jueves, 22 de marzo de 2012

PRECIO

Quise ver en el euro y medio de subida en el precio del billete de metro algo mas que una operación de aliño económico. Ni siquiera me inquietó el nuevo agujero que se abriría en mi ya deteriorado bolsillo. Tampoco invoqué a las autoridades municipales para estampanarles mi furia, como en estos casos manda el libreto del buen indignado. Sencillamente llegué a la conclusión de que me perseguían. Tal vez incluso que me pensaban matar.

Soy una adicto empedernido a lo medios de comunicación y en ninguno de ellos, en los días precedentes, había oído nada que pudiera hacer sospechar una inflación monetaria de tal envergadura. No pudiendo dudar de la fidelidad y honestidad de quienes informan, pues seria hacerlo del afán que me mantenía en pie cada día, conciliando así el sueño de forma esperanzada, sin más remedio me ví obligado a arremeter a ciegas contra lo no evidente.

La mayoría de los usuarios del metro abonaron sus billetes, sin manifestar protesta alguna. La resignación acabó por imponerse. La falta de lógica, que se empeñaba por si sola en explicar aquel trastorno, comenzó a ponerme nervioso. Intenté que fuera la taquillera la que me diera alguna respuesta convincente, pero fue inútil. Encima lo interpretó como el propósito, ciertamente intrépido, de que yo la quería cortejar. Hasta llegué a detectar por su parte, al otro lado de la cristalera, un atisbo inusual de ternura. Ella, que siempre recibía cada mañana a los usuarios con esa cara de sapo inconfundible. Sin proponérnoslo, los tímidos podíamos llegar a ser muy originales, me dije. Cuando comprobó que mi desasosiego iba en aumento, me respondió que el cartel anunciador de la subida de precios llevaba pegado a la ventanilla desde una semana antes que comenzaran a entrar en vigor. Además los medios de comunicación habian sido reiterativos sobre lo mismo. De repente me puse hecho un basilisco y empezé a insultarla y a aporrerar la cristalera que nos separaba. Ella me respondió que si no me calmaba tendría que avisar a los vigilantes de seguridad. Los que habían formado cola detrás mia, se pudieron de parte de la taquillera y comenzaron a hacer corro a mi alrededor.

Acorralado, me aparté contra la pared dispuesto a agredir a quien, incluso, solo quisiera amablamente pedirme si necesitaba ayuda. No estaba dispuesto a hacer concesiones en tales circunstancias, ya que podía resulta fatal para mi supervivencia. Cuando me quedé solo, abandoné despacio el lugar evitando en todo momento dar la espalda a la mujer de la taquilla, y vigilando con esmero a quien pudiera descender por las escaleras de la boca del metro. Ya en la superficie, respiré hondamente y traté de tranquilizarme. Luego detuve un taxi y le pedí al conductor que diera vueltas por la ciudad durante hora y media. También le supliqué que no me hablara mientras durara el recorrido.