viernes, 8 de octubre de 2010
UN DIOS SALVAJE, de Yasmina Reza
MAS BIEN UN DIOS A LA CARTA
Las tinieblas del ser humano son oscuras solo por desconocidas, eso que no se admite en público pero que se conocen. Se conocen bien, aunque no sabes la forma que tienen. Bastaría con volver a repetir una vez más semejante aserto, para desmentir al cuarteto de personajes que ocuparon el escenario durante noventa minutos, tratando de convencernos de lo contrario, para al final acabar como una jauría de hienas pegandose dentalladas a mansalva. Lo dejaría aquí si no fuera por el efecto contagio que tuvo sobre el respetable esa forma de presentar y representar las tinieblas.
El cuarteto de Reza se reune en casa de una de las parejas para dirimir, y tomar alguna medida, sobre el hecho de que el hijo de once años de la pareja anfitriona le ha partido dos dientes al de la pareja visitante en un pelea en el patio de la escuela. Todo lo cual indujo a un creciente número de espectadores, no me pregunte el por qué ni el cómo, a partirse el culo de la risa a medida que son los protagonistas quienes cogen el relevo de los críos y empiezan a cascarse verbalmente de lo lindo. No llegaron a las manos porque queda poco lucido en directo, y porque sabían que tampoco son John Wayne, pero tal y como evolucionó el trato que se brindaron entre ellos, aquello pedía que los puños, y lo que pudiera caber entre ellos, dejaran su huella en el rostro y las costillas de los contrincantes.
El mundo del cuarteto de Reza me debería haber transmitido el miedo y la angustia que producen quienes han borrado los límites en el horizonte de sus vidas. Siento de verdad que al final ganara la risotada fácil (ese ruido tan molesto allí donde no tiene competencias) a favor de una labor de ocultamiento de aquellas cosas que sólo podemos advertir si prestamos un poco más de atención, descubriendo matices y sutilezas donde nunca nos paramos a mirar.
Cuídese de invitar a gente así al salon de su casa. Pero me dirá, ¿con quien me relaciono si la mayoría de mis amigos son así?. También tiene usted razón. Pruebe a quedar solo con sus conocidos utilizando el diez por ciento de su tiempo libre. Para el otro noventa por ciento le estan esperando excelentes novelas, mágnificas películas, insuperables grabaciones de las mejores orquestas, lugares hermosos donde se calma el malestar y el dolor que produce todo esto, y a donde lo mejor es ir solo antes que mal acompañado, etc. Y no pierda mas el tiempo culpándose por ser un eremita. Lo que le quiero decir es que bajo el sombrajo de las buenas maneras y los códigos de convivencia saludable tan de moda, se encuentra un mundo de gestos abúlicos, de acompañamientos miserables y soledades que parecen sacadas del cubo de la basura, de tipos atiborrados de lo que no necesitan, de parecidos y repetitivos jolgorios callejeros. Un mundo habitado por un número cada vez mayor de adultos que no escuchan y que solo se fian de sí mismos, de muchachos desalmados que empiezan rompiéndole dos dientes al colega de la escuela, y acaban poniéndole la faca en el cuello al desconfiado de su padre para que les de la paga del mes. Un profe me dijo el otro día que lo del primer martir de la docencia en acto de servicio está al caer. Es un mundo de tipos que incan las raices de su corazón en la nada, mostrando como se va haciendo cáscara hueca la concabidad del cráneo. Un mundo que se envilece aún más cuando la pasta se retira a sus cuarteles de invierno, como es el momento actual. Es el mundo que hay detrás del cuarteto de Reza, pero que yo no alcancé a ver ni a sentir cuando cayó el telón. Vi lo que ya veo o he visto en la vida de cada día. Exacto en su literalidad. Que quiere que le diga, a mí no me hizo ni puñetera gracia.
Hay un frase de la directora artística, Tamzin Townsend, que explica hasta donde llega su responsabilidad en esa deriva de la obra hacia la fácil risotada, en lugar de haber estimulado, como mucho, la tirante y congelada sonrisa, dado que lo que estaba poniéndo sobre las tablas del escenario requería que el pensamiento no fuera molestado, dice así: “Sonrisas y felicitaciones, al principio; dolor que huele a derrota, al final. Y un secreto inconfesable: eso no ha ocurrido nunca. Me quedo con los niños y con su manera más inmediata i sincera de resolver las cosas”.
Justamente eso es lo que consigue transmitir a los de las risotadas, que eso solo pasa en el teatro o en las películas, pero no en sus vidas. Liberados de tan onerosa carga, inmersos en el poderío que le otorga su irreponsabilidad, muchos espectadores se sintieron como en casa para dar rienda suelta a las carcajadas que le estimularon las patochadas de aquel cuarteto de simpáticos y entrañables payasos. Y lo hicieron a mandíbula batiente. Ya se que hay muchas forma de reirse, pero éstas se parecían a las de las pelis de Torrente o las de de un partido de fútbol del sabado por la noche.
Le dejo un cabo suelto a beneficio de la duda. O se le fue de las manos o la puesta en escena de la diretora fue perfectamente intencionada al servicio de esa simpleza, de esa estupidez tan dominante de que pase lo que pase aquí nunca pasa nada. Esa forma irresistible de seducir al contribuyente, que es quien en definitiva aguanta el espectáculo con el pago previo de su entrada en taquilla. Pero el texto de la obra de Yasmina Reza no se merece que, al final, se nos inivite a quedarnos con los niños y su manera mas inmediata y sincera de resover las cosas. La señora Townsend no aclara en su escrito, si son los del cuarteto protagonista o unos bebés idealizados para la ocasión.