lunes, 1 de febrero de 2010
TRES MONOS, de Nuri Bilge Ceylan
EXTRAÑAS ASIMETRIAS
Dos días después del terremoto de Haití, y bajo la influencia de la imagen inducida de casi cien mil muertos me dispongo a ver la peli de este fotógrafo turco, que va de otro terremoto, éste diario y casi invisible: el que produce las tarascadas eruptivas del corazón de los seres humanos.
Entre el lenguaje florido y espeso que suelen utilizar quienes deciden ir a la consulta, pongamos del psicoanalista (éstos saben un huevo de esa manera de hablar), a contar sus historias y lo que, enmascarado, ebulle debajo de semejantes abalorios lingüísticos y gestuales, se encuentra todo el abanico de posibilidades que da de sí eso que gusta nombrarse con el solemne nombre de la comunicación humana. Dialogo, dicen los más correctos. Falta diálogo.
Se lo digo sin más demora: tengo la sospecha, cada vez más fundada (tampoco me voy a poner ahora en plan científico con estos asuntos, para restarles prestigio e infalibilidad), de que no sabemos o no podemos hablar sobre nosotros mismos de forma satisfactoria. Pero de igual manera le confieso, antes de que me acuse de catastrofista y tal, que si no lo intentamos una y otra vez nuestro destino seguro es la locura o por ahí cerca. Así va el mundo, envuelto en esta paradoja, que debido a la profusión y diversificación de los medios de comunicación y su afán de instantaneidad, están convirtiendo la primordial sabiduría de su oscura ambigüedad en algo literal y, me atrevería a decir, ahora sí, de luminosa exactitud científica. Hablar por hablar, que siempre ha sido una manera de que no se te vaya la olla, se ha convertido en el santo y seña que te abre la puerta del entendimiento y la lucidez. Callar por callar, en el otro extremo, vendría a ser una respuesta casi orgánica con la que se supone nos introduciríamos en el lado oculto del espejo de tanta verborrea extrema, con la intención de ver que se cuece por tales lares. Así, a veces pienso, es como lo entienden muchos cineastas del momento. Pelis donde los personajes son casi mudos hay cada vez mas. Y eso, dicen, es una manera de representar la incomunicación humana. Ya ve. Aunque me parece que no es tan sencillo como lo filman. La incomunicación humana se ha de representar de forma que lo comunique al espectador que lo ve, por recuperar la oscura paradoja perdida, que es donde mejor se piensa y se ven las cosas. Tan plana puede ser una peli donde los personajes no dejen de hablar, como otra en la que no se dicen ni mu.
Cuando veo pelis como la de Nuri Bilge Ceylan me da por pensar que ha tirado la toalla y sencillamente se dedica a levantar acta y ocultar (como es lo propio de todo acto administrativo), mediante una excelente fotografía postal, lo que es obvio: que la comunicación dentro del matrimonio (de hecho o de derecho) está llena de sobresaltos cuya flecha resultante apunta al fracaso, al igual que complicada es su representación, la cual solo es posible en el campo de la ficción. De aquí no se deduce, naturalmente, que la ficción tenga que ver con el fracaso, sino con el lenguaje que sea capaz de dar forma a esa incomunicación que si debe ser transitiva, es decir, debe interpelar al espectador. Debe comunicarse con él, como decía antes.
Los personajes de Bilge Ceylan caen en una extraña asimetría que más o menos se la muestro como sigue: por un lado está lo que les pasa en la vida, que no es para echar cohetes (la vida es así, Haití mismamente), y, por otro, lo que hacen con eso que les pasa. Es esto último lo que incita a la comunicación, lo que debe tener estructura de transmisibilidad (perdone por el palabro, pero es que tengo la gripe T). Me parece muy bien que por razones de guión el padre, la madre y el hijo casi ni se miren Y ni se hablen (eso pasa en las mas honorables familias cuando empiezan a dejar de serlo, como es nuestro caso), pero que no distraigan al respetable con los intercambios psíquicos de la tramoyita del político corrupto y el espíritu samurai de su chofer, que además resulta que le crecen los cuernos mientras pena en la carcel la condena de su hasta entonces respetable jefe. Qué le vamos a hacer. No me parece aceptable que aquellos lleven su incomunicación al fondo hermético de su individualidad. Ahí todo es mío, nada más que mío, yo soy yo y mi abismo y nada de mí se proyecta hacia fuera. Caras de palo, únicamente alteradas por mor de la tramoyita y sus chalaneos. Todavía no estoy tan pallá como para que me traten como si estuviera loco.