viernes, 26 de marzo de 2010

MUERTE EN VENECIA Y VIDA EN ARIZONA. O AL REVÉS



EL CASO DE RINGO KID Y GUSTAV ASCHENBACH

Volví a ver Muerte en Venecia y La diligencia, y comprobé que me produjeron sentimentos semejantes y equiparables dentro de un mismo rango emocional. De repente me di cuenta que no había vuelto a ver una del oeste ni una de arte y ensayo. Una de mi infancia en las tardes de los domingos, y otra de mi época universitaria en las sesiones del cineclub. Una para pasar el rato, otra para pensar y elevarme por encima del tiempo. Una de John Ford y otra de Luchino Visconti. Una de un norteamericano y otra de un europeo. Una de un conservador y otra de una comunista. De repente toda es mandanga había desaparecido, apareciendo ante mí una explosión de deseo desdoblado en sus diferentes formas de amor y odio.

La prosa no es lo contrario de la poesía sino del verso. Así en la literatura como en el cine. La poesía es un estado de gran intensidad expresiva. La poesía es aquello que solo puede apreciarse con una manera peculiar de atención. La poesía impacta y revela. La poesía es para ser vista o leía en silencio. Lo que diferencia a La Diligencia de John Ford de Muerte en Venecia de Luchino Visconti no es el contenido poético, sino la forma prosística, más acusada en la del tuerto americano, de una levedad casi ausente en la del aristócrata italiano. Pero la intensidad poética juega un papel en las dos igualmente determinante. Sino fuera así la peli de Ford sería un reportaje sobre la reserva de los indios navajo en Arizona, o sobre las famosas formaciones en forma de mesa, y la de Visconti una crónica de época de la gente decadente que se hospeda en el Hotel des Bains al lado de la playa del Lido veneciano. Solo mediante ese arrebatador impacto poético la vida y la muerte suben, y se encuentran, en lo más alto en las dos historias. Eso fue lo que de repente ví, y me sentí bien al comprobar que toda la costra que durante años las había tapado, había desparecido gracias a un trabajo de restauración que había hecho con mi mirada.

La Diligencia es un poema épico. Muerte en Venecia es uno lírico. Hasta aquí el canon académico. Ringo Kid es un guerrero en perfecto estado de forma. Gustav Aschenbach es un intelectual de la música a punto de morirse, pero los dos disfrutan de su libertad, por ejemplo, como lo hacen los perros en la peli de Mon Oncle, de Jacques Tati. Para Ringo Kid, Arizona es un espacio salvaje donde todo está ocurriendo y el futuro se echa en manos de su ahora. Para Gustav Aschenbach, Venecia es una ciudad donde ha ocurrido de todo y el pasado se echa en brazos de su declinante presente. Cuando he conseguido espantar las costras que me nublaban la vista, la aridez de Arizona y la humedad de Venecia, me parecen dos caras a un lado y otro de mi retina. Como el amanecer viene después del crepúsculo, así La Diligencia es volver a empezar de nuevo al otro lado del mar océano, después de la ceremonia del adiós que se representa en las costas de la Serenísima. Así como el incandescente núcleo terrestre busca la fria superficie donde solidificar alguna de las formas que vemos, la acción de los personajes en las grandes llanuras del Monument Valley, representada en su punto álgido por las grandes cabalgadas y persecuciones que Ford distorsiona, una y otra vez, con el cambio de racord, antes que ser menospreciada, parece ir al encuentro de los refinados movimientos y muecas que la reclaman solícita, y que repite Gustav Aschenbach, una y otra vez, desde su quietud y parsimoniosa mirada en el salon del Hotel dels Bains veneciano. El ruido argumental de La Diligencia no ahuyenta la quietud mineral de lo que se ve detrás de tanto polvo y tiroteo siempre camino de la venganza en Lordsburg, de igual manera que el silencio que acompaña al inapreciable hilo de la tramoya de Muerte en Venecia no impide ver que al protagonista le han entrado las prisas últimas que anteceden a la muerte, por llegar a algún sitio al que nunca ha ido y que se llama el efebo Tadzio. Uno con el rifle en jarras, el otro parapetado detrás de esas gafitas, uno desafiando a quien está detrás de la cámara, el otro encantado de reconocerse en el espejo, uno machoman sin el menor género de duda, el otro exhibiendo calladamente su pálida ambiguedad sexual. Tales insólitas autoestimas brotan de que, sin previo aviso, se han enamorado de alguien, de que la muerte les ronda de cerca. Y pensar que antes, todo esto me parecía paparrucha y chundarata.

Pero ¿cómo llegar a esta forma de trasparencia? Como ya he dicho, mediante un severa y continuada restauración de mi mirada. Solo despojándola de los conceptos y capas ideólogícas de todo tipo que le he ido colocando encima por mor del encantamiento y servidumbre cultural, solo desnudándola y quitándole el ropaje de las grandes ideas a las que uno se apunta sin saber muy bien por qué, y que, al cabo del tiempo, me he dado cuenta de que mas que grandes son gordas y grasientas debido a la hinchazón que, como el tocino en los músculos, el pensamiento moral y moralizante ha ejercido sobre ellas.

Lo dicho. Ringo Kid y Gustav Aschenbach. Arizona y Venecia. El deseo, la vida y la muerte. O al revés. Y no lo liaré más