jueves, 29 de abril de 2010
SYMPATHY FOR LADY VENGEANCE, de Park Chan Wook
EL OTRO ES LA SOLUCIÓN
Ahora que esta de moda la justicia en sus diferentes grados, ritmos e intensidades, cabría no olvidarse de que la justicia es, esencialmente, una de las formas que adquiere la venganza, y de una película, Sympathy for Lady Vengeance, del coreano Park Chan Wook, que intenta fijar en imágenes ese mundo torbo y difuso. La traigo a colación justamente por eso. Valga la redundancia.
Anote esto, de aquella época lejana cuando era cabalmente compatible creer y no creer en algo: lo cierto es que la poesía no sirve para nada, pero es debido a la descomunal importancia de aquellas cosas para las que sirve la poesía.
A mi gusto lo primero que llegó es la fuerza y luminosidad de las imágenes realmente impactantes del poemario visual de Park Chan Wook. Pero a mi interés, que me han enseñado a ponerlo siempre por delante del gusto, le costó más comprobar el sentido que toda esa profusión icónica pueda esconder. No estoy diciendo que no exista pensamiento visual, ni que si existe ha de ser necesariamente superficial. Lo que quiero decir es que pensar, lo que se dice pensar, se hace con palabras, aunque luego la representación de lo que se ha pensado se construya fundamentalmente a base de imágenes. Dedíquele unos minutos a deducir como han escrito el guión Chan-wook y su colega. Quiero decir, imagíneselos escribiendo. Y a continuación imagínese usted mismo viendo la pelí. Ese ejercicio tan recomendable, a la hora de mirar, del desdoblamiento. Verse mirando.
Las imágenes son estupendas, pero no puedo ver con claridad el perfil de la venganza que todas juntas intentaron proponerme. Bien es verdad, se me puede objetar, qué importancia tiene eso – al fin y al cabo, todo el mundo sabe lo que es la venganza (¿?) – lo importante es el trazo poético del poema, la estela que deja en el espectador una vez enunciado de esa manera tan contundente. Nada que oponer en contra, únicamente si eso es compatible con un metraje tan largo. Lo que tienen de hermosas las imágenes, se debe en parte a su contundencia. Ese tipo de belleza es así por que no es ambigua, diría mas, por que no se puede rebatir.
La venganza no es un capricho, es una pasión que, como las demás pasiones, ayuda a vivir y a morir. Como todas las pasiones es trasversal a todas las culturas. Imagine conmigo que el coreano ha querido filmar una peli que se salga de lo corriente, que haga mucho ruido, y que siga resonando sobre la tierra cuando ya haya muerto. Todo poeta y creador aspira a este grado de excelencia. ¿Es este el mejor camino? Justamente era eso lo que pensaba el general napoleónico, conocido por su famosa frase: la venganza es un plato que se sirve frío. ¿Por que piensa Chan-wook que la venganza ha de entrar mejor si se adereza con mucha sal y pimienta visual? Dejo de lado si la sal es fina o gorda, ¿no es la venganza una pasión a la que le va mas una planificación de trazo mas sencillo, sin perder por elllo un ápice de su complejidad? ¿No es eso lo que pide la personalidad frágil y sin psicología de la protagonista principal, que va y viene con ese rostro atónito ante lo que le ha pasado, que no hace saber que entiende? También puede ser, ahora que caigo, que esta peli no vaya de la venganza, sino de la justicia. En este caso el error es mío por poner la carreta delante de los bueyes.
Como habrá podido comprobar estoy intentando hacer algo con eso tan antiguo como es la justicia y la venganza, a partir de una peli que contiene aspectos del nuevo cine que se nos echa encima. Cuando el cine tenia un fuerte peso argumental, hablar de la peli que habías visto era eso, repetir de la pe a la pa el argumento, no lo que uno había hecho con el argumento. En ese intercambio de cromos los espectadores clásicos daban por satisfecho su juicio estético sobre los que habían visto. Ahora que el cine ha perdido densidad dramática y se ha abierto sin miramiento hacia la disgresión, la deriva de la imagen digital y las nuevas formas de percibir el tiempo, ¿como seguir satisfechos al conformarnos con los adjetivos más tópicos de siempre, mumurados al oído del colega de toda la vida? Si el cine esta cambiando hacia un espacio de creación abierto a diferentes tendencias y múltiples formas de circulación, ¿hasta cuando vamos a seguir instalados, como espectadores, en la lógica del chascarrillo audiovisual generalista? ¿De que valen todas estas propuestas de los nuevos creadores, si no hay ganas de levantar la voz, verbal o escrita, de lo que suponen en el ámbito de las profundas mutaciones que se están produciendo en la cultura contemporánea? Para el nuevo espectador la solución ha dejado de ser con su ombligo. El otro ha pasado a ser la solución.
Como decía al principio, es tan cierto que la justicia es esencialmente venganza (pero una venganza que persigue detener la sucesión interminable de venganzas, o de justicias totales como decian los griegos), que le propongo volver a ver “Doce hombres sin piedad”, de Sidney Lumet. No es mala pedagogia visitar de nuevo a esta cuadrilla de vengativos-justicieros, para entender la ceremonia de la justicia total que nos propone Chan-wook. Lo cual debe ser otro síntoma de la cultura contemporánea, que un coreano nos recuerde la forma de pensar y de escribir de los griegos.
miércoles, 28 de abril de 2010
LA CLASE, de Laurent Cantet
RUM, RUM, RUM,…
Cené el otro día con algunos amigos que además son profesores o maestros, que en este gremio también hay desniveles. Cenar con gente así es cenar con la educación como plato único. Yo ya se a lo que voy y trato de prepararme. En un momento determinado que me conviene voy y la dejo caer.
Si la película ‘La clase’ ha tenido tanta aceptación entre la comunidad educativa es porque nos confirma en lo que estamos haciendo, vinieron a decir la mayoría de los comensales. No lo tenía que haber dicho pero lo dije: acariciándoos, de paso, el lomo. No por identificarse con el trabajo bien hecho, sino porque el protagonista os devuelve con su conducta algo fundamental, el velo con que ocultar el grado de vuestra decepción: se hace lo que se puede, pero la responsabilidad está en el viento que sopla contra el sistema, rum, rum, rum. También yo creo que es una película, o lo que sea, que os da un respiro mientras os llega la hora del retiro. No hay nada más alentador que mirar hacia atrás, o en una pantalla, y comprobar que siempre hay alguien como uno que hace lo mismo. Para mi sorpresa, me correspondieron con más sonrisas que morros y caras adustas. Bien es verdad que suelo elegir yo el vino. Así que me lancé sin miramientos a la piscina, a sabiendas que esta vez estaba llena.
