lo que nos ha ocurrido. Una excelente película como ésta ayuda lo suyo.

Y una excelente película como ésta y una poderosa novela como la de Austen, vista y leída con ese ánimo entendedor, le ponen a uno en paz con dios o con el más rico de los financieros. No es poca cosa, ahora que no sabemos a dónde vamos.