lunes, 23 de septiembre de 2024

CRÓNICAS DEL RÍO MENO 11

 LA PENSION DE HILDEGARDA

El nombre de Hildegarda en Alemania es, para entendernos, como el de Teresa en España. Nada más oírlo las dos te remiten a épocas remotas. A la baja Edad Media en una caso y a la literatura ascética mística del siglo XVI en el otro. Solo después de estos flashback pones los pies en la tierra y te dispones a escuchar a quien te habla. Hildegarda de Wipfeld, Hilde para los amigos y clientes, nos recibe en su pensión a la antigua a usanza, por decirlo así. No se olvide que veníamos de dormir en un Ibis, el hotel que frecuentan los turistas androides y los intergalácticos. Antes de llegar a casa de Hilde, el calor fue el protagonista que acompañó a nuestros pedaleos. He de decir que aunque lo prefiero al frío o a la lluvia para ir encima de una bici, cuando la temperatura pasa de treinta grados y se acerca peligrosamente a treinta y cinco lo que prefiero es sentarme en una terraza de esas que hay a la vera del río y beberme un vino blanco Riesling, escuchando el rumor del agua y el canto de los pájaros, dejar que pase el calor y llegar al destino fijado cuando empieza a caer la tarde. Pero esta vez no pudo ser, ya que con Hilde habíamos quedado en llegar a la pensión antes de la hora de la comida, pues más tarde no nos podría recibir en persona y no tenia un lugar donde dejarnos la llave de entrada a la pensión. Ya digo, una patrona a la antigua usanza. Menos mal que la etapa que nos tocaba recorrer no era muy larga y discurría en su mayor parte dentro del ámbito de la naturaleza, aunque en ésta ocasión poco arbolada. Solo uno o dos pueblos pequeños, con sus iglesias y plazas mayores como únicos elementos vertebradores de su trama urbana, que en la mayoría de los casos tendía a alargarse siguiendo el cauce del río. La visita a las iglesias fue obligada, pues veníamos observando desde que salimos Bayreuth que todas, en esta zona de la Alta Franconia, tenían en común a parte de su estructura de culto católico, diferente del protestante, la blancura de sus estatuas, que resaltaban a la vista realzando sobre la arquitectura de la Iglesia, más o menos exhuberante, que las acogía. Un gesto muy propio de la catolicidad de la zona donde nos encontrábamos. Las diferencias abiertas por la reforma luterana en la sociedad alemana son habituales en los recorridos ciclistas que hemos hecho. Y el mejor escaparate par observarlas al turista despistado que pasa por allí son las iglesias. Las austeridad de los protestantes contrasta con el gusto de los católicos por la ornamentación y el recargado rococó de las imágenes. Esto se hace muy evidente cuando se entra en una iglesia de culto protestante y a continuación se puede entrar en una de culto católico que no suelen quedar muy lejos. Esta pluralidad de cultos no es tan palpable en el estado libre de Baviera. No digo que en alguna ciudad se pueda dar, pero a las que la bici me ha llevado no creo recordar haberlo visto. El predomino de los símbolos católicos es dominante, incluso, diría yo, apabullante en algunos pueblos y cruce de camino . Se sabe, sin embargo, que una de las características que introdujo Lutero con su reforma fue la austeridad en la maneras y en la representación simbólica de sus nuevas creencias, en el aspecto visible del culto para entendernos, por contraste con el despilfarro de los jerarcas del Vaticano, que él y sus seguidores no dejaron nunca de denunciar. Fue por ello que nos sorprendió este giro en la coloración de las estatuas que decoran el interior de las Iglesias que visitamos desde que salimos de Bayreuth. A lo que estamos acostumbrados es a la policromía descolorida por el paso del tiempo.


Hilde nos esperaba con la llave de la habitación y de la casa en una mano y el mapa del pueblo en la otra. Entre medias, una sonrisa de las de verdad, no de selfie, en el cuerpo. No duchamos para amortiguar el calor que llevamos encima y un poco de reposo. El mapa que nos entregó Hilde, donde ella misma nos señaló el recorrido para ver el pueblo, nos llevó a la parte alta donde se encontraba la iglesia y sus estatua pintadas de color blanco, como no podía ser de otra manera si seguíamos pedaleando en esa parte de Baviera. También nos sentamos en el mirador que nos señaló Hilde, desde donde se veían una de las estampas características de esta zona: los viñedos trepando por las empinadas rampas de la colina, donde el sol pega de lleno para hacer madura la uva.