miércoles, 31 de marzo de 2010

MOON, de Duncan Jones


EL EXISTIR Y SU ENIGMA

Me costó lo mío entender para que valía esa cinematografía o literatura, llamada con ese oximeron tan poco afortunado, de ciencia ficción. Al decir para que valía me refiero en el ámbito de la creación, que en el del mercado no hace falta que le diga lo que ha dado de sí y cuantas fortunas se han engordado a su cuenta. Me costó lo mio, digo, pero cuando le había pillado el runrun al género pegó un giro y se fue convirtiendo en un cajón de sastre donde se fueron colando todas las ocurrencias que a cada cual le petaba colar. En nombre de la libertad, faltaría más, las fantasías mas delirantes, no confundir con imaginación, y apoyándose en las cada vez mas sofisticadas tecnologías digitales, cualquiera se dedicó a jugar a cualquier juego con tal de que, cada vez, las películas tuvieran las imágenes mas estrámboticas, decían, jamas vistas. Son lo efectos especiales, tio, todo es cuestión de los efectos especiales, se fue convirtiendo en el santo y seña del asunto. De esta manera el género de la ciencia-ficción mutó en subgenero, que ya va por libre, que es el cine de los efectos especiales. Cada vez hay mas películas que es inutil buscar otro propósito que no sea un numero indeterminado e inopinado de efectos especiales. Llegados a este extremo lo de la ciencia-ficción ha quedado reservado para los telenoticas, documentales, realitys de distinto pelaje y, en fin, lo que sucede cada día en nuestra vida cotidiana, su auténtico granero.

No hace falta que insista en que el cine es la forma de narrar propia del siglo XX, que su metodología nada tiene que ver con la de la ciencia, mas bien es una forma de hacer que apunta mas lejos y en sentido contrario, y que la comunicación humana es una ficción que se puede interpretar de dos formas: como una farsa o como de cuya necesidad siempre se obtiene algún beneficio. Las farsas terminan mas tarde o mas temprano, es lo que pasa con tantas pelis y, sobre todo, pasa con las de los efectos especiales, revestidos de vitola científica. Es mas interesante lo segundo. De acuerdo que la comunicación es una ficción, pero no conviene ser atrapado por el pesimismo esteril que hay en el “entonces no nos entendemos”, ni tampoco en la trampa para monos que dice que “si no nos entendemos, lo mejor es que nos entretengamos”. Ninguna de estas dos farsas nos libra de, al cabo, no precipitarnos en un especie de catatonia que sería el final de la especie. Sin embargo la tentativa de comunicación sin esperanza crea lazos lo suficientemente fuertes como para evitar que todo lo anterior ocurra. Así de trágica es nuestra existencia, pese a tanta sonrisa institucional que nos rodea. Ya ve.

Pero ¿qué queda de aquellos orígenes, donde se diseñaron los mimbres de una forma de narrar que buscaba su espacio y su tiempo en lugares muy alejados de los terrícolas? 2001, odisea del espacio, de Stanley Kubrick, tengo para mí que marcó el canto de cisne de este tipo de filmografía. Anote, si quiere, Matrix. Luego muchas cucarachas gigantes, alienígenas con seis cabezas, insectos chulos, batracios de formas suaves, reptiles disfrazados de chica sexy, avatares con un solo cuerno en la frente, o con dos, y tal y tal. Pero nadie volvió a captar como Kubrick ese extraño sentimiento que nos embarga, ése que surge de la necesidad de una confirmación exterior de que merecemos existir, y que justifica un viaje a su búsqueda en los confines del universo. Es todo un enigma, aunque sordo. Y creo que de todos.

Después de la odisea espacial, pasado el 2001 y sus demoliciones, se puede afirmar que el meollo está en el merecimiento de la vida propia, y no tanto en la confirmación exterior de la vida ajena. Creo que el señor Duncan Jones se ha dado cuenta de ello (a lo mejor se lo ha soplado su eminente papi) y coloca al espectador ahí. Sam Bell es una astronauta como podía ser un taxista. Quiero decir con la misma naturalidad. No en cuanto a la acumulación de conocimeintos ciéntificos, cosa que al cine le es indiferente, sino en términos de heroicidad cotidiana. Los dos salen al hostil espacio exterior y, solos ante el peligro, los dos buscan el reconocimiento de su existencia, bien sea con el cliente bien con el ordenador parlanchin. El espacio exterior ya no es el problema porque ya están en él. Se han dado cuenta de que la frontera no hay que buscarla ahí fuera, de que por mucho que te alejes no cambia nada.

Confirmaciones exteriores las necesitamos para cualquier cosa, los cacharros que cada día salen a la palestra comercial lo confirman, pero ¿para sentir que merecemos nuestra existencia? Años atrás cuando los astronautas salian al espacio exterior, viendo el planeta azul, volvían a casa hechos unos dioses. Era inimaginable que se le ocurriera hacerse semejante pregunta. Pero las visiones que tiene Sam Bell sobre la superficie lunar, despues de un fortuito accidente, ya no parece que apunten hacia la gloria divina. Le quedan dos meses para volver a la casa y, de repente, no sabe quien es. Como si la Tierra se le hubiera colado en el habitáculo lunar, después de perder su angelical e ingenua tonalidad, con toda su endiablada esquizofrenia y locura que la matiene dando vueltas. Ahora la supervisión profesional del mineral que ha de abastecer a todo el planeta de energias limpias, tiene que verselas con su identidad personal que se ha vuelto absurda. Lejos de aquel endiosamiento de sus antepasados, Sam Bell se ha convertido, sin que nadie le de explicaciones, en un superviviente que ha perdido el control sobre su mundo. ¿Porque la suma de su tiempo, allí en la luna, arroja un saldo de pérdidas y de duelos que le convierten en un tipo a la deriva, en un tipo desdoblado en ruido y furia?

Desde que lei el Quijote siempre he pensado que, allá donde pongamos los pies, la odisea espaciotemporal de nuestra delirante inteligencia nos acompañará siempre. Viajemos a la galaxia Alfacentauro o la taberna de la esquina. Nunca podremos sobreponernos a las intuiciones arquetípicas creadas en el momento de que tuvimos conciencia de nuestra soledad en el cosmos (Mircea Eliada). Pero seguiremos malgastando y arruinando nuestra vida con tal de que algun dia podamos alcanzarlas y poseerlas. El tiempo de los endiosamientos ya ha pasado, solo nos queda el ejemplo del astronauta Sam Bell. O el del taxista, que nos trae de vuelta a casa en la ebria soledad de la madrugada.