martes, 10 de septiembre de 2024

CRÓNICAS DEL RÍO MENO 8

 LA CULTURA DEL MIMBRE

Al salir de Kulmbach el mundo mental ciclista de esa mañana dio un giro ante nosotros, pues estábamos a punto de seguir el curso medio del río Meno. Ya lo sabíamos, pues los mapas nos habían anticipado que a tres kilometros de Kulmbach los dos ríos Menos, el Meno rojo y el Meno blanco, que han nacido más de 70 kilometras antes, en la Alta Franconia al norte de Baviera, se unían en el definitivo río Meno, sin adjetivos ni colores. La anticipación cartográfica no rebaja un ápice la expectación de los ciclistas por ver cómo será el adulto compañero fluvial de ruta en esta nueva etapa. El calificativo que acompaña antes a ambos ríos, y los distingue entre sí, es el mismo que el color de la tierra que arrastra su caudal de agua a lo largo de esos kilómetros desde su nacimiento. No pretendo que ustedes me entiendan del todo, simplemente a lo que aspiro es a que si se pierden me sigan dando pedales desde casa, encima de su bici estática. Pedalear es perderse, como la vida misma. No es la primera vez que nos pasa. También seguimos el cauce del Danubio desde su nacimiento, y el del Rin empezamos en el lago Constanza, que no es donde nace pero nosotros así lo bautizamos, hasta su desembocadura en Rotherdam. Y así fue como experimentamos el crecimiento de dos de los ríos más grandes de Europa. Se parece mucho a como ver crecer a un hijo. No digo una flor o un árbol, porque creo que un río se parece mucho, en términos biológicos y emocionales, a un ser humano. En Alemania los dos ríos, como ya he dicho, que mejor representan esto son el Rin, el río puro, y el Danubio, el rio mestizo. El río Meno al ser un afluente del primero no alcanza las dimensiones de la madurez y vejez de aquel, muere antes, más joven, por decirlo así, como Novalis, como Jim Morrison, y en este sentido se podría llamar un río romántico, de vida corta y azarosa. Pero no tanto. En Frankfurt se encuentra con Goethe y con el Banco Central Europeo, y se hacen colegas. Valga decir, por tanto, que el Meno es un río post moderno. Algo del asunto ya hemos hablado. Pero volviendo al Rin, al río puro, al río del romanticismo alemán, al río de Hölderlein, si es destacable la experiencia de su nacimiento en los Gascones alpinos, su desagüe en caída libre en el lago Constanza y las cataratas más grandes de Europa a la salida del lago, para  muchos kilómetros después verlo desembocar con el cansancio y la corrupta suciedad industrial propia de la vida moderna, formado estuario en Rotherdam, en el mar del norte. Es parecido al revolucionario y hipppie, lleno de pureza, cuando tenia veinte años, que al llegar a los setenta no se reconoce en el burgués acomodado, ahíto de corrupción y cinismo, totalmente insensible frente a los avatares de la vida que han seguido sucediendo a su lado.


En esta ocasión hemos dormido en la pensión Doña María. No es que se llame así, es el nombre imaginario que le hemos puesto a una cadena de hospedaje que suele haber en los circuitos ciclistas y que de vez en cuando utilizamos como refugio y refrigerio de final de etapas. El rótulo de Doña María se lo damos a aquellas pensiones que están regentadas por mujeres y que te hacen sentir como si hubieras vuelto a casa por unas horas. A la amabilidad profesional habitual estas mujeres ofrecen al viajero un plus de familiaridad, que te invita a quedarte allí para volver a revivir tu infancia. Todo en ellas son parabienes y cucamonas para que el viaje nos salga como habíamos previsto y lleguemos al final sanos y salvos. Doña María se despide de nosotros con zapatillas y mandil, moviendo la mano como una hada buena delante de la puerta de la pensión, mientras nosotros nos aupamos a la bici e iniciamos un día más la marcha hacia nuestro destino, que no es otro que volver a recuperar las señales que nos lleven al cauce del río Meno. Al recuperar el carril bici nos damos cuenta de dos cosas. Una, que efectivamente el río Meno se ha hecho mayor. Dos, que hay mas tráfico ciclista que otros días. Dar pedales al lado de un río que inicia su vida adulta transmite una sensación de falsa confianza turística - como todas las sensaciones turísticas por otra parte - pues en este tramo del río empiezan a aparecer unas señalizaciones nunca vistas en el curso alto. Me refiero, de ahí la alusión anterior a la falsedad, a esas marcas que indican la altura y el año donde llegaron las inundaciones en tiempos pasados. Dicho de otra manera, al entrar en el curso alto del río el ciclista entra también en una zona de peligro. Esas aguas que en verano se desplazan bendiciendo el ritmo de tus pedaladas, en época de lluvias torrenciales mejor ni te acerques por estos pagos no siendo que tu y tu bicicleta acaben siendo arrastradas por ellas. Menos mal que la red de diques - otra de las novedades del curso medio del río -  sobre los que han construido el carril bici, se supone que garantizan la seguridad del ciclista durante todo el año. 


Nada más entrar en Lichtenfels la cultura del mimbre, más que recibirnos de forma discreta, se echa sobre nosotros como cada vez hacen más los señuelos turísticos. Quieres creer que las monumentales Piezas que no reciben han sido tejidas a golpe de muñeca por un artesano sin nombre. En esto, a la industria turística le gusta seguir como en la Edad Media, buscando el anonimato de las obras artesanales, lo del apabullamientos del autor es cosa del romanticismo más tronado. Sin embargo, esas enormes piezas de mimbre, y de escala 1:1, se pueden reciclar perfectamente para que ocupen cualquiera de los espacios que no muy lejos de allí, en Kassel, organiza la feria de arte contemporáneo más importante del mundo, Documenta, cada cinco años, la próxima en 2015. En Lichtenfels, de momento, la cosa está contenida y enmarcada en lo propio del alma medieval. Así una señora, que trasmite el aura de nuestra Doña María de principio de la mañana, con traje de artesana local hilvana con valor y coraje, y con fuerza mucha fuerza en los brazos en la plaza de la Iglesia, las piezas: cestas, bolas, armarios, figuras de animales y antropomórficas, etc, que va dejando esparcidas de forma aleatoria en la plaza de la Iglesia del pueblo. El visitante no tiene nada más que pararse y observar con atención la conmovedora estampa que todo el conjunto va compareciendo ante sus ojos. También si quiere darle un tono más institucional y pedagógico a su mirada, el visitante puede visitar el museo del Korb, dedicado a la cultura del mimbre y sus hacedores, los cesteros.