jueves, 17 de agosto de 2023

CRÓNICA DEL RÍO SPREE 3

 BERLIN: LA TORRE ANTIAÉREA 

Antes de adentrarnos en la almendra berlinesa, siguiendo el itinerario del ejército rojo, hasta llegar al búnker del Fürher, no pudimos por menos de acercarnos al lugar donde estuvo ubicada la Ópera Kroll, hoy una amplia zona ajardinada cerca de la puerta de Brandeburgo, en la que un par de carteles recuerdan al edificio que se levantó allí hasta años después de acabada la guerra. La Ópera Kroll fue la institución musical de cabecera, por decirlo así, de la incipiente burguesía y declinante nobleza que se acopló, como un guante a la mano, al segundo Reich alemán fundado por Otto Bismarck después de la victoria sobre Francia en 1871. También tuvo el horripilante honor de ser la sede del Reichstag después del incendio de febrero de 1933, ya que fue durante este corto período donde se nombró a Hitler como Fürher de todos los alemanes sin ningún derecho a réplica. Así que, como se ve, en el momento de su posible restauración después de la guerra, no solo era la casa de la música berlinesa sino también la casa del nombramiento del Fürher de los mil años. Es de suponer que las autoridades soviéticas, pues el edificio de la ópera Kroll cayó bajo su jurisdicción al finalizar la contienda, optaron por el camino más corto, demolición definitiva de las ruinas en que la habían convertido los bombardeos aliados, y a otra cosa mariposa. 


Desplazarnos dando pedales al barrio Gesundbrunnen, en el distrito norte de la ciudad - a diez o doce kilómetros del centro o mitre, de donde se encuentra la opera Kroll - es una experiencia que hace de Berlín esa ciudad única e irrepetible. Sencillamente, a ese ritmo el ciclista capta con una precisión inigualable el ritmo y la textura de su crecimiento en los últimos años. El latido del presente de la ciudad. Con un pasado remoto y reciente, encadenados por lo siniestro y lo terrible, el ciclista experimenta ese presente de forma acogedora e incomprensiblemente habitable, como si no hubiera pasado nada, lo cual no era óbice para la distracción de la misión de los ciclistas que seguía siendo visitar las huellas de la batalla de Berlín, última de la Segunda Guerra Mundial en el continente europeo. Dicho con otras palabras, sin esa cicatrices de su pasado Berlin sería como Paris, para entendernos. Dos formas de pedalear o pasear que también ilustran nuestra manera de ser europeos. Me atrevería a decir que Berlin convierte, con más facilidad que Paris, en viajero consciente al turista despreocupado.


El caso fue que en ese barrio norte de Gesundbrunnen, que entonces era eso que se dice el campo que rodea las ciudades, los alemanes instalaron una de las tres torres antiaéreas (55 metros de altura) mediante las cuales pretendieron neutralizar a la fuerza aérea aliada que - sorpresivamente, y contra todo pronóstico del orgullo nazi, bombardeó la ciudad de Berlín en la segunda quincena de agosto de 1940. Nadie se lo esperaba. Y menos el Fürher y su corte de aduladores. Así que ordenó construir un conjunto de torres antiaéreas en las ciudades alemanas más importantes. De repente el Fürher se sintió vulnerable, lo cual para los mil años de Reich que había prometido a sus feligreses era inadmisible. En menos de seis meses crecieron estas construcciones, que el mejor calificativo que se les puede aplicar es que estaban hechas con toneladas de cemento y esfuerzo humano, a imagen y semejanza de la megalomanía del régimen nazi. Todavía hoy, las ruinas de una de estas construcciones en el distrito norte, motivo de nuestra visita, solo puede ser calificada para ser honestos de la misma manera. Y, ahora si, ahí seguirá, como las catedrales góticas, por los siglos de los siglos. Lo que tiene de ventaja estas sobre aquellas es que las góticas se construyeron en honor y Gloria de la eternidad del Dios Creador, mientras que las antiaéreas se construyeron para salvar la cara de una cabo furriel y su sueño de mil años. Como verán la comparación no tiene color.