Viendo lo visto en la peli ‘La Clase’ y, sobre todo, viendo la penúltima escena, en la que nuestro héroe hace una encuesta de urgencia a sus alumnos sobre lo que han aprendido en el curso que acaba, ¿por qué no lo mandan a Mali, acompañando a Souleiman, a ver si en aquellas tierras se entienden mejor? ¿Por qué acaba jugando al fútbol con los alumnos, en plan colega, como si no hubiera pasado nada? O si, ¿lo que celebra es que ha pasado otro año, y la seguridad de que el siguiente volverá a pasar igualmente, y así poder llegar vivo a esa playa cada día soñada?
Sin educación no hay futuro, oí día decir a uno de los comensales. No hay futuro sin aire, sin agua. No hay futuro a cincuenta grados bajo cero, o a cincuenta sobre cero. Quiero decir, no hay futuro sin nada que llevarse a la boca, o si te matan se acabó de repente el futuro. En todos los demás casos siempre hay futuro, y no necesariamente peor sino está normalizado por la educación pública actual. ¿En que estaba pensando mi colega para negarnos el mañana? Esta pregunta se quedó en mi cabeza. Que no se puedan cerrar las instituciones educativas públicas, no quiere decir que la educación que allí se imparte sea necesaria. No se pueden cerrar porque hacerlo sería infinitamente peor, no para la educación, sino para la supervivencia de los que mandan en el chiringo. Lo mismo que no se puede meter en la cárcel a todos los hipotecadores basura, ya que habría que hacer lo propio con sus hipotecados, cómplices necesarios. La especie humana tiene esa capacidad autodestructiva que llega al punto de tener que seguir aceptando lo peor como solución para seguir sobreviviendo, ya que de lo contrario teme que no le quede hueco donde respirar. En fin, como en esas distopías tipo Blade Runner y tal, que nos enseña el cine, pero que en comparación con la peli de ‘La Clase’ me parecen un cuento de miedo para niños pequeños, tipo que viene el lobo o el hombre del saco.
Lo peor de la enseñanza pública es que pretende ser igualitaria, que no es lo mismo que para todos. Es decir, que algunos en sus despachos la imaginan como una utopía electoral y todos la sufrimos en forma de distopía cotidiana. Lo siniestro supura entre los muros de ‘La Clase’ a pesar de la intención benevolente y honesta, me atrevo a no negarlo, de ese profesor voluntarioso. Cada día ocupa el aula sin otro cometido, muertas ya todas las ilusiones que tuvo, que procurar que aquello no reviente. Pero reventará. No hacia afuera en forma de un conflicto a la vieja usanza (por favor, somos gente civilizada), sino que está reventando hacia dentro en forma de clase diaria y botellón de largo e interminables fin de semana.
Y en medio del recreo ahí está el jefe del chiringo haciendo su trabajo, aumentando las partidas presupuestarias del Área del Entretenimiento y aplicando los derechos humanos a los filibusteros. Así todo queda en comedia satírica y el descarrilamiento por reventón, a cámara lenta, casi ni se nota. Cuestión de estilo.
A punto de levantarnos de la mesa, inopinadamente, brindamos por la vida y su futuro.
martes, 27 de abril de 2010
LA MANCHA HUMANA, de Philp Roth (novela) y de Robert Benton (película)
SOBRE USOS Y ABUSOS DEL LENGUAJE
El alma humana es una zona de penumbra que elude el rigor de las leyes de las zonas iluminadas. El alma humana no es susceptible de ser iluminada, fijada y puesta bajo el manto legislador. Si así fuera ya sabríamos como funciona. Pero ni los regímenes más totalitarios lo consiguen. El alma humana es, por tanto, un misterio que solo puede ser tratado respetándolo. El lenguaje se ha de adaptar a ese misterio al acercarse al alma.
Lo que de Coleman Silk le atrae al ciudadano Nathan Zuckerman es su itinerario vital en el uso de la libertad, el misterio que encierra esa alma poderosa, algo que él no puede hacer (es impotente debido al cáncer de prostáta del que ha sido operado) y porque ha decidido no hacerlo (retirado en la cabaña de los Bershires). Pero, sobre todo, lo que verdaderamente le atrae como escritor es el miedo a que decubran quien es. Como si Coleman Silk le dijese al oido: que nadie sepa que no se, que soy fragil, que tengo miedo.
El catedrático de clásicas Coleman Silk se presenta ante el escritor Nathan Zuckerman con esa retórica de ingenieros (no me refiero a las personas, tengo amigos ingenieros que son unos estupendos lectores y mejores espectadores, me refiero a la opinión tan arraigada en la sociedad sobre las bondades eternas y excluyentes que tienen la ciencia y la técnica a la hora de enfrentarse a todo lo humano y lo divino) que todo lo pretenden saber y controlar con su arte de tuercas y tornillos, iones y protones, lineas, planos y estructuras. Un Catedrático que siempre se cree en poder del código. Que se cree como dios, al que piensa ha sustituido.
¿Qué hace, ante la amistad inesperada de este especímen que se le ha colado de rondón en su cabaña, el escritor Nathan Zuckerman?
En la peli, digamos, le sigue su rollo y se convierte en el narrador lineal de la intriga racial sexual del catedrático, que tiene que ver con su pasado y con su amante actual, la limpiadora Faunia. Abandona la complejidad de lo que pudiera dar de sí su condición de escritor con esos materiales y se entrega al trabajo de investigador por encargo, como si estuviese a sueldo en cualquier agencia de detectives. Como si fuera Marlowe o Spade, se dedica a describir el comportamiento de cada uno de los elementos que forman parte de la trama, con la vana ilusión de que al final todo cuadre en la última escena final. Pero lo que el guión no ha previsto es qué hacer con la figura del exmarine y exmarido de la limpiadora, Lester, un tipo que si no se le dibuja de otra manera, no tiene ninguna intención de colaborar a que el final sea modélico y ordenado en su comprensión. Al final de la peli, al detective Zuckerman le puede el escritor del mismo nombre y se acerca por sorpresa al exmarine Lester, que esta pescando en medio del lago helado. Se acerca para volver al enigma y dejarnos con él a los espectadores en, por otro lado, la mejor secuencia de la peli. Pero ya es demasiado tarde, ya que desde el principio nos había hecho creer que sabía la solución, no que nos dejase a solas con esa bomba de relojería a punto de estallar .
