BERLÍN: DESTRUCCIÓN DE LA HUMANIDAD
Tengo para mi que la ciudad de Berlín es la representación cabal de la destrucción de la humanidad. O dicho con más precisión: de la Europa en ruinas, que en ese momento, 1945, era la representación de toda la humanidad. O también, Berlin representa el proemio de un relato nuevo: la destrucción de la humanidad por parte de los propios humanos como motor y sentido de la historia de la humanidad misma. Fuera dioses y seres sobre naturales, el ser humano mismo como único agente de destrucción masiva. En fin, la destrucción total de la humanidad por parte de los propios humanos como un hecho real, contable en muertos, heridos y desaparecidos, y demostrable en las ruinas urbanas que quedaron a la vista, hoy tapadas por la apoteosis de la arquitectura vanguardista del cristal y del acero. Un hecho real que ha sucedido y seguirá sucediendo. Destruir para volver a construir. Y, sin embargo, Berlin es una de las ciudades más seductoras, sino la que más, desde el punto de vista turístico. Esa doble dimensión hace de la capital alemana, ahora si, un espacio y un tiempo inigualable. Gracias a los ingenieros de la propaganda y la publicidad el sintagma “destrucción de la humanidad” sigue oliendo a supersticiones del pasado propias de creyentes alcanforados, algo que dependía de las plagas que Dios tuvo a bien enviar a nuestros antepasados, fuera del alcance de toda prescripción cientifista. Mejor predicar mucho y alto “científicamente” sobre el apocalipsis que se nos echa encima debido al cambio climático, como si éste no tuviera que ver con aquella, o viceversa. Que quiere que la diga, a estas alturas de la incredulidad humana me da más confianza que sea Dios el que decida y legisle sobre la destrucción de la humanidad, con su plagas y ventoleras, a que sean los hombres y mujeres con sus guerras nucleares. Cielo santo, que miedo poner nuestro destino solo en manos de estos últimos simios. Sea como fuere, no voy a entrar a discutir sobre que es antes si el huevo o la gallina, simplemente el sintagma “destrucción de la humanidad” me parece algo tan evidente pues cada día la percibimos, en mayor o menor escala, a través de nuestros sentidos. Y esa nueva forma de percibir tiene una fecha de comienzo, por decirlo así, un año uno de la nueva era, y que no es otra, como ya dije, que la de 1945. Tres palabras representan ese espantoso honor de dar comienzo al primer año de la Destrucción de la Humanidad: Auschwitz Gulag, Hiroshima. Cada una de las tres se relacionan con los tres bandos en liza en esa operación destructora que significó ls Segunda Guerra Mundial: Alemania nazi, Rusia soviética, USA democrática. Esa es nuestra herencia, casi ochenta años después. Para que no haya equívocos ni colorantes añadidos, sobre ese suelo empiezo a contar algunas de las peripecias del viaje ciclista siguiendo el curso del río Spree, (Spree-Radweg, en alemán) desde cerca de su nacimiento en la Alta Lusacia checa hasta la ciudad de Berlín, poco antes de su desembocadura en el río Havel. Lo que quiero decir es que este relato del rio Spree empieza por el final. Como no podía ser de otra manera.