jueves, 11 de marzo de 2010

GOMORRA, de Matteo Garrone



LOS HECHOS NO GUARDAN RELACIÓN CON LA VERDAD

Hoy comienzo en triángulo. Primero con esa frase tan kafkiana que a mí me parece, a la vez, tan perturbadora: ¿cómo se sabe más de la vida dentro o fuera de la ley? A la que le acompaña esta otra, hecha por quien todavía practica la fe en las virtudes de la vanguardia artística: la norma se inventó para las gentes de medio pelo, esa mayoría que nunca quiere sobresalir en nada ni por encima de nadie. Por último, el tercer lado tiene que ver con la siempre polémica relación entre realidad literal y ficción real: toda comunicación concluye siempre en un fracaso, pero la verdadera comunicación es ficticia. Naturalmente, lo segundo no se sigue de lo primero. Es decir, la ficción no tiene nada que ver con el fracaso.

La pregunta que se desprende de esta triada de aseveraciones no se deja esperar: ¿de dónde le viene al respetable el hambre ambiente de realidad-mucha realidad-todo es realidad? ¿Es culpa de la ficción? ¿O es que, de repente, con el último empujón tecnológico, nos creemos ya liberados de la mediación de la ficción para llegar a la verdad? El hombre sapiens y aldeano siempre necesitó que le contaran historias, al parecer sus limitaciones ante una vida infinitamente más grande que él y su familia así lo aconsejaba. ¿Por qué al hombre global y urbanita quiere que le cuenten documentales? ¿Qué está cambiando en nuestra forma de percepción? Dicen que emocionalmente seguimos más o menos como antaño. Entonces, ¿qué buscamos en lo documental que no encontramos en lo narrativo? ¿Por qué Gomorra funciona como si fuese una web-cam, colocada en el muladar de la ciudad donde van a parar todas las inmundicias de la condición humana? ¿Todas? Usted y yo sabemos que no. Usted y yo sabemos que con esta manera de rodar cruda, sin invenciones ni adornos de estilo que tiene Matteo Garrone rebaja al espectador a la condición de ciudadano normal, o si quiere a mero espectador de noticias, o de productos reality, tipo callejeros y tal. Por este camino, tampoco llegaremos muy lejos sobre que hay en el fondo de esos banqueros experimentados, premios Nobel de Economía, doctores de Harvard, líderes mundiales, genios de la creación de modelos matemáticos computerizados, tampoco sabremos la verdad sobre esa patulea de cabrones que han llevado al mundo a una ruina cuya escala todavía desconocemos. ¿De qué nos vale, entonces, ver este tipo de realidad sin cocer en la elegante e hipnótica cazuela narrativa (sí, ya lo digo, el Padrino, o Los Soprano, pongamos), si no nos aproximamos al tuétano de la verdad. ¿Por qué tendemos a confundir realidad literal con verdad? Si, al menos, intuimos que la vida no es literal, ¿por qué tendemos a confundir lo que vemos con lo que hay, a decir que las cosas son como son y a defender que hay verdades como puños, punto pelota? ¿por qué hay tanto acérrimo de este entocinamiento mental?

La ensoñación que me produce ver a Don Vito Corleone, o a Tony Soprano está hecha con la peor mierda de albañal. De acuerdo. Su forma de contarse y contarnos, no deja de fascinar a los propios matones reales y a mí mismo como espectador. Reconozco que siempre acabo queriéndolos. Su forma de retratarse, de alguna manera, acaba por retratar mi violencia interior y el miedo que me da saber que soy su único contenedor. También reconozco que durante mucho tiempo tuve problemas de conciencia con esta identificación. Pero después de ver la peli de Gorrone, mordiendo la realidad cruda a cachos, ya tengo respuesta a la primera pregunta del principio. Y al tiempo me doy cuenta que con tanta realidad literal, con imágenes tan pretendidamente veraces, tengo tendencia a bostezar, y a pensar algo que me incomoda: que bestias pardas son estos napolitanos, pero que agustito estoy sentado en mi butaca, mientras los veo, al comprobar que no soy como ellos.