viernes, 26 de septiembre de 2025

CIUDADANO BERLINÉS 1

 Siempre he tenido “pereza” para aprender otros idiomas. Me parecía que mientras me dedicaba a aprender a balbucear el nuevo idioma en las academias o con los métodos de moda no profundizaba en mi lengua materna. Quiero decir, no aprendía a pensar en es lengua primordial. Sea por ello, que crea que para aprender de verdad un idioma hay que vivir durante bastante tiempo en alguno de los lugares donde el idioma elegido sea oficial. Pero mi biografía no ha sido la del estudiante varías veces becado, que ha vivido suficiente tiempo en las ciudades donde lo ha llevado la beca que le han concedido, lo que le ha permitido acabar aprendiendo el idioma que allí se habla. Ni tampoco he sido el emigrante, o el hijo de emigrante tipo de los años sesenta, que se instaló o lo instalaron en la ciudad extranjera elegida por sus padres a la busca de trabajo, siendo esta decisión laboral la que me hubiera llevado a poder aprender el idioma de esa ciudad. Sin embargo, lo que si ha despertado mi interés es escuchar a mi mujer como habla otros idiomas a los que se ha acercado. El francés, el inglés y ahora el alemán. Es como si estuviera escuchando a otra persona a la que escucho habitualmente en nuestra lengua común, el español. Esta fue la razón por la que decidí acompañarla al curso de alemán al que se apuntó en la ciudad de Berlín. Mi otra intención era, y es de la que quiero hablar en este escrito, aprender a ser ciudadano berlinés.

¿Qué quiero decir con esta expresión aparentemente campanuda? Trataré de explicarme. Mi mujer y yo hemos visitado Berlin cinco o seis veces, pero siempre lo hemos hecho como turistas. Una categoría, esta de turista, que poco a poco ha ido desplazando a la de ciudadano, sobre todo en las grandes ciudades. O dicho de otra manera, las grandes ciudades no producen grandes ciudadanos, que sería lo suyo siguiendo la ampulosidad del adjetivo, sino que esa misma ampulosidad por primera vez en la historia gramatical de las lenguas hace mutar el nombre ciudadano en turista. En una ciudad grande como Berlin habitan, si nos atenemos al estilo y perfil de las personas que se ven andando por las calles, los turistas, entes que son los que, al fin y al cabo, acaban llenando las arcas municipales, siempre en competencia con otras instituciones en el reparto del pastel de los presupuestos generales del Estado, cuando se aprueban que no son todos los años como pasa por estos pagos. Los ciudadanos de esta gran ciudad de Berlín - a sabiendas de que puede ser un anacronismo que sigo utilizando como homenaje democrático a sus orígenes, y por amor a las crónicas berlinesas de Joseph Roth o a los paseos por Berlin de Franz Hessel - permanecen anónimos o desaparecidos ante el apabullante narcisismo de los turistas que no dejan de pulular por sus calles y rincones ni una hora del día, ni un día de la semana, ni una semana del mes, ni un mes del año. Esos entes sin ser, los turistas, que patean el asfalto de la ciudad de Berlin como un todo, donde su propia existencia de turistas ocupa la cúspide de ese todo, no como un milagro o como un misterio, tal y como es la existencia de esta ciudad y sus habitantes después de sus múltiples catástrofes acaecidas no hace tanto, sino como algo que está ahí como un universo inteligible al primer clik del móvil del ese turista sin ser y que está ahí también, ajena a todo que no sea todo enteramente a su servicio.