miércoles, 10 de septiembre de 2025

OSCAR HAHN

 Escrito con tiza

Uno le dice a Cero que la nada existe
Cero replica que uno tampoco existe
porque el amor nos da la misma naturaleza

Cero mas Unos somos Dos le dice
y se van por el pizarrón tomados de la mano

Dos se besan debajo de los pupitres
Dos son Uno cerca del borrador agazapado
y Uno es Cero mi vida

Detrás de todo gran amor la nada acecha.

CLUB DE LECTORES ADULTOS 40

 Convendría distinguir entre:

*El yo lector que busca al asistir a un club de lectores su propia identidad: efímera, cambiante, contingente, etc

*El yo lector que busca al asistir a un club de lectura la verdad común y permanente con otros lectores. Es lo que da forma al discurso amistoso, no de oposición, que es la lectura. 


Para Roland Barthes el placer del texto, es decir, ante el texto, es un placer individual, entendido por ello “asocial” y entendiendo, por “asocial” ni comunicable ni transmisible. Entiéndase hoy el término “asocial” como sinónimo del “narcisismo extremo”, aunque confunda el verlos todo el día exhibiéndose en las redes sociales donde militan. Aquí es donde se refugian y camuflan todos los lectores perezosos que asisten a los clubs de lectura. Si hacemos caso a Barthes nos meteríamos de coz y hoz en una pura paradoja, a saber: la experiencia lectora interior, asocial o narcisista, no se produce en contacto con lo asocial sino en contacto con una de las partes más convencional o más representada de la experiencia, el texto, sagrado o profano. No en balde se siguen produciendo muchos más libros de los que se compran, y de estos no digamos ya los que no se leen. El resultado es una extraña asimetría: por un lado queda el texto y por el otro lo que nos pasa con el texto. Es decir, lo que incita a la comunicación, lo que tiene estructura de transmisibilidad, nos incomunica y nos precipita en el fondo hermético de nuestra individualidad. Mi placer al leer es solo mío, piensa para sus adentros, y nada de mi se proyecta en la existencia gracias a su opuesto más patente: la escritura. Entonces, ¿para que asistes a un club de lectores adultos?


Esta decisiva actitud de los lectores irrazonables a la hora de decidir asistir a un club de lectores adultos, forman una burbuja donde se refugia ese activismo de la ignorancia disfrazada de certeza que tanto se da en esos club de lectura. La racionalidad no es suficiente al asistir a un club de lectores. La mayoría de los lectores persigue sus desnudos intereses al margen de cualquier consideración acerca del bien común. Falta valor y coraje, más que erudición académica como tantos se empeñan cínicamente en exigir (no es que no estoy preparado, no, es que soy un cobarde irredimible), es lo que el lector adulto debe poner sobre la mesa común que lo une a los otros lectores adultos en el acto que los convoca, para desprenderse del fardo de sus desnudos intereses y descubrir el bien común que existe al dejarse acompañar en la lectura de un cuento o una novela.


Como resistirse perceptivamente, más allá de la actualidad, ante la avalancha de tópicos y lugares comunes que se nos echan encima desde la actualidad de cada día a través de los medios de comunicación.


Del valor y el coraje surge principio de responsabilidad, no de la erudición académica. Entonces, ¿como legitimarse como lector no generalista o consumista de lo que hay, sino como lector de lo que puede haber más allá de lo que hay, como lector democrático, simbólico y desarraigado, digamos, para estar así a la altura del narrador y de los otros lectores que ahí, más allá de lo qué hay, más allá de las cuitas de la actualidad y sus arraigadas servidumbres, se hacen esta misma pregunta? Para salir así de las meras opiniones sobre el argumento de un texto y alcanzar su sentir sobre su capacidad ejemplar. Dejando así, también, de conformarse, o de apalancarse en la condición de ser un lector callado.

jueves, 4 de septiembre de 2025

INMACULADA PELEGRÍN

 MATERIAL DE DERRIBO 

La casa se deshace
bajo el peso del tiempo
y ya no queda nada –o casi nada–
salvable en su interior.
Unas cajas, tan sólo,
con trastos que indultar del cataclismo.

Una de ellas contiene unas muñecas
vestidas de una moda incomprensible
como si, con las prisas,
se pusieran la ropa equivocada.