En la novela no pierde ni un minuto es seguir la cantinela ególatra del catedrático de clásicas Coleman Silk. Varado en su creatividad, como un cetaceo en la arena, el tsunami que supone la vanidad sin control de aquel soplagaitas que ha llamado a su puerta lo va a devolver al mar océano, a todo el poder de su imaginación. De repente se da cuenta que tiene delante de si la historia de su vida y se apropia de ella. Con un par, se apropia de ella no para resolver el enigma, sino para representarlo, para contruir un enigma sobre otro enigma. Como debe ser en literatura, en el arte en general. El no se siente dios como Coleman Silk, Zuckerman escribe como si tuviese a dios delante, su misterio y su inabarcabilidad, que, a poco que se fije, no es lo mismo. Se lo dice al lector para que no se venga a engaño. A las pocas páginas, su poderosa voz narradora se hace dueña absoluta del cotarro tan misterioso como seductor. El talento de Nathan Zuckerman sabe que la literatura es una experiencia con el lenguaje, no un compromiso literal, como si fuera un periodista, con la historia que le ha contado Coleman Silk. Zuckerman se debe al lector implícito de su relato, se debe al misterio y trascendencia de la literatura, no a las cuitas biográficas del chalao de su vecino. Si le hubiera hecho caso la novela se parecería a la película, sería una historia más entre otras historias intercambiables. Pero no sería una experiencia con el lenguaje, sería un chanchullo entre vecinos, un intercambio entre vidas reconocibles, es decir homologables, sean parecidas o distintas, a la del lector. Sería un crónica social de finales de los noventa en USA, con el morbo de las felaciones de Mónica Levinsky al presidente Clinton. Sería un uso, yo diría que espurio y abusivo, del lenguaje.
Cada cual puede hacer el uso del lenguaje que le venga en gana, pero no todas las lecturas son igualmente legítimas.
viernes, 23 de abril de 2010
LECTORES O EXPERTOS. ESPECTADORES O EJECUTORES
Vuelvo sobre esos dos menhires de hace unos días. Es porque somos modernos y, henchidos de magnificencia, porque queremos aspirar a hacerlo todo, a conseguirlo todo. Una depresión es la única manera actual de acceder a una situación mística. Aunque estemos fuera de ese cotarro competitivo, no podemos evitar respirar sus humos. Somos depresivos pasivos de la megalomanía que nos rodea y estercola. Cuando no estamos deprimidos somos, como dice López, meros ejecutores (te organizo, pongamos, una exposición para que vayas a verla, la dos caras necesarias de la ejecución) o expertos destacados (yo que sé, te la explico para que, tu que no sabes, la entiendas, las dos caras necesarias de la especialización). De otra manera, como no lo entendemos, repartimos los papeles: yo te lo mido y tú lo cotejas con la plantilla que te he dado, y así parece que todo va funciona como un reloj, que es como le gusta a los expertos y ejecutores que funcione el mundo. Solo notamos y sufrimos la verdadera y perversa dimensión de los expertos-medidores-ejecutores cuando estamos deprimidos. La mística tiene connotaciones medievales, malas connotaciones medievales, pero forma la parte esencial de nuestra naturaleza. Nuestra forma de vivir como especie solo se explica porque nunca sabremos porque lo hacemos así. La literatura, el cine, la pintura, la música, etc solo me interesan, en primera instancia y en última, en tanto en cuanto me coloquen delante de ese espacio inconmensurable e inabarcable. Su relación con ellas (no digo comunión porque soy laico) crean espacios misteriosos (de ahí mística) y por tanto sagrados. Espacios donde todo ser humano (incluso los analbafetos) puede vivir y entender sus emociones, sus sentimientos en sus complejas e inaprensibles formas de amor, violencia y llanto. No somos superiores a los indios arapahoes o a los del paleolítico superior, lo que pasa es que no podemos medir lo que nos asemeja, solo lo que nos diferencia que es un proeblema técnico, que es lo único que se puede medir. Necesitamos esos espacios sagrados, llámelos club de lectores o de espectadores o de oidores, si quiere. Lo que pasa es no los hemos construido. Un dia dia llegaron los ejecutores y los especialistas y nos los robaron. La nostalgia de su ausencia nos deprime hasta el ahogo, pero para eso estan los especialistas y los ejecutores, para devolvernos a la orilla, hasta que volvamos a sentir la asfixia. El lenguaje que el autor ha empleado para colocarme ahí es una preocupación secundaria, que en ningún caso debe perturbar la condición sagrada del texto, ni ocultarlo con su apabullante sintaxis, ni afectar a la relación de lectores o espectadores, ni malbaratar la geometria de donde coincidan para comentarlo. La función del moderador es cuidar de ese lugar sagrado, evitar que allí entren las conductas de los expertos y los ejecutores. Aunque el mejor moderador es el que no existe.
Cuando entro en una modesta iglesia románica o en una majestuosa gótica lo primero en que mi fijo es como puedo sentir la distancia de la gente que allí ha rezado durante siglos. No me fijo en las líneas de fuerza que aguantan las pilastras de aquellos muros. Trato de imaginarme la distancia espiritual que mediaba, dentro de aquellos muros, entre aquella gente y su dios. Ese dios para mí ha desaparecido, no así la distancia que ahora no concluye en una figura definida y salvadora. Por tanto, abismo y soledad cósmica se me aparecen perturbadoramente enfrente. Dios ha muerto, bien, pero el hueco que ha dejado persiste, sin nadie que lo ocupe hasta ahora, por mucho que la ciencia y la técnica lo han intentado desde hace trescientos años con un inasequible al desaliento. Que sean los expertos y los ejecutores quienes manejan el asunto más que tranquilizarme, me desasosiega. Solo me queda el consuelo de las prácticas artísticas que lo sugieren entre la incertidumbre y las sombras que nos rodean. La literatura, el cine, la pintura, etc, son experiencias con el lenguaje, lo cual no implica saber sobre las tripas de ese lenguaje. Eso es propio de los filólogos, gramáticos, sintácticos, semióticos, académicos, en fin, de los expertos, ejecutores e intérpretes. De ese tan temor tan suyo, siempre presente en la transtienda de sus palabras: ¡qué nadie sepa que no sé!
Con lo que contrasto lo que leo, lo que miro, lo que oigo, etc, es con mi experiencia vital, una de cuyas partes puede ser la de experto especializado o ejecutor hiperactivo, pero la más gorda es la de ser ignorante. Querer imponer lo pequeño y conocido (lo que se sabe) a lo gordo y que se ignora (lo que quiero saber), querer ahogar lo gordo con lo pequeño es un fraude intelectual y emocional, además de un gesto de arrogancia desesperada y estéril. La depresión sigue acechando. Sentir el latido misterioso de la vida, mediante la relación, dígale comunión si quiere, con la obra artística, es lo propio de todo lector, espectador y oidor. No es interpretarla. Sentir la vida apunta en sentido contrario a interpretar la vida. Sentir la vida es lo propio del individuo, cuando se atreve a salir de la tribu y caminar solo. Interpretar la vida es lo propio del jefe-dominador, cuando se aúpa por encima de la tribu para mangonearla. Sentir la vida sugiere lecturas y miradas distantes y distanciadoras, nada familiar a la idea de representación. Nietzsche oponía a la interpretación el poder leer y mirar lo hechos sin falsearlos con interpretaciones, sin perder, por afán de comprender, la precaución, la paciencia, la sutileza. Por eso sospecho siempre de la palabrería de los expertos y ejecutores. Por eso confío más en los silencios, si se produecen, de los espectadores, lectores y oidores.
