Dando por aceptada de forma generalizada, además de sus importantes aportaciones en la evolución de las transacciones ecónomicas, la voluntad civilizadora que ha tenido hasta ahora el dinero al no quedarse únicamente en su ámbito competencial y extenderse y formar parte incuestionable de la forma de ser de los otros tipos o formas transaccionales de las sociedades modernas, lo que cabría averiguar es si lo que está pasando ahora es propiamente una crisis económica o es más bien una crisis de mas largo aliento, en la que el dinero por efecto de esa colonización aludida es uno de sus más importante protagonistas. O, sin más, podemos decir que es el único.
Si ponemos la atención en una escala individual yo creo que lo entenderemos mejor. Y tiene que ver con la diferencia que media entre la concepción del dinero como un abrigo o como un seguro protector frente a las dos adversidades exteriores mas temidas, y su inevitable corolario: el hambre, la pobreza y la muerte, y esa otra en que el individuo se ha convertido ya en su desinteresado servidor, convecido de que solo su majestad es capaz de pone orden duradero en el ámbito social y político. Yo tengo la horrorosa sospecha de que esto no se mueve, ni se moverá en los próximos viente años como ya preciden los ayatolas económicos, ni cuando lo haga nada volverá a ser lo mismo, porque la mayoría de la peña esta metida de coz y hoz en la segunda cosmovisión: el dinero como un fin en sí mismo.
¿Cómo salir de este enajenamiento? Una inapropiada pregunta si va dirigida a quien se encuentra enajenado o cerca de estarlo. Por aquí no hay salida. No hay duda de que concebir el dinero como un fin en sí mismo enajena a quien, pudiera parecer, quisiera agradecer sus servicios de protección prestados, seguramente no a él sino a sus progenitores. Pero así, agradecido, ha perdido todo contacto con lo real y su enfermedad se ha hecho incurable. Otra cosa es ver si quien invente y formule las preguntas convenientes a partir de ahora, se puede abrir camino durante los próximos veinte años entre ese miedo ortopédico, esa fobia reinante que no quiere ver lo inevitable de aquello ante lo que huye.
El próximo destino será, ya que se ha roto de forma irreversible la linealidad paterno filial del enriquecimiento económico, asistir otra vez a la ceremonia de los que lo habiten entonces, y comprobar si en ella volverán a mirar ciegamente, o lo harán cara a cara, a aquellas dos amenazas permanentes y su corolario, y si la respuesta será de nuevo la huida o es que estarán dispuestos a aprender algo.