Su dueña las dispuso para el viaje
de forma cuidadosa.
Ordenadas y juntas; de este modo
se les ve asustadizas, obedientes.

Despeinadas y sucias en sus caras
tienen unas sonrisas que no entiendo.


CLUB DE LECTORES ADULTOS 39

 LA NUEVA CULPA POR NO LEER

Entre una Democracia de consumidores o una Democracia de ciudadanos.


​Desde pequeños nos dicen que hay que leer, que leer es bueno, que leer nos hace cultos, que leer nos hace libres, que leer nos hace sabios. Los maestros insisten, las instituciones gastan papel, presupuesto y carteles para fomentar la lectura, los editores se quejan pero paran de editar libros, los libreros también se quejan de que no venden lo suficiente, los escritores no dejan de hacer bolos para dar a conocer sus obras. En fin, que no leer se ha convertido en una culpa, en un nuevo pecado, en una mancha. Y nadie quiere sentir se culpable.

Pero el problema empieza entonces: ¿qué leer? para redimir el pecado y librarnos de la culpa. Leer todo es imposible y leer casi todo también. La única opción posible y razonable reside en intentar leer los libros necesarios. El problema sigue porque nadie se pone de acuerdo sobre la composición de esa lista imaginaria. Alguna hay circulando pero ninguna, afortunadamente, es fiable. Digo afortunadamente porque esa lista debe ser un descubrimiento personal - aunque transferible- que cada lector y lectora debe hacer por sí mismo, aun sin renunciar a ayudas y recomendaciones de otros.


Cada època necesita de palabras que le empujen a mirarse en el espejo. No importa que esas palabras sean del pasado o del presente. Cada època hace una literatura acomodaticia (como servicio público y mercado) destinada a proponer eso que los lectores de esa época quieren escuchar. Los consumidores. Y otra, mas intempestiva (como aprendizaje y conocimiento), que le habla a esos mismos lectores sin servidumbre ni contemplaciones. Los ciudadanos. Solo esta última está en condiciones de ir mes allá de la oferta y de la demanda de su época. 


Los narradores buenos se encuentran, aunque parezca increíble, en los libros remotos en el tiempo (más allá de la actualidad), aquellos que no corremos peligro de encontrarnos a la vuelta de la esquina (los de plena y rabiosa actualidad). Para el uso cotidiano del lenguaje - ese que no nos hace correr ningún riesgo cuando hablamos o leemos - preferimos los libros donde los narradores y personajes sean más manejables, menos desconcertantes, con los que sepamos a qué atenernos. Vamos, narradores mas acordes con quienes están a nuestro lado, o nos encontramos en el deambular por la vida cómoda y acomodada que llevamos.


​Para encontrar los libros necesarios se requiere, ante todo, descubrir cuales son las preguntas con que uno convive, es decir, es necesario, pensar el mundo personal y el colectivo. Pensar la vida que llevamos. Si uno conoce esas preguntas se puede orientar en la selva editorial y en la herencia literaria. Puede escapar de las modas y de los prejuicios estériles. Puede empezar a ir más allá del me gusta o no me gusta del imperativo digital, para empezar a responderse: este libro me interesa o este libro no me interesa. Por ese camino se puede llegar, incluso, a descubrir los grandes libros, los grandes autores: los que nos ofrecen las preguntas que nunca nos habíamos imaginado. Esos son los imprescindibles. Son pocos seguramente. Pero valen mas que mil campañas publicitarias. Nos hablan en voz baja en estos tiempos de tanto ruido.

martes, 2 de septiembre de 2025

JOSÉ BERGAMÍN

 Nunca saben los sueños que son sueños

cuando pueblan de imágenes el alma
desviando el sentido de la vida
más allá, o más acá, de las palabras.

Cuando tejen con hilos invisibles
la tela fabulosa de su trama
como una red que apresa el pensamiento
bajo el turbio espejismo de su aguas.