Cuando entro en una modesta iglesia románica o en una majestuosa gótica lo primero en que mi fijo es como puedo sentir la distancia de la gente que allí ha rezado durante siglos. No me fijo en las líneas de fuerza que aguantan las pilastras de aquellos muros. Trato de imaginarme la distancia espiritual que mediaba, dentro de aquellos muros, entre aquella gente y su dios. Ese dios para mí ha desaparecido, no así la distancia que ahora no concluye en una figura definida y salvadora. Por tanto, abismo y soledad cósmica se me aparecen perturbadoramente enfrente. Dios ha muerto, bien, pero el hueco que ha dejado persiste, sin nadie que lo ocupe hasta ahora, por mucho que la ciencia y la técnica lo han intentado desde hace trescientos años con un inasequible al desaliento. Que sean los expertos y los ejecutores quienes manejan el asunto más que tranquilizarme, me desasosiega. Solo me queda el consuelo de las prácticas artísticas que lo sugieren entre la incertidumbre y las sombras que nos rodean. La literatura, el cine, la pintura, etc, son experiencias con el lenguaje, lo cual no implica saber sobre las tripas de ese lenguaje. Eso es propio de los filólogos, gramáticos, sintácticos, semióticos, académicos, en fin, de los expertos, ejecutores e intérpretes. De ese tan temor tan suyo, siempre presente en la transtienda de sus palabras: ¡qué nadie sepa que no sé!
Con lo que contrasto lo que leo, lo que miro, lo que oigo, etc, es con mi experiencia vital, una de cuyas partes puede ser la de experto especializado o ejecutor hiperactivo, pero la más gorda es la de ser ignorante. Querer imponer lo pequeño y conocido (lo que se sabe) a lo gordo y que se ignora (lo que quiero saber), querer ahogar lo gordo con lo pequeño es un fraude intelectual y emocional, además de un gesto de arrogancia desesperada y estéril. La depresión sigue acechando. Sentir el latido misterioso de la vida, mediante la relación, dígale comunión si quiere, con la obra artística, es lo propio de todo lector, espectador y oidor. No es interpretarla. Sentir la vida apunta en sentido contrario a interpretar la vida. Sentir la vida es lo propio del individuo, cuando se atreve a salir de la tribu y caminar solo. Interpretar la vida es lo propio del jefe-dominador, cuando se aúpa por encima de la tribu para mangonearla. Sentir la vida sugiere lecturas y miradas distantes y distanciadoras, nada familiar a la idea de representación. Nietzsche oponía a la interpretación el poder leer y mirar lo hechos sin falsearlos con interpretaciones, sin perder, por afán de comprender, la precaución, la paciencia, la sutileza. Por eso sospecho siempre de la palabrería de los expertos y ejecutores. Por eso confío más en los silencios, si se produecen, de los espectadores, lectores y oidores.
martes, 20 de abril de 2010
LA NOCHE DE LA IGUANA, de John Huston
HACER NIDO EN CORAZÓN AJENO
Lo que hay que hacer es buscar un lugar en el corazón del otro en donde puedas hacer tu nido y allí durar juntos hasta el final de los días. Son las palabras, más o menos, que usa el ángel Deborah Kerr para convencer al extraviado sacerdote Burton, que tumbado en una hamaca pide con desesperación que lo libere de las ligaduras que allí lo tiene atado. Momento previo al momento cumbre, cuando el abuelo del ángel le recita para que escriba, minutos antes de morir en paz, el poema que ha estado elaborando durante toda la película, y que el espectador ha ido escuchando mediante voz en off. Es éste:
¡Con qué calma la rama del olivo
Contempla del cielo la nueva palidez
Sin una lágrima, sin un solo ruego,
Sin una señal de desesperación!
Un día, cuando la noche
Comience a obscurecerle las raíces
El gemido de la existencia del árbol pequeño
Habrá pasado para siempre.
Y en aquel preciso momento
Comenzará a escribirse una historia diferente,
Una crónica que ya no será de oro,
Un pacto que la niebla hace con el barro
Y, finalmente, el maltratado tronco
Fulminado caerá sobre las rocas.
Y, entonces, una relación quizá poco adecuada
Para unos seres de una clase tan dorada,
La pureza de los cuales está
Muy por encima del terrenal amor,
Tan corrompido, y todavía
El fruto maduro y la rama del olivo
Contemplaran del cielo la nueva palidez,
Sin una lágrima, sin un solo ruego,
Sin una señal de desesperación.
¡Oh coraje!
¿Por qué no quisiste escoger
En este mundo más lugar para vivir?
¿Por qué solo el tronco dorado,
Por qué te olvidaste de este corazón espantado?
Antes, la señorita Sue Lyon no paró de recordarme que ya no soy un adolescente irresponsable y la señora Ava Gardner que la ceguera que proporciona el esplendor de la extrema belleza de la juventud impide ver su futilidad y decadencia. La experiencia fue demoledora. Por unos instantes, ante la pregunta obligada y retórica que hice como moderador para empezar el coloquio: ¿qué os ha parecido la peli?, noté que a todos se les atragantaba todo en la garganta, y como un puchero infantil no sabía si precipitaría en risa o en llanto. A una espectadora le dio por lo primero durante gran parte de la proyección, a otra le costaba, una vez que subían los títulos de crédito contener las lágrimas. No era mojigatería. Como un tusanmi, la fuerza del coctel sentimental que produjeron la casta Deborah y la voluptuosa Ava dialogando y deseando al Gran macho Burton nos arrastró a todos-as. Lo que pasa es que la mayoría, creo yo, teníamos un nido y un corazón donde refugiarnos. Y eso hizo que las palabras adquiriesen una elegancia y un sentido infrecuente en estos lances.
Solo un espectador - ¿estaba formando su nido en corazón ajeno? o ¿se resistía a hacerlo, prefiriendo mantener el suyo herido? - mencionó a Platón y Hegel intentando imponernos su literalidad sobre el amor ideal. Dándome cuenta que deseaba salir del terreno pantanoso en que le había metido la peli, no queriendo yo interferir, por si acaso, en su delicada obra nidificadora, quedé abducido por la compasión. No sabe usted lo bien que me siento cuando me invade este sentimiento. Infinitamente superior a la risotada, al mismo nivel que la sonrisa, pero sin su gesto. La compasión ante lo que somos, ante lo que un relato es capaz de sacar de un ser humano llega sin avisar. Por no molestarle, no le dije que los textos de Platón y Hegel son para ser oídos o leídos, nunca para ser usados y corrompidos en forma de catecismo ideológico.
