lunes, 15 de marzo de 2010

DER BAADER MEINHOF KOMPLEX, de Uli Edel


EL ENCANTO DE LOS FALSOS DILEMAS Y LOS NUEVOS PROFETAS

¿Qué pasa cuando el malestar y el caos es lo gordo de una sociedad? ¿Qué ocurre cuando el dolor por el sufrimiento es mucho mas grande que el placer por el bienestar? Entonces, ¿es legítimo perder la paciencia? ¿Lo que se ha de hacer es coger las armas y tirarse al monte? Gandhi no lo hizo, pero Lenin si, por poner de dos iconos del siglo pasado. No creo que la India Colonial estuviera mejor que Rusia Zarista.

¿Y al reves? ¿Qué pasa cuando todo es al revés, cuando el nivel de bienestar general es superior al malestar y el caos, y el beneficio del placer hace olvidar a mucha gente las penurias del dolor y el sufrimiento? ¿Es legítima, entonces, la violencia? o ¿viene mas cuento practicar el esfuerzo de la paciencia, ya que hay muchas cosas que perder? Alemania es el caso. Se enfilo con determinación hacia el bienestar después de la carnicería del 45. Veinte años mas tarde volvía a ser el motor del bienestar europeo. Entonces, los de la banda Baader-Meinhoff decidieron mediar con sus bombas, ráfagas de metralleta y tiros a bocajarro entre aquel fulgurante bienestar y los problemas sociales que acarreaba, según ellos, el infame orden burgués. En ese momento ya no eran Gandhi ni Lenin, en ese momento ya eran otra cosa, porque también la Alemania de los años sesenta no era la India Colonial ni la Rusia Zarista. Como tampoco el problema era si tener mas o menos paciencia, o ejercer mas o menos la violencia, ante los efectos no deseados del bienestar que trajo el milagro de recuperación alemán y, por ende, el europeo. Falso dilema, vigente todavía.

Pero, ¿quienes eran este grupo de soñadores violentos? La película debería haber servido para eso, para volver la mirada hacia los protagonistas de aquellos tiempos y comprobar que el pasado perdura como presente, cuanto de ancestral hay en ello, y, con lo que queda, si ya es hora de cambiar. Si se puede cambiar. La película debería haber servido para acercarse al alma de gente que sueña así. Y, de paso, cuanto terror habita debajo de los paños calientes del bienestar ambiente. No he visto esta película. El tono y el tempo historicista que Uli Edel le da a su película, esa nefasta moda, apunta en sentido literal hacia el pasado, como si allí pudiera encontrar algo. De nada vale hacer revisiones a la baja, presentando ahora a Andreas Baader desde el primer fotograma como un psicópata irrefrenable, ¿alguien se puede creer que fuera tan simple, tan de una pieza?. Ya sabemos lo que dan de sí los personajes de una pieza. Y a Ulrike Meinhof como una comprometida y pácifica periodista, amante madre de familia y de sus hijas, ¿cómo se adereza su espíritu maternal esplícito y su espíritu justiciero universal oculto?. Con el saltito. Un día da un saltito por la ventana y se convierte en terrorista o revolucionaria de la mano del psicópata ¿Qué hago yo con el saltito? ¿Qué hago con ese matrimonio de conveniencia así concebido? Claro está, la inéquivoca belleza de los planos de la acción revolucionaria urbana de la banda hace olvidar la necesidad de responder a esa y otras preguntas. Acción llama a mas acción, no a la búsqueda de la verdad. A no ser que Edel nos quiera sugerir que esta gente no tenía nada en la cabeza.

Fíjese que solo habían pasado veinte años de la barbarie nazi, y que el gulag sovietico funcionaba a pleno rendimiento, pero la peli transmite la sensación de que los de la banda Baader-Meinhof ya se habían olvidado de la una y que el muro de Berlin (símbolo siniestro del otro) era como un cristal transparente. Eso parece viendo la nula resonancia que tienen en la preparación de sus acciones violentas. Se mueven en la pantalla con la levedad y arrogancia propia de alguien que habita un presente fundacional, adánico, alguien que está dispuesto a dar la forma definitiva al mundo. Vaya peligro.

Siempre me ha parecido un misterio de la condición europea esa capacidad que tenemos de calentarnos los cascos con los conflictos a cincomil kilómetros, o más, de distancia y el ensimismamiento que nos paraliza delante de los que tenemos delante de las narices. La década de los sesenta fue gloriosa porque inició una manera de vivir y de pensar megálomana que simbolícamente acaba con los atentados del 11 de setiempre en el centro neurálgico del capitalismo global. Creíamos que no podíamos estrellarnos, creíamos que pensar así no obtura ni carcome el cerebro, pero aquel fatídico día nos encontramos con la horma de nuestro zapato. Nos encontramos con alguien que había hecho del ejercicio de la paciencia una religión y además estaba dispuesto a morir por ella, con alguien que vino a estrellarse contra nosotros. Nuestra megalomanía, hoy ya declinante, sigue sin dar crédito a lo ocurrido.