SISSI Y GEORGE

 Apelar a la normalidad como equivalente de la experiencia de la semejanza en la polis. Yo comparto con el otro cosas semejantes al formar parte de la misma comunidad política y al mismo tiempo somos distintos. Hubo un tiempo en que el pasado no acababa de pasar del todo porque el futuro no acababa de llegar todavía. Y eso era normal. De esta manera el tiempo no perdía su continuidad en su atributo fundamental de fluir permanente, haciendo así más habitable el espacio, tanto de los que estaban como de los que se habían ido y de los que estaban por venir. A nadie se le ocurría, por decirlo así, enmendarle la plana a la vida del abuelo a cuenta del nacimiento del nieto. Todo el mundo intuía, más o menos, que siempre había algo en el tiempo pasado que no había sido pensado y que por tanto no había sido vivido del todo. O sencillamente no había sido vivido como experiencia. De ahí la insistencia sin sonrojo en los ámbitos académicos europeos en hacer valer con orgullo nuestra triple procedencia de la civilización occidental a la que pertenecemos: griega, hebrea y romana. Cuanto de aquellas formas de vida tiene vigencia entre nuestras formas de vida actual, cuanto ya no existe y cuanto lo hace bajo otros ropajes o apariencias. Pero, de repente, dejamos de vivir con estas preguntas sobre la continuidad de la vida a nuestro lado y ésta empezó a aparecer manga por hombre ante los que seguíamos vivos. Empezaron a ordenar el mundo no el todo sino las fracciones del todo, no el fluir del tiempo, sino su presentismo estático y, como correlato de lo anterior, los expertos en las fracciones y el carpe diem de cada una de ellas. Hasta hoy.

Todo lo anterior ha tenido y tiene una gran influencia en la manera de concebir la forma de narrar el pasado. “Sissi y yo”, la película dirigida por Frauke Finsterwalder y la serie de TV “La joven George Sand”, de Rodolphe Tissot, son dos ejemplos que he visto recientemente de esto que digo.


Juan Arnau explica de forma inmejorable lo que nos está pasando desde que entramos en esta etapa que se ha dado en llamar postmoderna, en la que el cuento del YO CON MAYUSCULAS ha sustituido a todos los grandes relatos tradicionales, que según los teóricos de aquella ya no daban más de sí. El relato de Dios incluido. Arnau dice así:  “El ego tiene que seguir, si ha de seguir la vida. ¿Como uno podría desembarazarse de sus gustos e inclinaciones, de sus miedos y aversiones? Lo que puede no seguir, y esta es la solución India, es la identificación con el ego, creer que uno es eso, ese conjunto de inclinaciones y deseos, ese cuerpo al que éstas han dado forma, esa red de manías y obsesiones, éticas o villanas, solidarias o narcisistas. Y entonces uno empieza a espiar al ego (sin juzgarlo) y a esbozar una sonrisa ante el espectáculo de sus afanes. Deseo irónico. Ese testigo que observa es la puerta de entrada a lo real. No es lo real mismo, pero desde allí puede ocurrir que lo real se manifieste.”


No es que me incomode inventar las vidas del pasado a cuenta de las ideologías dominantes del presente (tiremos de tópico, cada cual puede hacer lo que le pete, faltaría mas), sino que me pregunto para qué sirve ese esfuerzo sino es para renovar los colores de las estampas que los apologetas utilizan en la prédica de tales ideologías. Los datos históricos nos dicen, hasta donde la historia alcanza en su decir, que la emperatriz Isabel de Austria (Sissi) y la aristócrata Aurora Dupin (George Sand) tuvieron unas biografías que no eran habituales en la época que les tocó vivir. Y además a las dos les encantaba montar a caballo. Lo que los datos históricos no resaltan es que lograron vivir su vidas inhabituales porque era emperatriz la una y aristócrata francesa la otra, fardo del que no quisieron desprenderse por aquello de que el hábito hace al monje. Mediante este apunte irónico, como dice Juan Arnau, quizá las biografías que representan las películas mencionadas más arriba hubieran quedado en mejores condiciones de ser vistas en el presente, que es heredero común  del pasado particular de cada una de las heroínas. Si a Sissi su directora le hubiera rebajado los humos imperiales de Isabel y si a George Sand su director la hubiera liberado de los líos matrimoniales de Aurora Dupin, todos, ellas entonces y los espectadores de hoy, hubiéramos podido conversar con mejor provecho en un presente reconocido que no debería quedar afectado por el paso y el peso de los años que median entre ellas y nosotros.