Es una común y fea costumbre apartarse del roce del presente invocando la legitimidad histórica. La señora Ava Gagner le apretaba, le apretaba el ángel Devorah Kerr, y le daba la puntilla el señor Burton, tan perdido como solo sabemos perdernos los seres humanos. Le apretaban y no lo aguantó. Entonces el susodicho espectador dijo que este tipo de películas es impensable hacerlas ahora, esto es propio de los sesenta. Pero tú no las has sentido como algo costumbrista, le dije. No, no, si es una buena película, una estupenda película, simplemente quería decir que ahora no hay director que se atreva a hacerla así. Con qué facilidad nos engañamos, con qué facilidad abandonamos nuestra responsabilidad de espectador cuando el relato nos está atravesando de arriba abajo. Que pocas ganas tenemos de sentir y entender el latido de la vida. Lo interior que hay en ella. Alguien dijo que la película era perfectamente actual, que no olía a alcanfor o que el tiempo le hubiese afectado para empeorarla. Mi compasivo espectador se siguió aferrando a ese historicismo de mesacamilla en el que yo creo milita, y que le viene que ni de coña para ahorrarse los malos tragos del presente donde vive.
La noche de la iguana es la peli adecuada para encerrarse en una casa con seis que no hayan encontrado el nido, o que lo tengan averiado o a punto de deshacerse. Es para encerrarse y tirar la llave por la ventana.
lunes, 19 de abril de 2010
LA OTRA ESTADÍSTICA DEL PARO
Le he visto normal, pero le he sentido mal. En él su situación de parado se manifiesta con este doble movimiento del alma. Uno hacia fuera, como los enfermos del corazón, parece que están llenos de salud. Otro hacia dentro, como los enfermos del pancreas, de verdad se están muriendo. No tiene que ver con la apariencia, es un equilibrio en favor a si mismo y una forma de respeto hacia su familia, un ejercicio de responsabilidad que puede tener como respuesta un abrázame, se hará lo que se pueda, pero que cada mañana no le evita tener que caminar solo con ese fardo sobre los hombros.
Nunca había quedado con él en Abril. Siempre le he visto al principio del ciclo de tu tiempo de parado, en Navidad. O en medio de la vorágine laboral, en Setiembre. Paradojicamente, en ese tiempo emocional, con la Navidad le llega la primavera, y con Abril, si no le llaman desde donde espera que le llamen, la tristeza de los días cortos invernales. Ya ve, no hay correlato entre el tiempo atmosférico y el tiempo de su conciencia, para que luego digan los literalistas. Es entonces cuando la espera delante del teléfono, al contrario que su hija adolescente, se le convierte en una tortura y también en el problema narrativo más acuciante de su vida cotidiana. ¿Cuándo, por dios, cuando me van a llamar? ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo hacerlo? ¿Para qué hacerlo? ¿A quien decírselo? No se atreve a descolgar el telefóno y decir una y otra vez cada día, cada tarde, como lo hace tu hija adolescente, a bocajarro, para hablar con su novio, eh, ¿qué hay de lo mío, me seguís queriendo?. Es la gran putada de ejercer de adulto en solitario, sin mafia o sindicato padrone que lo ampare. Así se le va colando el miedo hasta los zancajos. Llámelo cobardía, si quieres. Es el momento en que le agradaría volver a ser un bendito plasta, como cuando entonces, como cuando tenía quinze años.
Dos de esas llamadas, tan deseadas, le pueden poner al borde del abismo, al oir que el curro se lo han dado a otros mas jóvenes con pedigrí familiar y los dientes afilados como las hienas. Los fantasmas entonces aparecen como los cuatro jinetes del apocalipsis, con el runrun de sus patazas cabalgando, trepanándole el oído. Los puntos de fuga comienzan a hacerse evidentes. Es el camino que va desde todo hiere hasta nada duele. Obsesionado con sus culpas, el destino puede ser despiadado con sus exageradas fijaciones.
Según ve pasar el tiempo, nada hay ya en esa fosa séptica en que se ha convertido para él el mercado laboral, excepto lo que le enfrenta a tus propios límites. Entonces, su organismo, el del parado en cuestión, empieza a creer que hay una relación inmediata y perceptible entre su comportamiento y los resultados que se siguen. Se acerca para él el momento de romper con la realidad. El dolor y la angustia empiezan a desaparecer. Se acerca el momento de Nada duele.
sábado, 10 de abril de 2010
EPITAFIO EN LARGO
Fíjese conmigo en estos dos menhires puestos en el sinuoso lienzo del tiempo narrativo:
“Las catedrales son un lugar sagrado. Un lugar donde se puede llegar de verdad a estar en paz con Dios. Lo que pasa es que cuando llegan los curas Dios desaparece y uno no sabe donde se oculta”. Victor Hugo
“La visión convencional actual considera que el hombre europeo ha avanzado a pasos de gigante desde la época de las catedrales. Ha aterrizado en la Luna. Ha conseguido curar la viruela. Ha logrado controlar la energía del átomo. Pero también podría proponerse la perspectiva contraria, a saber, que en un lapso de nueve siglos lo único que ha conseguido el hombre europeo es una mayor complejidad en la manipulación de los materiales, una más asombrosa exhibición de su capacidad de comprender los principios físicos de la materia. Que nos quedamos deslumbrados ante meros estilos de expresión. Que no vivimos una época mística, sino un tiempo de expertos destacados, de ejecutores. Que la construcción de las catedrales fue el último avance visionario del hombre europeo, antes de recluirse otra vez en los confines de su intelecto”. Barry Lopez, en Sueños Árticos.
Me lo contaron de otra manera, pero, en realidad, sucede tal y como se lo cuento.
Él no había hecho otra cosa en la vida que sobreponerse como buenamente había podido a este desnivel emocional heredado, que hay entre las dos fitas mencionadas. Había sido creyente y ateo militante, es decir, blindado a cualquier viento exterior. Nadie le explicó nunca el porqué de esas dos formas de sectarismo. Pero desde hacía un tiempo era, digamos, agnóstico. Una sábana que le envuelve y da seguridad, pero que sabe, y tolera, está llena de agujeros por donde entra de todo.
El otro día se coló sin previo aviso la muerte y entierro de su madre. Se le coló su origen y una parte fundamental de su pasado. Aunque sabía que estaba al caer, la noticia de la muerte de su madre sabía, también, que iba ser de repente. Fue otra manera de sentir la fragilidad de su vida. Su madre ya no era pero seguía estando, solo le quedaba recordar. La vida, casi sin darnos cuenta, se aguanta por eso.
En el entierro no hubo elementos retóricos que maquillaran y ayudaran a sobrellevar algo que, por otra parte, es lo más natural del mundo: alguien se muere, porque previamente ha vivido, ergo, hay que enterrarlo. Fin del primer capítulo de esa historia. No hubo poses, ni gestos hieráticos o previsibles. Pero la ceremonia de qué hacer con sus cenizas, si levantó una cierta poética, un cierto estilo interior en los miembros de una familia, de suyo, sin formas de conjunto reconocidas según algún canon vigente o ya periclitado. De esta gente no se puede decir que fueran progres, ni tampoco carcas. Por tanto, no podía haber liturgias en consonancia. Su forma de ser sincrética dejó más a las claras, en esos breves instantes, el auténtico momento de la verdad de la muerte y entierro de aquella señora.
