martes, 6 de abril de 2010
ARTISTEE QUE ALGO CAE
Dentro del mundo educativo hay una práctica tácita y no se si consciente, pero sin duda operativa, que mas o menos viene a decir: que para ser todos iguales es preciso que seamos también todos ignaros, estando además orgullosos de serlo.
Todos ignaros y ademas orgullosos de serlo se consigue de manera fácil e inmediata: no llevando nunca la contraria al discente, adulándole y riéndole, al mismo tiempo, todas sus gracias y ocurrencias. Se ha impuesto así la ley del mínimo esfuerzo, como imperativo moral dentro del aula, y, fuera de ella, la firme determinación de los padres de que sus hijos permanezcan ocupados como sea: hora la criatura hace ballet, hora música; hora se aburre de ballet y elige natación, hora pintura al oleo; como el aburrimiento crece en proporción geométrica a la falta de constancia en la actividad elegida, hora el niño hace dibujo manga hora taiwuondo. Y así curso tras curso. Si se fija, una parte importante de esas actividades, llamadas extraescolares, tienen que ver con la práctica de la creación artística. ¿Justo lo que no existe en las actividades dentro de la escuela?
Debo de reconocer que no es equivocada la intución de esos padres al querer que sus hijos se metan por la senda de la creación artística. Lo que equivocan es el procedimiento y la metodología. Su error es favorecer el valetodo y, lo que yo llamo, el artisteo reinante. De repente, mientras en la educación estamos a la cola europea, niños y niñas, jóvenes y jóvenas, adultos y adultas, ancianos y ancianas, perros y gatos, loros y demás parentela quieren ser artistas. Así la oferta de cursos, cursitos y curseos se ha convertido en obligatoria después de cada verano. De este año no pasa, en septiembre “que aprenda a pintar”. O “a bailar”. O....Que haga algo. Se ha ido desarrollando, de esta manera, una práctica mundana, compensatoria del rutinario horario lectivo del aula, alrededor del hecho artístico o artesanal. Con sus piques y navajeos, sus competiciones depredadoras, su momentos de gloria y de fracaso, sus ocultos secretos, etc. Humillados y ofendidos por años de represión, incurablemente ignaros funcionales, la multitud se hizo masa y se lanzó como un solo paquete al artisteo sin freno ni miramientos. Desfigurando y enalteciendo, a partes iguales, todo lo que miran y tocan.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda la práctica de la creación y las tareas que ello comportan: trabajar la imaginación, la intuición, la investigación, la memoria y la relación entre distintos campos del conocimiento, evitando la espontaneidad sin fundamento, con el objetivo de formar una mirada creativa propia y crítica. Todo ello parece molestar y requerir demasiado esfuerzo, por lo que los cuates del artisteo lo descartan como algo prescindible.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda a explorar los sentidos que lo relacionan con el mundo, mas allá de su uso diario; de aprender a escuchar las historias de los otros.
Artistear. En lugar de que el discente entienda que su mundo no se acaba en lo que conoce, que hay cosas en otras partes, y que no es oro todo lo que reluce. Y que lo que reluce, a veces, tampoco se sabe por qué.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda a expresar y sacar afuera aquello que es suyo. Evitando que caiga en el solipsismo de que lo que le pasa a él es solo de él y nada más que de él, y a nadie tiene que dar explicaciones de lo que se le ocurra.
Mucho de lo que vemos y leemos es un producto genuino formado bajo la influencia de este ensorcededor ruido del mundo de las extraescolares. Un dia el discente cogió una cámara y su papi le dijo que era muy divertido como la movía. Otro escribió un haiku y enorme de gigante. Otro hizo un anuncio y los de la pandilla le dijeron que era la hostia lo que valía. Otro escribio un graffiti en la pared del insti y el director le sonrío complacido. En fin, años más tarde hizo una peli, escribió una novela y tal y tal, y alguien del régimen le dijo: déjalo todo ya eres una artista, poniéndole la subvención sobre la mesa.
Una mentira debe ir acompañada de otras siete para que se convierta en verdad (Lutero). Ahí reside el dilema. No en entender la creación como una segunda naturaleza, como una manera de estar en el mundo. No en hacer, por tanto, que la escuela y la educación sean el espacio y el tiempo donde se fundamente el aprendizaje de la creación. No. El dilema es encontrar, en horario extraescolar, alguien que sea capaz de mentir por el discente hasta siete veces, dándole a continuación una subvención.
Salvo honrosas excepciones, las actividades artísticas de los últimos años son la historia de un número no despreciable de zafias imposturas pegado a un número igualmente ruin de subvenciones. Se me ocurre, que nada que ver con el jazz, que también viene del mundo de las extraescolares americanas, pero alimentado solo por el humo de los garitos y la hiriente intemperie de la calle.