El Arte de trampear y engañar a la vida que llevamos. O en términos actuales, el Arte de evadirte de la vida que llevamos, de no responsabilizarte de ella solo consumirla. En fin, de no querer comprender nuestra manera de existir.
Siempre que hoy nos proponen mantener una tertulia sobre alguna película de la época franquista, se nos enciende un piloto rojo en nuestro interior con esa intensidad que maneja la historia la ideología presentista, también conocida como adanista, que nos dificulta saber dónde colocarnos no solo para verla, sino para el día de la tertulia decir algo sobre ella a nuestros colegas tertulianos, que de eso es de lo que se trata. Con la película “Los tramposos”, de Pedro Lazaga, no ocurrió nada que no estuviera en el guión mencionado. Aunque vale la pena destacar que el tiempo no pasa en balde para los nostálgicos más rancios del antifranquismo, pues han pasado ya casi 50 años desde que murió Francisco Franco y se nota que han perdido fuelle cuando se tienen que enfrentar a ese decir algo sobre cómo les ha afectado una película como la que protagonizan los tramposos Tony Leblanc y Antonio Ozores.
Como siempre que uno se enfrenta a un relato es importante recordar, por decirlo así, dos preceptos de obligado cumplimiento. Uno, evitar ser literalista, Dos, evitar mirar de una manera generalista o noticiosa. Es decir, mirar, en este caso el relato de Los tramposos, más allá del contexto histórico social donde aparecen (Madrid de 1959) y más acá del presentismo o adanismo actual, tratando de dejarle hueco y tiempo en nuestra intimidad a lo que de permanente tienen las industrias y andanzas de esos entrañables tramposos. Esa es la razón de ser de lo que pueda dar de sí la conversación que mantengamos en la tertulia.
Como suele ser habitual en esa conversación hubo de todo, como en botica. Para unos Virgilio Tony Leblanc y Paco Antonio Ozores actúan en un contexto social y político que solo la fecha señala como el del franquismo. Y para otros, entre los que me encuentro, las peripecias de Virgilio y Paco se enmarcan en la tradición de la literatura picaresca que llega hasta nuestros días, pues tiene la virtud de encarnarse desde su creación en el siglo XVI en el alma de como somos los que existimos por estos pagos. La trampa o el engaño no es una falta leve o un delito mayor, según los casos, es sencillamente nuestro estilo de vida. Nada más tenemos que fijarnos hoy en las prácticas de la clase política dominante y sus votantes, o sea nosotros, para comprobar la vigencia de lo que digo. Lo que diferencia a lo que hacen Virgilio y Paco de lo que se hace ahora es la gracia o la guasa o el sentido del humor, llámese como se quiera. Y es que como dice Andrés Trapiello en su libro “Madrid”, el hambre tipo de los años 40 españoles, al principio te martiriza y te duele el estómago pero cuando te quieres dar cuenta, años 60, acaba quitándote el apetito y te conviertes en un estoico. Pues eso, Virgilio y Paco son dos estoicos de la vida, que actúan por las calles de Madrid a servicio de su filosofía. Y es aquí donde es de justicia dar tiempo y espacio a Julita Conchita Velasco y Katy Laura Valenzuela, novias de nuestros estoicos, ya que sin su presencia y hacienda el estoicismo de la vida de aquellos hubiera sido otra cosa. O probablemente no hubiera sido más allá de sus vistas a Avila, también conocida como cárcel de Carabanchel. Julita - hermana de Paco y novia de Virgilio - y Katy - la mejor amiga de Julita y novia de Paco - trabajan en una agencia de viajes. La una y la otra utilizando su influencia afectiva sobre el otro y el uno consiguen que estos últimos den un giro a su estoicismo y se hagan laboralmente, como ellos dicen, decentes. Así a imagen y semejanza de ellas abandonan los timos del tocomocho y la estampita, y se dedican a conducir las vistas de los nuevos turistas que llegan a Madrid, haciendo así la competencia a la empresa donde trabajan Julita y Katy. A partir de este momento, y dentro de la decencia del nuevo estoicismo de los protagonistas, el lío y los malos entendidos están servidos. Hasta el final que, como no podía ser de otra manera en la época del desarrollismo, acaba felizmente para ambas parejas con nuevo coche incluido.
Podría decirse, en fin, llevando a la práctica ese itinerario hacia la intimidad del espectador actual propuesto al principio, que en “Los tramposos” se pone al día en el imaginario común español el mito del Lazarillo de Tormes. Y en el mapa de Europa la modernidad económica española, que comienza justamente en ese año de 1959 con el inicio del desarrollismo franquista. La llegada de la democracia veinte años más tarde, concluiría el trabajo de modernización política y social entonces iniciado con la economía. Como todo el mundo sabe Lázaro es el fundador y epítome de la picaresca española, que todavía se encarna en los más avezados usuarios de la era digital actual. Entren y vean en las redes sociales y en la mayoría de los programas de TV líderes de audiencia, si quieren comprobar la línea de continuidad que hay en lo que les digo.