La cita familiar para coger las cenizas fue a las cuatro de la tarde en el mismo recinto donde las iban a depositar. Nadie sabía cómo era el procedimiento. Era la primera vez que se moría su madre. Sabían, mediante experiencia ajena, alguna de las posibilidades, pero también sabían que en cada caso es diferente. De repente su sobrino mayor se dio cuenta de que no tenía el justificante que avalase en el trabajo su asistencia al entierro de la abuela. Hacía poco que trabajaba en ese puesto y no quería perderlo, por interés profesional y porque necesitaba el dinero. Su hermana, la madre del chico, le indicó donde estaban las oficinas y a continuación decidió acompañarlo para enterarse, de paso, que había de lo suyo. A pie de mostrador, el funcionario de corbata de la morgue le entregó lo que quedaba de su madre en una urna cilíndrica forrada de verde, al tiempo que selló el justificante de asistencia al chico.
- Aquí tiene las cenizas de su madre
- ¿Y qué hago con ellas, quien las lleva al nicho?
- De eso se encargan ustedes, a pie de nicho les esperan unos trabajadores para echarles una mano en lo que les haga falta.
Su sobrino mayor con el justificante en la mano y su hermana con las cenizas apoyadas sobre el regazo salieron juntos de la oficina. Los demás estaban, más o menos esparramados, en la pequeña explanada adyacente. La escena, desnuda de cualquier adorno, le ofreció el mayor grado de desamparo desde que había llegado la noche anterior. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta de la oficina. Había que enterrar las cenizas de su madre, pero cómo. No había guión previo, o al menos las cosas, no sabía por qué, pensó que deberían ser de otra manera. Su hermana, inmensa en el papel que sabía estaba representando, cruzó la mirada con los demás y luego la fijó en lo que tenía pegado a su vientre.
-Vamos, lo tenemos que hacer nosotros – dijo a continuación.
Y empezó a caminar despacio al lado de su hijo. Cada uno de los demás giró sobre sí mismo he inició el recorrido de doscientos metros hasta el nicho final. Sin voluntad previa, a los pocos pasos su hermana y las cenizas de la madre ocupaban el centro de la comitiva. Nadie había dicho nada que indujera a adoptar ese orden. Así llegaron al pie del nicho. En doscientos metros el desamparo había desaparecido, dejando su hueco a una suerte de comunión espontánea, formada por lo que cada uno iba destilando sin poder evitarlo. Aquellas cenizas habían conseguido reunir a gente que se parecían, aparentemente, como un huevo a una castaña.
Que en situaciones como ésta se reúna gente así es normal, es lo que pide el protocolo. Pero, afortunadamente, el protocolo no tenía suficiente fuerza para detener los sentimientos, que se precipitaron al borde del abismo de las cenizas que iban en la urna de verde. Como apenas sabía leer y escribir, su instinto creativo y creador lo fijó en los dos hijos que trajo al mundo. Lo que había dado de sí ese inconmensurable esfuerzo estaba delante de sus cenizas para decirle gracias y adiós. De repente toda su vida adquirió sentido delante de los que estaban fuera de la urna. Fuera porque la silicona es un material más reciente que la arena, fuera porque era una urna y no un ataúd de madera, fuera porque era un pequeño nicho y no un agujero, en fin, fuera por que todo era muy iconoclasta, mientras el funcionario de la morgue de mono azul sellaba el primer lado del nicho cuadrado, el llanto del nieto pequeño de la fallecida rompió el silencio. Porque habían estado espiritualmente muy cerca en los últimos años, porque los dos pensaban como actuaban, a palo seco, o porqué una por demasiada edad y el otro por demasiada poca, vivían al minuto, ¿alguien lo podría haber hecho mejor? No. Ni se esperaba, ni podría haber sido de otra manera, así que el llanto se convirtió en un aullido necesario, desgarrador y, como no, elemental y primitivamente poético. Y contagió a los demás, que discretamente hicieron lo propio. Menos su marido que incapacitado para el llanto, porque los líquidos se le habían ido secando, miraba fijo a la silicona, que sellaba para siempre su larga convivencia con aquella mujer, transformada, ahora, en restos de humo.
“Las catedrales son un lugar sagrado. Un lugar donde se puede llegar de verdad a estar en paz con Dios. Lo que pasa es que cuando llegan los curas Dios desaparece y uno no sabe donde se oculta”. Victor Hugo
“La visión convencional actual considera que el hombre europeo ha avanzado a pasos de gigante desde la época de las catedrales. Ha aterrizado en la Luna. Ha conseguido curar la viruela. Ha logrado controlar la energía del átomo. Pero también podría proponerse la perspectiva contraria, a saber, que en un lapso de nueve siglos lo único que ha conseguido el hombre europeo es una mayor complejidad en la manipulación de los materiales, una más asombrosa exhibición de su capacidad de comprender los principios físicos de la materia. Que nos quedamos deslumbrados ante meros estilos de expresión. Que no vivimos una época mística, sino un tiempo de expertos destacados, de ejecutores. Que la construcción de las catedrales fue el último avance visionario del hombre europeo, antes de recluirse otra vez en los confines de su intelecto”. Barry Lopez, en Sueños Árticos.
Me lo contaron de otra manera, pero, en realidad, sucede tal y como se lo cuento.
Él no había hecho otra cosa en la vida que sobreponerse como buenamente había podido a este desnivel emocional heredado, que hay entre las dos fitas mencionadas. Había sido creyente y ateo militante, es decir, blindado a cualquier viento exterior. Nadie le explicó nunca el porqué de esas dos formas de sectarismo. Pero desde hacía un tiempo era, digamos, agnóstico. Una sábana que le envuelve y da seguridad, pero que sabe, y tolera, está llena de agujeros por donde entra de todo.
El otro día se coló sin previo aviso la muerte y entierro de su madre. Se le coló su origen y una parte fundamental de su pasado. Aunque sabía que estaba al caer, la noticia de la muerte de su madre sabía, también, que iba ser de repente. Fue otra manera de sentir la fragilidad de su vida. Su madre ya no era pero seguía estando, solo le quedaba recordar. La vida, casi sin darnos cuenta, se aguanta por eso.
En el entierro no hubo elementos retóricos que maquillaran y ayudaran a sobrellevar algo que, por otra parte, es lo más natural del mundo: alguien se muere, porque previamente ha vivido, ergo, hay que enterrarlo. Fin del primer capítulo de esa historia. No hubo poses, ni gestos hieráticos o previsibles. Pero la ceremonia de qué hacer con sus cenizas, si levantó una cierta poética, un cierto estilo interior en los miembros de una familia, de suyo, sin formas de conjunto reconocidas según algún canon vigente o ya periclitado. De esta gente no se puede decir que fueran progres, ni tampoco carcas. Por tanto, no podía haber liturgias en consonancia. Su forma de ser sincrética dejó más a las claras, en esos breves instantes, el auténtico momento de la verdad de la muerte y entierro de aquella señora.
