lunes, 18 de octubre de 2010
SOUL KITCHEN, de Fatih Akin
BAILANDO EN EL BORDE DEL FOGÓN DE LA COCINA
Entre las comedias de trazo estilizado y las de trazo grueso hay todo un campo de acción y sentimientos en algunos de cuyos rincones o avenidas, ha ido a ratos, me he enccontrado con esta delicia de Fatih Akin. Si ha estado en Hamburgo (y sino, pille un low cost y plántese allí el próximo fin de semana) sabrá a que me refiero. Entre pedalear por la ciudad hanseática alemana del norte y ver esta peli existe una asociación que tiene que ver únicamente con la percepción del ciclista y el espectador.
No es solo porque la acción narrativa se desarrolla allí, sino porque la peli recoge y se cubre con una de las caras de Hamburgo, bajo cuya protección viven estos personajes, y que el ciclista respiró al tener que esforzarse en cada pedalada. Es esta atmósfera que atrapa la película la que es equiparable a la que quedó fijada en mi memoria. Dicho de otra manera, a medida que callejeaba por el puerto hamburgués y sus barrios aledaños me iba imaginando lo que aquello podía dar de sí sentado delante de la pantalla. La sensación sobre el sillín de una bicicleta se me antoja algo semejante. Como delante de la pantalla, la ciudad y sus habitantes se me echaban encima con la misma parsimonia, o aceleración, que le imprimen el montaje de las escenas o la cadencia del pedaleo. Yo creo que no se viaja a la ciudad soñada, sino que se sueña mientras se está viajando y, sobre todo, después cuando se ha terminado el viaje. Antes uno recoge datos históricos y estadísticos para meter en las alforjas, junto a la ropa, el dentífrico, la cámara de fotos, las cámaras de las ruedas, los parches y demás objetos personales y de la bici.
Evidentemente no vi a Zinos ni a su novia ni a Illias ni a su banda ni al extravagante cocinero ni al viejo inquilino alemán. Pero le puedo asegurar que estaban allí. No vi un restaurante que se llamara Soul Kitchen pero delante del plano general que nos ofrece la peli supe que había pasado a su lado y no entré por miedo a dejar la bicicleta fuera sin candado. Por miedo a que me la robara alguno de la banda de Illias. Y ahora, después de ver la peli me arrepiento, porque Zinos seguro que me hubiera dejado meterla dentro, con permiso del camarero y su cara de perdonavidas. Yo, a cambio, jamás se me hubiera ocurrido pedirle un gazpacho caliente. Es más le hubiera felicitado públicamente por la calidad de su arte culinario. No los vi porque no existen pero le aseguro que estaban allí, vivos en su esplendorosa existencia poética, mezclados entre la cantidad de restaurantes parecidos que me iba encontrando en el recorrido, vivos en el roce permanente con su clientela.
Si se ha fijado el mestizaje produce mucho ruido en las calles de las ciudades mestizas. Hamburgo talmente. Debe ser debido a que las migraciones modernas se mueven del sur al norte, del calor al frio, de la vida a la intemperie a la vida entre cuatro paredes, en fin, de comer una vez al día de vez en cuando a comer tres y una de ellas, porque no, en Soul Kitchen. La dificultad para la adaptación da lugar a un permanente estrépito de muy diferentes tonalidades. Nunca llega a ser como la acomodaticia compañía del hilo musical ni necesitas para escucharlo la pose intelectual y el envaramiento campanudo de los conciertos en la salas sinfónicos, y tal. Del ruido del puerto fuí al del barrio más canalla de Hamburgo, Sant George, y de aquí al colindante, poético y sensual barrio arcoiris. Todos eran diferentes, se sostenían vivos mientras los escuchaba y se ligaban en mi mente mientras pedaleaba. Igualmente en la película de Akin un tono musical salta al siguiente, que es justo lo que reclama el presente vivo y ruidoso de los encuentros y desencuentros que tienen cada miembro de esa fauna estrámbotica. Aunque en esto me pongo al lado de la exigencia del cocinero perdonavidas, para mi gusto algunas escenas están aderezadas con demasiada sal y pimienta de grano gordo.