martes, 20 de abril de 2010

LA NOCHE DE LA IGUANA, de John Huston


HACER NIDO EN CORAZÓN AJENO
Lo que hay que hacer es buscar un lugar en el corazón del otro en donde puedas hacer tu nido y allí durar juntos hasta el final de los días. Son las palabras, más o menos, que usa el ángel Deborah Kerr para convencer al extraviado sacerdote Burton, que tumbado en una hamaca pide con desesperación que lo libere de las ligaduras que allí lo tiene atado. Momento previo al momento cumbre, cuando el abuelo del ángel le recita para que escriba, minutos antes de morir en paz, el poema que ha estado elaborando durante toda la película, y que el espectador ha ido escuchando mediante voz en off. Es éste:

¡Con qué calma la rama del olivo
Contempla del cielo la nueva palidez
Sin una lágrima, sin un solo ruego,
Sin una señal de desesperación!
Un día, cuando la noche
Comience a obscurecerle las raíces
El gemido de la existencia del árbol pequeño
Habrá pasado para siempre.
Y en aquel preciso momento
Comenzará a escribirse una historia diferente,
Una crónica que ya no será de oro,
Un pacto que la niebla hace con el barro
Y, finalmente, el maltratado tronco
Fulminado caerá sobre las rocas.
Y, entonces, una relación quizá poco adecuada
Para unos seres de una clase tan dorada,
La pureza de los cuales está
Muy por encima del terrenal amor,
Tan corrompido, y todavía
El fruto maduro y la rama del olivo
Contemplaran del cielo la nueva palidez,
Sin una lágrima, sin un solo ruego,
Sin una señal de desesperación.
¡Oh coraje!
¿Por qué no quisiste escoger
En este mundo más lugar para vivir?
¿Por qué solo el tronco dorado,
Por qué te olvidaste de este corazón espantado?

Antes, la señorita Sue Lyon no paró de recordarme que ya no soy un adolescente irresponsable y la señora Ava Gardner que la ceguera que proporciona el esplendor de la extrema belleza de la juventud impide ver su futilidad y decadencia. La experiencia fue demoledora. Por unos instantes, ante la pregunta obligada y retórica que hice como moderador para empezar el coloquio: ¿qué os ha parecido la peli?, noté que a todos se les atragantaba todo en la garganta, y como un puchero infantil no sabía si precipitaría en risa o en llanto. A una espectadora le dio por lo primero durante gran parte de la proyección, a otra le costaba, una vez que subían los títulos de crédito contener las lágrimas. No era mojigatería. Como un tusanmi, la fuerza del coctel sentimental que produjeron la casta Deborah y la voluptuosa Ava dialogando y deseando al Gran macho Burton nos arrastró a todos-as. Lo que pasa es que la mayoría, creo yo, teníamos un nido y un corazón donde refugiarnos. Y eso hizo que las palabras adquiriesen una elegancia y un sentido infrecuente en estos lances.

Solo un espectador - ¿estaba formando su nido en corazón ajeno? o ¿se resistía a hacerlo, prefiriendo mantener el suyo herido? - mencionó a Platón y Hegel intentando imponernos su literalidad sobre el amor ideal. Dándome cuenta que deseaba salir del terreno pantanoso en que le había metido la peli, no queriendo yo interferir, por si acaso, en su delicada obra nidificadora, quedé abducido por la compasión. No sabe usted lo bien que me siento cuando me invade este sentimiento. Infinitamente superior a la risotada, al mismo nivel que la sonrisa, pero sin su gesto. La compasión ante lo que somos, ante lo que un relato es capaz de sacar de un ser humano llega sin avisar. Por no molestarle, no le dije que los textos de Platón y Hegel son para ser oídos o leídos, nunca para ser usados y corrompidos en forma de catecismo ideológico.

Es una común y fea costumbre apartarse del roce del presente invocando la legitimidad histórica. La señora Ava Gagner le apretaba, le apretaba el ángel Devorah Kerr, y le daba la puntilla el señor Burton, tan perdido como solo sabemos perdernos los seres humanos. Le apretaban y no lo aguantó. Entonces el susodicho espectador dijo que este tipo de películas es impensable hacerlas ahora, esto es propio de los sesenta. Pero tú no las has sentido como algo costumbrista, le dije. No, no, si es una buena película, una estupenda película, simplemente quería decir que ahora no hay director que se atreva a hacerla así. Con qué facilidad nos engañamos, con qué facilidad abandonamos nuestra responsabilidad de espectador cuando el relato nos está atravesando de arriba abajo. Que pocas ganas tenemos de sentir y entender el latido de la vida. Lo interior que hay en ella. Alguien dijo que la película era perfectamente actual, que no olía a alcanfor o que el tiempo le hubiese afectado para empeorarla. Mi compasivo espectador se siguió aferrando a ese historicismo de mesacamilla en el que yo creo milita, y que le viene que ni de coña para ahorrarse los malos tragos del presente donde vive.

La noche de la iguana es la peli adecuada para encerrarse en una casa con seis que no hayan encontrado el nido, o que lo tengan averiado o a punto de deshacerse. Es para encerrarse y tirar la llave por la ventana.