La cita familiar para coger las cenizas fue a las cuatro de la tarde en el mismo recinto donde las iban a depositar. Nadie sabía cómo era el procedimiento. Era la primera vez que se moría su madre. Sabían, mediante experiencia ajena, alguna de las posibilidades, pero también sabían que en cada caso es diferente. De repente su sobrino mayor se dio cuenta de que no tenía el justificante que avalase en el trabajo su asistencia al entierro de la abuela. Hacía poco que trabajaba en ese puesto y no quería perderlo, por interés profesional y porque necesitaba el dinero. Su hermana, la madre del chico, le indicó donde estaban las oficinas y a continuación decidió acompañarlo para enterarse, de paso, que había de lo suyo. A pie de mostrador, el funcionario de corbata de la morgue le entregó lo que quedaba de su madre en una urna cilíndrica forrada de verde, al tiempo que selló el justificante de asistencia al chico.
- Aquí tiene las cenizas de su madre
- ¿Y qué hago con ellas, quien las lleva al nicho?
- De eso se encargan ustedes, a pie de nicho les esperan unos trabajadores para echarles una mano en lo que les haga falta.
Su sobrino mayor con el justificante en la mano y su hermana con las cenizas apoyadas sobre el regazo salieron juntos de la oficina. Los demás estaban, más o menos esparramados, en la pequeña explanada adyacente. La escena, desnuda de cualquier adorno, le ofreció el mayor grado de desamparo desde que había llegado la noche anterior. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta de la oficina. Había que enterrar las cenizas de su madre, pero cómo. No había guión previo, o al menos las cosas, no sabía por qué, pensó que deberían ser de otra manera. Su hermana, inmensa en el papel que sabía estaba representando, cruzó la mirada con los demás y luego la fijó en lo que tenía pegado a su vientre.
-Vamos, lo tenemos que hacer nosotros – dijo a continuación.
Y empezó a caminar despacio al lado de su hijo. Cada uno de los demás giró sobre sí mismo he inició el recorrido de doscientos metros hasta el nicho final. Sin voluntad previa, a los pocos pasos su hermana y las cenizas de la madre ocupaban el centro de la comitiva. Nadie había dicho nada que indujera a adoptar ese orden. Así llegaron al pie del nicho. En doscientos metros el desamparo había desaparecido, dejando su hueco a una suerte de comunión espontánea, formada por lo que cada uno iba destilando sin poder evitarlo. Aquellas cenizas habían conseguido reunir a gente que se parecían, aparentemente, como un huevo a una castaña.
Que en situaciones como ésta se reúna gente así es normal, es lo que pide el protocolo. Pero, afortunadamente, el protocolo no tenía suficiente fuerza para detener los sentimientos, que se precipitaron al borde del abismo de las cenizas que iban en la urna de verde. Como apenas sabía leer y escribir, su instinto creativo y creador lo fijó en los dos hijos que trajo al mundo. Lo que había dado de sí ese inconmensurable esfuerzo estaba delante de sus cenizas para decirle gracias y adiós. De repente toda su vida adquirió sentido delante de los que estaban fuera de la urna. Fuera porque la silicona es un material más reciente que la arena, fuera porque era una urna y no un ataúd de madera, fuera porque era un pequeño nicho y no un agujero, en fin, fuera por que todo era muy iconoclasta, mientras el funcionario de la morgue de mono azul sellaba el primer lado del nicho cuadrado, el llanto del nieto pequeño de la fallecida rompió el silencio. Porque habían estado espiritualmente muy cerca en los últimos años, porque los dos pensaban como actuaban, a palo seco, o porqué una por demasiada edad y el otro por demasiada poca, vivían al minuto, ¿alguien lo podría haber hecho mejor? No. Ni se esperaba, ni podría haber sido de otra manera, así que el llanto se convirtió en un aullido necesario, desgarrador y, como no, elemental y primitivamente poético. Y contagió a los demás, que discretamente hicieron lo propio. Menos su marido que incapacitado para el llanto, porque los líquidos se le habían ido secando, miraba fijo a la silicona, que sellaba para siempre su larga convivencia con aquella mujer, transformada, ahora, en restos de humo.
martes, 6 de abril de 2010
ARTISTEE QUE ALGO CAE
Dentro del mundo educativo hay una práctica tácita y no se si consciente, pero sin duda operativa, que mas o menos viene a decir: que para ser todos iguales es preciso que seamos también todos ignaros, estando además orgullosos de serlo.
Todos ignaros y ademas orgullosos de serlo se consigue de manera fácil e inmediata: no llevando nunca la contraria al discente, adulándole y riéndole, al mismo tiempo, todas sus gracias y ocurrencias. Se ha impuesto así la ley del mínimo esfuerzo, como imperativo moral dentro del aula, y, fuera de ella, la firme determinación de los padres de que sus hijos permanezcan ocupados como sea: hora la criatura hace ballet, hora música; hora se aburre de ballet y elige natación, hora pintura al oleo; como el aburrimiento crece en proporción geométrica a la falta de constancia en la actividad elegida, hora el niño hace dibujo manga hora taiwuondo. Y así curso tras curso. Si se fija, una parte importante de esas actividades, llamadas extraescolares, tienen que ver con la práctica de la creación artística. ¿Justo lo que no existe en las actividades dentro de la escuela?
Debo de reconocer que no es equivocada la intución de esos padres al querer que sus hijos se metan por la senda de la creación artística. Lo que equivocan es el procedimiento y la metodología. Su error es favorecer el valetodo y, lo que yo llamo, el artisteo reinante. De repente, mientras en la educación estamos a la cola europea, niños y niñas, jóvenes y jóvenas, adultos y adultas, ancianos y ancianas, perros y gatos, loros y demás parentela quieren ser artistas. Así la oferta de cursos, cursitos y curseos se ha convertido en obligatoria después de cada verano. De este año no pasa, en septiembre “que aprenda a pintar”. O “a bailar”. O....Que haga algo. Se ha ido desarrollando, de esta manera, una práctica mundana, compensatoria del rutinario horario lectivo del aula, alrededor del hecho artístico o artesanal. Con sus piques y navajeos, sus competiciones depredadoras, su momentos de gloria y de fracaso, sus ocultos secretos, etc. Humillados y ofendidos por años de represión, incurablemente ignaros funcionales, la multitud se hizo masa y se lanzó como un solo paquete al artisteo sin freno ni miramientos. Desfigurando y enalteciendo, a partes iguales, todo lo que miran y tocan.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda la práctica de la creación y las tareas que ello comportan: trabajar la imaginación, la intuición, la investigación, la memoria y la relación entre distintos campos del conocimiento, evitando la espontaneidad sin fundamento, con el objetivo de formar una mirada creativa propia y crítica. Todo ello parece molestar y requerir demasiado esfuerzo, por lo que los cuates del artisteo lo descartan como algo prescindible.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda a explorar los sentidos que lo relacionan con el mundo, mas allá de su uso diario; de aprender a escuchar las historias de los otros.
