Depende donde uno ponga el ojo todo esta muy mal o nos quejamos de vicio. No hay una unanimidad en el diagnóstico de lo que ocurre ni en los caminos para encontrar la salida. Hay mucho run run antiguo de asalto inminente al Palacio de Invierno, y mucho de que todo va a seguir igual porque, con lo que manejamos, no puede ser de otra manera, y ademas así se quiere que sea. Los asaltantes entonan las palabras de siempre con la misma vehemencia, aunque no se si con la fuerza necesaria para hacer realidad el abordaje palaciego. Nombrar o enunciar no es suficiente cuando se trata de aguantar los embistes del enemigo. Dos bandos enfrentados desde siempre y, cansinamente, de la misma manera, donde uno acaba pasando y el otro tomando cañas en la cafeteria de enfrente del km 0. Nadie está dispuesto a morir en silencio. Los lampedusianos, menos crédulos con la actualidad y la novedad, apuestan a lo que de permanente continua adherido entre las grietas que se abren inmisericordes entre aquellas por el paso del tiempo y la lucha contra los que vienen detrás empujando, a la busca de sus cinco minutos de gloria.
En algo es imposible no estar de acuerdo con los lampedusianos, y es que su falta de entusiasmo y su enorme pereza los coloca en un limbo donde acaba por acontecer lo inimaginable. Descartado que eso pueda ser como consecuencia del enfrentamiento a cara de perro entre los asaltantes y los defensores del palacio, y descartado también que nadie vaya a dar su vida a cambio del advenimiento de un nuevo mundo, el combate ha de ser necesariamente de perfil y en campos de batalla mas sofisticados, o, sino, al menos no tan ruidosos. Un lampeduisano lo que no aguanta es la falta de planteamiento a que atenerse en el momento del choque decisivo.
Sin embargo, lo que hay que agradecer a los asaltantes es que la falta de sentido trágico en sus acciones no les lleve a la desesperación. El palacio de Invierno seguirá en pie pero ellos nunca se arrodillaran, en eso consiste su dignidad. Y lo manifiestan exhibiéndose como si todo fuera una fiesta. Y lo es, sin duda que lo es. Hace ya mucho tiempo que nadie piensa que pueda ser otra cosa.
Yo creo que la única salida razonable depende de que los asaltantes sacudan la pereza y la falta de entusiasmo de los lampedusianos y que estos hagan ver a aquellos que no siempre tirando en la misma dirección se consigue llegar a algún sitio de interés. El palacio de Invierno puede que, después de tanto empeño, esté deshabitado y no sea nada mas que un nostálgico museo, y sus inquilinos quizá haga mucho tiempo que se mudaron a otros lugares, no dejando nota de la nueva dirección.
Huelga decirlo, hoy, antes de la catástrofe final que se avecina, puede ser una gran dia para todos. El único honor que nos queda a los que ya, sin remedio, hemos sido derrotados.