miércoles, 4 de abril de 2012

SOBRE LA FEALDAD DE LAS IDEAS BONITAS

Vaya esta nota en honor de las bonitas ideas del atribulado padre del post anterior, traicionado por su adorada hija que prefiere ir a buscarse la vida a Alemania por invitación de la señora Merkel, ya que la que le ofrece la generación de su santo progenitor le importa una higa por ser inoperante al encontrarse encallada, debido a la falta de imaginación de quienes la han construido durante los últimos treinta y cinco años.

Lo vengo repitiendo desde la primera lectura que compartimos con aquellos legendarios pioneros: nos convocamos a debatir sobre la lectura de un libro a partir de lo que no sabemos. Es decir, nos convoca nuestra ignorancia. Lo que sabemos es infinitamente mas pequeño y menos interesante que lo que ignoramos, y cada vez que aprendemos algo nuestra ignorancia aumenta de forma exponencial. Nuestra naturaleza es así, finita, limitada y temerosa. Esa es su tragedia y, también su grandeza. No hay remedio. Conviene aceptarlo cuanto antes para que no nos acabe devorando. La lectura atenta y responsable es uno de los mejores medios para conseguirlo.

Me di cuenta de ello cuando hace ya años comprobé que eso de reunirse con los colegas para hablar de lo que cada uno sabe acababa siempre, en el mejor de los casos, en un intercambio de cromos o fotos fijas y, en el peor, como una pelea de gallos o en un choque de trenes. Mas tarde lo que formó parte del ámbito privado de mi juventud, se extendió como una epidemia a las tertulias públicas y adultas de todo tipo y con cualquier soporte, que hoy proliferan durante todo el año como si fueran setas en otoño.

Saber no es lo mismo que tener muchos conocimientos. Se puede dar el caso de un sabio erudito y un sabio analfabeto por poner los extremos. Y también existen eruditos que no son sabios. Si se tienen muchos conocimientos sobre sintaxis, semiología, semántica, historia, geografía, sociología, psicología, economía, filosofía, etc., lo normal es que el tipo en cuestión se gane la vida dando conferencias. Pero cuando se sabe poco, o se sabe de oidas, intercambiar lo poco que se sabe acaba siempre en “tu palabra contra la mia”. El mito de que uno tiene derecho a decir lo que quiere, cuando quiere, donde quiere y como quiere ya que para eso estamos en una democracia, ha colaborado lo suyo a la construcción de este gallinero ensordecedor en el hemos acabado sobreviviendo, y en el que ya nadie escucha a nadie. De ahí y de la mala educación dominante no nos libera ni la ayuda interesada de la señora Merkel y sus cuates.

Eso es lo que le quiere contar la hija de nuestro atolondrado conciudadano cuando le dice lo que le dice sobre la canciller alemana. Pero él, la cabeza bien metida y sujeta entre las manos, sigue pensando que sus ideas son muy bonitas y que no se merecen un final tan canalla. Y que la culpa, por tanto, es de los otros.