Artistear. En lugar de que el discente entienda que su mundo no se acaba en lo que conoce, que hay cosas en otras partes, y que no es oro todo lo que reluce. Y que lo que reluce, a veces, tampoco se sabe por qué.
Artistear. En lugar de que el discente aprenda a expresar y sacar afuera aquello que es suyo. Evitando que caiga en el solipsismo de que lo que le pasa a él es solo de él y nada más que de él, y a nadie tiene que dar explicaciones de lo que se le ocurra.
Mucho de lo que vemos y leemos es un producto genuino formado bajo la influencia de este ensorcededor ruido del mundo de las extraescolares. Un dia el discente cogió una cámara y su papi le dijo que era muy divertido como la movía. Otro escribió un haiku y enorme de gigante. Otro hizo un anuncio y los de la pandilla le dijeron que era la hostia lo que valía. Otro escribio un graffiti en la pared del insti y el director le sonrío complacido. En fin, años más tarde hizo una peli, escribió una novela y tal y tal, y alguien del régimen le dijo: déjalo todo ya eres una artista, poniéndole la subvención sobre la mesa.
Una mentira debe ir acompañada de otras siete para que se convierta en verdad (Lutero). Ahí reside el dilema. No en entender la creación como una segunda naturaleza, como una manera de estar en el mundo. No en hacer, por tanto, que la escuela y la educación sean el espacio y el tiempo donde se fundamente el aprendizaje de la creación. No. El dilema es encontrar, en horario extraescolar, alguien que sea capaz de mentir por el discente hasta siete veces, dándole a continuación una subvención.
Salvo honrosas excepciones, las actividades artísticas de los últimos años son la historia de un número no despreciable de zafias imposturas pegado a un número igualmente ruin de subvenciones. Se me ocurre, que nada que ver con el jazz, que también viene del mundo de las extraescolares americanas, pero alimentado solo por el humo de los garitos y la hiriente intemperie de la calle.
jueves, 1 de abril de 2010
LOS PREJUICIOS DE LA MIRADA
Leyendo el texto de Primo Levi (deportado a Auschwitz) y de Rudolf Höss (comandante supremo de Auschwitz) da la impresión de que los campos de extermino que inventaron el nazismo y sus cómplices no admitan un tratamiento directo. Ni Primo Levi parece haber sido una víctima ('tuve la suerte de no ser deportado a Auschwitz hasta 1944 y después de que el gobierno alemán hubiera decidido, a causa de la escasez de mano de obra prolongar la vida de los prisioneros que iba a eliminar concediéndole mejoras notables…', así arranca su obra “Si esto es un hombre”), ni Rudolf Höss un superverdugo, ya que no empieza su libro “Yo comandante de Auschwitz” por su profesión, sino que necesita coger aire y volver a su infancia en Baden Baden ('miren quien soy y de donde vengo, soy un tipo normal como ustedes', parece decir), haciendo el camino al revés, para poder justificar mejor las barbaridades de que le acusan y por las que, incomprensiblemente para él, le van a ahorcar en cuanto acabe de escribir el libro que le han encargado.
Es cierto, que tratar con el horror así de frente hace que aparezcan todos los fantasmas y que ocupen toda la cabeza de quien lo intenta, antes de ponerse a escribir la primera línea. Víctimas o verdugos de aquellos horrores nunca antes imaginados, necesitan, pues, desdoblarse, dejar de ser lo que han sido para escribir, mejor o peor, sobre lo sucedido. Necesitan situarse, determinar su punto de vista desde el que van a decir. Necesitan crear una voz que, así, pueda contar. Esa intuición de Primo Levi y Rudolf Höss (lo que hay decir sobre el Lager, para de verdad contar lo que allí sucedió), esa decisión, necesariamente parcial, los acreditan ante el lector como tipos inteligentes, muy inteligentes. Lo nuevo a partir de Auschswitz es eso, que víctima y verdugo puedan ser, son los dos seres inteligentes. Torturador y torturado pierden la dignidad en el Lager, pero no la inteligencia. La inteligencia solo te la arrebata la muerte. Si sales vivo del Lager puedes escribir antes de suicidarte, antes de que te ahorquen puedes escribir. Si tienes algo que contar. Lo incomprensible, 65 años después, es que la mayoría de ciudadanos sigan sin entenderlo.
Y, sin embargo, el esfuerzo constante de mirar al mal de frente es absolutamente necesario y compatible, al mismo tiempo, con que la voz que cuente lo que mira tenga que ser de ficción, es decir, parcial. De otra manera, el Mal Absoluto solo se puede contar y sentir como verdadero desde esa ficción. Un niño con pijama de rallas, pongamos, no puede ser esa voz porque un niño no sabe ser parcial, no sabe elegir, no tiene memoria, en fin, no sabe mentir con intención y sentido, miente literalmente. Todo ello tiene que ver, supongo, con la naturaleza de la propia comunicación humana, y con esa manía, tan de moda, que tiene el personal de exigir información valiosa, experiencia verídica, autenticidad incluso verdad, sentir el contacto de algo real. Y quien mejor que un niño para encargarse de semejante misión.
Víctima y verdugo son el ejemplo más salvaje y disparatado de la incomunicación humana. Sin embargo, cuando junto los textos de Levi y de Höss parece que tienen que decirse algo. Misteriosamente, yo diría que se entienden. No sé donde, pero las palabras apuntan a un lugar común, ya fuera del Lager. Endiabladamente lúcidos, no estaban locos sabían lo que decían. Indignos los dos en el Lager, su inteligencia los pone en contacto en el ámbito de la escritura. Es la contradicción del ser humano moderno, que, como decía antes, no acabamos de admitir. La gente sigue dejándose llevar por la mirada angelical de aquel niño del pijama de rallas y pensando que, a pesar de los pesares, la vida es bella. La gente sigue mirando para otro lado.
Y eso será nuestro acabamiento, ya que nadie vendrá a salvarnos de los peligros que tiene la herencia de nuestra propia obra, y tal vez última, como civilización. Primero fue el poder de los grandes Dioses griegos y romanos, después el Dios cristiano uno y trino, y en solo 30 años (1914-1945) matamos a los unos y al otro, y pusimos el Mal en el centro de nuestra conciencia. Así construimos en el Lager el primer Poder Humano Demoníaco (práctico, aniquilador masivo, asesino perfecto que pretendió no dejar rastro). De los humos de aquellos hornos crematorios llega ahora - más allá de cualquier gobierno, más allá de cualquier legalidad, más allá de cualquier campo de exterminio, fruto de la voluntad absoluta y la especulación ideal sobre la realidad del mundo - el Demonio Deshumanizado con forma, por ejemplo, de Gestor de Fondos de Inversión, conocido también como Sturmbannführer de las Altas Finanzas y Transacciones, en recuerdo de los viejos tiempos. A estos les importa una higa poner por escrito sus experiencias. Son virtuales, no ocupan ningún lugar concreto, pero existen. Y asesinan a mansalva, ahora sí, sin dejar rastro.
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