MÚSICA, VINO Y UN MONASTERIO BENEDICTINO
Iniciamos la nueva etapa subiendo a uno de los vehículos habituales que nos encontramos de vez en cuando en los recorridos cicloturistas. Me refiero al fähre. Un especie de puente móvil y flotante para que crucen el río las personas y sus transportes particulares (coche, moto, bicicleta, piernas) evitando así el impacto visual que supondría la proliferación de puentes fijos. Estos puentes móviles y flotantes son de raigambre medieval, que te recuerda a los barqueros fluviales tan apegados como los pescadores a la cultura ribereña de los ríos. El fähre tiene una estructura de barcaza que se mueve a motor y en casos cada vez más inusuales mediante la manipulación de una tirolina. El motor es accionado por el barquero que s en untar dentro de una cabina situada en un lado de la barcaza, desde donde también suele cobrar el precio del ticket del viaje. Cada viajero entra en la plataforma de la barcaza y ocupa su sitio al igual que su medio de transporte que ocupa el suyo. Cuando la plataforma está llena el barquero emprende el viaje hacia la otra orilla del rio. Allí se apean los viajeros y sus vehículos, y entran los nuevos viajeros con los suyos. Una vez llena la plataforma el barquero emprende la trayecto de vuelta. Así durante el horario que tenga estipulado, que suele ocupar la mañana y la tarde de cada día, coincidiendo con la duración de la luz diurna.
Hoy hay mucha animación ciclista en el carril bici del Meno. El día anima. Hace menos calor y el paisaje se transforma en beneficio del cultivo, elaboración y distribución del vino. Pasamos por tres o cuatro pueblos pequeños. Entre medias se pueden observar laderas de gran pendiente llenas de plantaciones vinícolas, en las que se observa con claridad el complejo mecanismo que los del lugar han construido para llevar a cabo cada año la sagrada operación de la vendimia. La cual tiene como destino las bodegas que hay repartidas por el camino que realizamos. Así llegamos a Vollbach, uno de esos pequeños pueblos que he mencionado. Sus vecinos se encuentran en plena celebración de la fiesta del vino repartida por la plaza del pueblo y calles aledañas, dándole a la música y a la cata de sus caldos. Nos sumamos durante un rato a la fiesta y poco después seguimos pedaleando hasta llegar al monasterio benedictino de Schwarach.
La abadía, dedicada al Santo Salvador, la Virgen María y Santa Felicidad, fue fundada antes del 788 como convento de monjas. Era una fundación privada de la casa gobernante carolingia: las abadesas eran hijas de la familia imperial, por ejemplo Theodrada,, una hija de Carlomagno. Después de la muerte de la última abadesa carolingia, Bertha, en 877, las monjas abandonaron la abadía y fue tomada por benedictinos de "Megingaudshausen". Entramos en una nave en yeso rugoso, solo en blanco, sin casi colores, adornos que no sobresalen, no dorados, la mayoría metal y plata, es idóneo para androides monjes. Fuera el espacio acoge un gymnasium. Y unos asientos rodean un platanero que nos sirve de comedor, nos sentamos y comemos los bocadillos, un poco de agua, y listos para el último tramo.
Conviene destacar la huella carolingia por estos pagos de la Alta Franconia, en la ribera del río Meno. Como europeo occidental preocupado por los destinos de este lado del continente euroasiático que conocemos hoy por Unión Europea, siento una especial predilección por la figura de Carlomagno, aceptado por muchos historiadores como “el padre de Europa.” El fue quien tuvo por primera vez una visión de la unidad europea, lo cual me colma me colma de esperanza, en un momento donde la mayoría de las voces de mi alrededor no paran de pronosticar el fin de ese gran sueño. A ese pesimismo colabora la estructura de contrapunto del poder terrenal que el Imperio de Carlomagno opuso al poder espiritual del Papa de Roma, y que no siempre se resolvió como el gran emperador había imaginado. De todos es conocido la ambición sin límites de muchos de los inquilinos del Vaticano, que no dudaron en adueñarse de los dos poderes mencionados. Esa herencia acaparadora y sanguinaria vaticanista ha favorecido la visión nihilista de un laicismo disgregador mal entendido de matriz revolucionaria, que surge de nuevo siempre que la idea de una Europa Unida pierde aliento. Hoy la visión unitaria de Europa de matriz cristiana que imaginó Carlomagno, sale de nuevo al paso de la gran crisis que estamos padeciendo, e inspira, ya sin el fardo del poder del Papa recluido en las habitaciones del Vaticano, la recuperación de aquella herencia carolingia, ahora sin Dios, y sin Papa, tal y como lo anuncian sus actuales promotores.
El monasterio benedictino de Schwarach, se convirtió en un centro de reforma monástica durante el siglo XII, cuando el obispo Adalbero de Würzburg, que estaba en estrecho contacto con los movimientos de reforma benedictina de Cluny, Gorze e Hirsau, nombró abad a Egberto de Gorze. Egbert no solo reformó y renovó la vida espiritual del monasterio de Schwarach, sino que luego, a través de la difusión de las posteriores reformas del propio monasterio, ejerció una influencia mucho más allá de su propia jurisdicción.
Para recorrer el último tramo pasamos a la rivera derecha del rio, para llegar a Kitzingen, final de etapa. No hace mucho calor, hay zonas de sombras y algunos trozos al lado de la carretera, pero siempre cerca el río, algunos piragüistas en medio del río dan sus paladas en la misma dirección que vamos nosotros. Al llegar a Kitzingen se accede por un parque que lleva directo al enorme puente que comunica la parte vieja y la nueva. En seguida nos damos cuenta que desde el puente se observa la mejor vista de la ciudad. Volveremos después de la ducha correspondiente y un pequeño descanso reparador, y antes de la visitas a las dos iglesias con estatuas en las que destaca el color blanco en su ornamentación, como debe ser, y los restos de las murallas de la antigua ciudad fortificada. Lo último, como siempre, reparar fuerzas cenando acompañados de una botella de Riesling.