sábado, 6 de marzo de 2010
SOBRE HIENAS Y BROKERS
Del mundo que nos ofrece la visión del pensamiento alicia, su miedo a la vida es lo que explica esa querencia por el paraíso donde nunca ocurre nada, a fuerza de estar protegido de todo.
Hay razón en la parte de hiena que habita en los de la cima del mundo financiero empresarial (la inestabilidad laboral es lo que les permite mantener el domino de una empresa, bajo la amenaza de no contar con el currante si, dicen, se pasa o no llega), pero también la hay en el itinerario de maravillas que marca el corral humano donde estos cimeros viven y pastorean (¡que duro es ser jefe!, se quejan en privado). A ellos mismos les gustaría estar solos entre hienas, pero, ay, le da más seguridad jugar con esas dos barajas. Es el dilema que tienen planteado ante la crisis. Es el dilema entre si hay alguna certeza en el paraíso perdido que dicen, con tenaz predicamento ante las cámaras y los micrófonos, hay que recuperar, o si solo la hay en la voluntad de quienes persiguen con fe inquebrantable, caiga quien caiga, una verdad inalcanzable, que, sin embargo, define inmejorablemente su camino mortal en el tramo espacio temporal que les ha tocado vivir.
Hace unos meses fui a visitar las pinturas rupestres de la cueva de Chauvet en el departamento francés de l’Ardeche, cerca de donde Eric Rohmer (in memoriam) rodó su Cuento de otoño. Usted sabe que lo mas interesante de la vida se da fuera de las coordenadas habituales del espacio tiempo donde sobrevivimos y nos aniquilamos. Incluso el amor, el sexo y la bolsa, que tanto parecen de este mundo, únicamente cobran todo su significado cuando rompen las hechuras físicas donde aparentemente tienen lugar: la fragilidad de los cuerpos y del patrón oro. Ver las pinturas de unos tipos que vivieron hace 35000 años (con anterioridad a su descubrimento, las mas antiguas estaban datadas en 15000 años aproximadamente) me introdujo en un territorio de sombras, cuya conmoción fue contigua a la luz que me rodeaba en el entorno y aroma provenzal. Ayer, igual que hoy, resulta tan sobrecogedor como misterioso comprobar qué le lleva a alguien a crear mundos posibles y paralelos al que sobrevive cada día. ¿Qué le llevó a un cazador recolector de hace 35000 años a meterse en una cueva y conseguir con unos cuantos trazos contundentes y llenos de verdad las silueta sublime de una hiena, un caballo, un oso, un león, o un hombre-bisonte jodiendo las extremidades inferiores de lo que esta considerado como la primera imagen de una mujer. De repente no le valió con cazar y con joder, le surgió la necesidad de representarlo. ¿Por qué? Igual que al Cromañón de ahora, Oliver Stone talmente, no le basta con leer en los periódicos que el broker de Wall Street, pongamos, se salta la determinación material del patrón oro para volar hacia el infinito poniéndole ceros sin parar a su cuenta, para comprarlo todo, para aniquilarlo todo, sino que lo tiene que meter en su cámara como el de hace 35000 años fijaba lo que cazaba, y lo que hubiera deseado cazar, a la roca. ¿Por qué? Deseo y realidad ya competían a muerte en esa cueva de Chauvet hace tantos miles de años, deseo contra realidad a la busca de una vida mas grande, de un león mas majestuoso del que cazaba cada dia, de un polvo mas duradero del que echaba cada noche, de un sueldo de números infinitos, al fin y al cabo, tan efímeros y degradables tanto en el exterior de Chauvet como en la calle paralela de Wall Street.
¿Qué hay de común entre Chauvet y Wall Street? ¿Qué tienen en común el Cromañón de antes y el de ahora? De otra manera, ¿con que armas se viene librando esa interminable y cruenta batalla entre la realidad y el deseo? Con el lenguaje, el arte y la violencia genocida. Piénsese todo junto. Me estremecí cuando se lo leí así, mientras preparaba el viaje, a uno de los cronistas de la Cueva de Chauvet. No se olvide de pensarlo todo junto, insistía, la presencia y durabilidad del hombre de Cromañon, o sea nosotros mismos, o sea el llamado pomposamente Hombre Sapiens Sapiens, solo se puede entender mediante la combinación fiel e inequívoca de esas tres componentes: el lenguaje articulado para llevar a cabo todo tipo de transacciones, la capacidad de crear mundos posibles y paralelos, y la voluntad incurable de aniquilar otras especias de animales, homínidos o Sapiens Sapiens semejantes (Judios, armenios, pequeños ahorradores, trabajadores, etc) que le puedan hacer sombra. Sigo estremecido ante la lúcida determinación de tal imperativo: piénselo conjuntamente, Lenguaje, Arte, Voluntad Genocida. Estremecido pero, al mismo tiempo, sereno ante la enormidad y el riesgo del reto que nos espera, si queremos seguir todos vivos en este planeta. Aunque, ahora que caigo, siempre tendremos a mano el glorioso ejército de salvación de los muertos vivientes, que, como no, ponen su espacio propio de representación a nuestro alcance. ¿Salvados?