miércoles, 28 de abril de 2010
LA CLASE, de Laurent Cantet
RUM, RUM, RUM,…
Cené el otro día con algunos amigos que además son profesores o maestros, que en este gremio también hay desniveles. Cenar con gente así es cenar con la educación como plato único. Yo ya se a lo que voy y trato de prepararme. En un momento determinado que me conviene voy y la dejo caer.
Si la película ‘La clase’ ha tenido tanta aceptación entre la comunidad educativa es porque nos confirma en lo que estamos haciendo, vinieron a decir la mayoría de los comensales. No lo tenía que haber dicho pero lo dije: acariciándoos, de paso, el lomo. No por identificarse con el trabajo bien hecho, sino porque el protagonista os devuelve con su conducta algo fundamental, el velo con que ocultar el grado de vuestra decepción: se hace lo que se puede, pero la responsabilidad está en el viento que sopla contra el sistema, rum, rum, rum. También yo creo que es una película, o lo que sea, que os da un respiro mientras os llega la hora del retiro. No hay nada más alentador que mirar hacia atrás, o en una pantalla, y comprobar que siempre hay alguien como uno que hace lo mismo. Para mi sorpresa, me correspondieron con más sonrisas que morros y caras adustas. Bien es verdad que suelo elegir yo el vino. Así que me lancé sin miramientos a la piscina, a sabiendas que esta vez estaba llena.
Viendo lo visto en la peli ‘La Clase’ y, sobre todo, viendo la penúltima escena, en la que nuestro héroe hace una encuesta de urgencia a sus alumnos sobre lo que han aprendido en el curso que acaba, ¿por qué no lo mandan a Mali, acompañando a Souleiman, a ver si en aquellas tierras se entienden mejor? ¿Por qué acaba jugando al fútbol con los alumnos, en plan colega, como si no hubiera pasado nada? O si, ¿lo que celebra es que ha pasado otro año, y la seguridad de que el siguiente volverá a pasar igualmente, y así poder llegar vivo a esa playa cada día soñada?
Sin educación no hay futuro, oí día decir a uno de los comensales. No hay futuro sin aire, sin agua. No hay futuro a cincuenta grados bajo cero, o a cincuenta sobre cero. Quiero decir, no hay futuro sin nada que llevarse a la boca, o si te matan se acabó de repente el futuro. En todos los demás casos siempre hay futuro, y no necesariamente peor sino está normalizado por la educación pública actual. ¿En que estaba pensando mi colega para negarnos el mañana? Esta pregunta se quedó en mi cabeza. Que no se puedan cerrar las instituciones educativas públicas, no quiere decir que la educación que allí se imparte sea necesaria. No se pueden cerrar porque hacerlo sería infinitamente peor, no para la educación, sino para la supervivencia de los que mandan en el chiringo. Lo mismo que no se puede meter en la cárcel a todos los hipotecadores basura, ya que habría que hacer lo propio con sus hipotecados, cómplices necesarios. La especie humana tiene esa capacidad autodestructiva que llega al punto de tener que seguir aceptando lo peor como solución para seguir sobreviviendo, ya que de lo contrario teme que no le quede hueco donde respirar. En fin, como en esas distopías tipo Blade Runner y tal, que nos enseña el cine, pero que en comparación con la peli de ‘La Clase’ me parecen un cuento de miedo para niños pequeños, tipo que viene el lobo o el hombre del saco.
Lo peor de la enseñanza pública es que pretende ser igualitaria, que no es lo mismo que para todos. Es decir, que algunos en sus despachos la imaginan como una utopía electoral y todos la sufrimos en forma de distopía cotidiana. Lo siniestro supura entre los muros de ‘La Clase’ a pesar de la intención benevolente y honesta, me atrevo a no negarlo, de ese profesor voluntarioso. Cada día ocupa el aula sin otro cometido, muertas ya todas las ilusiones que tuvo, que procurar que aquello no reviente. Pero reventará. No hacia afuera en forma de un conflicto a la vieja usanza (por favor, somos gente civilizada), sino que está reventando hacia dentro en forma de clase diaria y botellón de largo e interminables fin de semana.
Y en medio del recreo ahí está el jefe del chiringo haciendo su trabajo, aumentando las partidas presupuestarias del Área del Entretenimiento y aplicando los derechos humanos a los filibusteros. Así todo queda en comedia satírica y el descarrilamiento por reventón, a cámara lenta, casi ni se nota. Cuestión de estilo.
A punto de levantarnos de la mesa, inopinadamente, brindamos por la vida y su futuro.