miércoles, 14 de marzo de 2012

LOS HUECOS QUE DEJAMOS ATRÁS

Hubo un momento en que nuestra forma de pensar dejó de ser lo que se creía entonces como esclava o servicial y, buscando liberarse de semejante encadenamiento, se tornó en una forma de pensar peligrosa. Libremente peligrosa. Aupándose con determinación al carro de la exactitud y de la velocidad, abandonó como un apestado al que siempre le habia conducido por los vericuetos imprevisibles de la rigurosidad. Sobrevivir, entonces, requería inexcusablemente de esos talentos. Ahora tenemos que abandonarlo sino queremos estampanarnos de forma irreversible. El vertiginoso desarrollo científico técnico ha colaborado lo suyo en este fatal desenlace.

Tenemos que abandonar ese carro maldito pero no queremos. Seguimos embridados a nuestro dogma preferido: querer ser como dicta nuestra apariencia. El otro día Roman Polanski me lo volvió a recordar con su peli “Un dios salvaje”. Y Delbert Mann lo hará, mas o menos, pasado mañana con su pieza, “Mesas separadas”. Gente que piensa y actua peligrosamente. Gente de por aquí cerca. Gente que cuando mira afuera solo se ve así misma. Gente que hace lo que quiere y quiere, eso cree, también lo que quiere.

Aunque nos cueste admitirlo hemos perdido el mando de nuestros actos. Pensando que lo teníamos todo controlado bajo ese manto de sofisticación en el que todavía vivimos: un pelea escolar de un par de adolescentes reune a sus padres para hablar pacifícamente del asunto (un dios salvaje) o la llegada por sorpresa de una enigmática mujer al hotel donde se han instalado un puñado de huéspedes tejiendo dia a dia su esplendorosa rutina. De repente, todo salta por los aires.

Com decía antes, salir afuera y no encontrarse ante sí mas que a sí mismo, es la fuente de todo ese peligro del que vengo hablando. No existen perplejidades a las que atenerse, ni hay nadie a quien encomendarse para afrontarlas. Todo es exactamente explicable mediante las expresiones adecuadas a la experiencia de los protagonistas. Es esa la actitud con la que el espectador observa que han decidido reunirse los cuatros padres para hablar de la pelea de sus hijos. Y en un registro diferente y menos logrado, igualmente, algunos de los huespedes del hotel.

No hay perplejidades, porque no hay contradicciones ni antinomias que conjugar, ni necesidad de hacerlo en relación a algo que no sea ellos mismos y su forma de pensar (un dios salvaje). Convencidos como están de que ésa es ajena a las escisiones internas. Así comienzan y trenzan las conversaciones, sin que se preocupen de los huecos que dejan atrás a medida que van hablando. Y lo peor, quien habita ahí dentro.