martes, 16 de marzo de 2010

UN CUENTO DE NAVIDAD, de Arnaud Desplechin


LA FAMILIA, COMO REALMENTE PUEDE SER

La familia es ese lugar de sombras donde a uno le echan al mundo entre pañales, y así cubierto trata de buscar la luz vanamente hasta el dia de la tumba final. ¿Pelin tenebrista y apocaliptico?, créame que no. Cualquier de las variantes del lado, digamos, angelical del asunto no garantiza mas luz ni un final mejor, ni tiene que ver necesariamente con el r esultado de los duelos y quebrantos que ahí dentro se libran. No es mejor, ni tampoco peor, la familia actual que la medieval, por irme lejos. Son distintas, aunque yo creo que tienen en común que funcionan siempre con averias y a trompicones. Pero como es insustituible, la familia es la única institución a la que el Estado (ese otro agujero negro, cómplice necesario en el blanqueo de los trapos sucios familiares) no le pide cuentas, salvo en casos extremos, de lo que se cuece allí dentro. Con que pase por hacienda los días estipulados en el calendario fiscal ya es sufiente. Los malos humos y demás excrecencias de índole y procedencia no económica que en el seno familiar se trajinan, se vierten al espacio público sin reciclar. Nadie llama a la puerta de ningún hogar, ni les exige a los que allí habitan el correspondiente peaje por tanta contaminación. No digo con esto que la familia no tenga que ser así. El lado fantasmal en que se asienta gran parte de nuestra existencia necesita un refugio con esas hechuras, donde no disolverse antes de tiempo. Fíjese el aspecto tan lamentable que ofrecen los que por mala fortuna o audacia mal calculada no encuentran acomodo en este refugio. Vagan como sicarios en celo por la ciudad, como muertos vivientes a la busca y captura de sus semejantes.

Mas que como brújula, la familia funciona como contenedor de lo mejor y peor de la vida. Bien mirado no puede ser de otra manera, ya que en la decisión de formar una familia prevalece el instinto continuador de la vida sobre la intención racional de darle orden y sentido, a pesar de la propaganda psicosociológica o religiosa del ambiente. Ese orden, ese sentido que cada vez con mayor frecuencia no pocos padres reclaman con desesperación ante el infierno en que se ha convertido la convivencia familiar, no se encuentra, no puede existir en su seno, en esa forma de canjilón aleatorio y zumbón en el que viven. El orden y el sentido familar unicamente se pueden visualizar, se pueden sentir, mediante la ficción, sea cinematográfica o literaria, como tan pelis y novelas lo corroboran. Este cuento de navidad es otro buen ejemplo. Mejor que cualquier estudio con datos y cuadros estadísticos incluidos. Mejor que cualquier gabinete de orientación.

La forma que ha elegido el señor Desplechin para su propuesta tiene el interés de dar cabida a diferentes formas y elementos narrativos, una manera muy acertada de entender ese funcionamiento de la familia como contenedor que menciono mas arriba. Así la familia, por fin, no es ni buena ni mala sino todo lo contrario. Vamos, lo que cualquier persona bien nacida sabe, y agradece, de la que le ha tocado en suerte. A todo ello colabora, sin duda, la exquisita elección de los actores. La frialdad y belleza de la madre parece no pintar mucho al lado de su marido con aspecto de botella de butano. Parece, solo parece. Poco a poco me di cuenta de que la aparente asepsia que se percibe entre el matrimonio era la clave del asunto. Era la puerta de entrada a lo que me había convocado el señor Desplichin, ver y sentir su obra como pareja, ver y sentir como los vástagos muestren su deuda con los progenitores, y entre ellos. Sin escatimar mezquindades ni navajazos entre los rivales, sin ocultar gestos de amor y cariño entre los que se quieren, sin dejar de mostar la importancia de los que solo muestran indiferencia, porque de todo hay en la viña familiar. Pero sin abusar, sin cebarse para que lo dramático no se aupe sobre lo cómico, ni lo trágico sobre lo absurdo, con variedad de matices y enfoques, para que la sangre y las lágrimas nunca lleguen al río, con su tendencia a desbordarse, manchándolo e inundándolo todo. Así, toda la familia vuelve a casa, una vez más, por Navidad. Como debe ser en tiempos desesperanzados, pero no desesperados. Como debe ser siempre.

Unicamente me molestó esa incontinencia en la verborrea del estilo francés, que no deja respirar a gusto a las imágenes que aparecen, ni aparecer a las que deberían hacerlo en su lugar, alargando, sin venir a cuento, el metraje de la peli.