Como lo oye, es difícil de reparar la pérdida absoluta de la formación política en los ciudadanos, la pérdida de crítica consecuente - nos confirmamos con el descontento -, la pérdida de bagaje cultural, la pérdida de todo atisbo espiritual, la pérdida de las nociones elementales de lo justo y lo injusto. Así fue una parte de la respuesta de uno de los ponentes de la conferencia a quien desde el patio de butacas, que casualmente estaba sentado a mi lado, le había hecho una pregunta sobre si uno de los males de nuestra cultura es que nos llega toda ella enlatada, pero no con fecha de caducidad como las sardinas sino como la de los yogures. El título de la conferencia era “Las experiencias del tiempo.” Los dos ponentes que hablaron, y cada uno a su manera - novelista histórico el uno e historiador narrativo el otro - se metieron con las bondades y promesas del futuro y su tecnología, que nunca llegan como las prometen los futurólogos progresistas, y alentaron, a cambio, las evidencias existenciales del pasado y su tradición, de cuyas bondades y promesas, dijeron, somos nosotros los legítimos herederos. Duele pensar, respondió el que estaba a mi lado, que los pronósticos de los teóricos de la obsolescencia del ser humano se han cumplido en esta nuestra cultura extraviada y dirigida por lerdos.