Los personajes de la película:
1 ¿Hablan de la muerte como hecho biológico inminente?
2 ¿O hablan de la muerte como parte inseparable de la vida? El único destino cierto de la vida es la muerte.
Si es 1 ¿Por qué celebran una fiesta? ¿Que hay que celebrar?
Si fuera 2 ¿Las conversaciones sobre la vida y la muerte forman parte de lo habitual entre seres mortales y finitos? Entonces,
3 ¿de qué hablan las palabras que el espectador escucha durante toda la película?
Estas fueron algunas de las preguntas que me vinieron a la cabeza después de ver la película. Y me vinieron así, por ese orden, porque surgen de la impotencia de estar chocando contra un muro infranqueable: la sociedad occidental moderna no quiere oír hablar de la muerte porque sus miembros se sienten inmortales. Nadie que está todo el día vendiendo y comprando felicidad puede pensar de otra manera.
Sin embargo, la inminencia de la muerte como hecho biológico, como es el caso de la protagonista principal de la película “Corazon silencioso”, de Bille August, permite ajustar cuentas con la vida. O sea, que la única certeza que tenemos, a saber, que somos seres mortales y finitos, solo cobra significado cuando conocemos con más precisión la fecha de llevarse a cabo. De nuevo el tiempo del reloj individual, tic tac, se impone al tiempo de lo que sucede siempre, somos seres mortales.
El caso es que la que sabe la fecha en que se va a morir convoca a una cena de despedida su familia biológica: sus dos hijas, y a su familia política, las parejas de esas y un vástago de la hermana mayor más la amiga de toda la vida de la que va a morir. La ceremonia vista desde la ideología eutanásica pudiera parecer honesta y sincera, un acto de devota militancia. Sin embargo deriva, como he dicho antes, hacia un ajuste de cuentas entre las vidas de los asistentes, con la muerte de la madre fijada en el calendario como telón de fondo. Es a lo que más podemos llegar a imaginar los mortales occidentales al día de hoy, al tratar con estos asuntos de vida y muerte.
Como ya hemos visto en otras películas de similar temática, lo que parece ser a simple vista honesto y sincero no es tal a medida que se desarrollan los acontecimientos. Lo cual no quiere decir que la intención del director de la peli esté movida por el suspense o el morbo que puedan producir las acciones de los protagonistas, sino más bien por el misterio que destilan en el momento de manifestarse en la pantalla, que no es otro que el misterio propio de la vida delante de presencia de la muerte pisándole los talones.
A uno le hubiera gustado que en vez de sacar los trapos sucios de la familia, se hubieran puesto a conversar sobre lo que había significado su existencia más allá de esos trapos sucios. Pero pedirle eso a una estructura tribal como es la familia es como pedirle al Sol que salga por el norte y se ponga por el sur. De todas maneras si es interesante observar como la naturaleza humana se hace cultura en la forma que adquiere para enfrentarse al hecho de la muerte. Para entendernos, un animal no humano haría estas cosas de manera más natural y directa, sin celebraciones y fiestas que valgan. Pero los animales humanos, aparte de ser muy festivos y jaraneros, tienen sus corazones silenciosos, donde se esconden todos los interrogantes de la vida cuando los aguijonea de cerca la muerte. Eso es lo que, a mi modo de entender, muestra la peli de August. Lo que ocurre es que lo hace cubriendo aquellos del mangoneo maternal, pasividad paternal, celos de la hermana mayor, deriva mental de la hermana menor, indiferencia del yerno mayor, colocón del yerno menor, la inocencia del nieto y, como no, la extrañeza familiar de la amiga de toda la vida de la madre. Conductas todas ellas que sin la presencia inminente de la muerte aparecerían rebozadas de vida eterna. Es decir, no podrían aparecer porque la vida eterna no hay humano que la represente.