Ahora que Paul Auster nos está anunciando que su vida ha entrado en la última y definitiva etapa, que él llama del invierno, he rescatado para discutir entre lectores disímiles un texto de mediados de los noventa, o por ahí, titulado “el cuento de navidad de Auggie Wren”, que mas tarde se convirtió en una memorable pelicula, Smoke, cuyo guión escribió también Auster y que dirigió su colega Wayne Wang. La intención es no tanto rendir culto al autor, para eso él y sus agentes se bastan y se sobran, sino hablar de lo que se dice dentro de lo escrito y filmado.
Y es que las palabras son de todo el mundo. Nosotros como lectores atentos y responsables tenemos la obligación de hacer con las palabras escritas (para eso leemos) lo que nadie quiere hacer con las que se hablan cada día y a la intemperie. Sea en un estanco (como es el caso del cuento y la peli mencionados), en un parque, en un club de alterne, en el trabajo, con los amigos, con la familia, etc. Sea en Brooklyn (como es, de nuevo, el caso que nos ocupa) o en Tombuctú. Que nadie nos las robe, lo que a la larga, si ocurre, es mucho peor que que te roben la cartera o la hipoteca, ni que las digan en vano, ya que la mala educación crónica que padecemos no para de echar a la calle a mucho blasfemo laico. Repito, que las palabras sean de todos y que se lean y escriban con sentido y significado.
Auggie Wren reconoce quien es el narrador Paul a través de una reseña de un libro suyo. Paul reconoce a Auggie Wren mediante la historia que le cuenta. Por tanto, el estanquero Auggie Wren y el escritor Paul se reconocen a través de las palabras con que construyen sus historias. Algo impensable antes de ese acto de lectura. Antes se conocían a través de las palabras que daban forma a la chachára cotidiana en el estanco. Únicamente empezaron a reconocerse cuando prestaron atención a la palabras que cada uno decía en sus relatos. Eso quiere decir que las palabras dejaron de tener ese aire de naturalidad y de ausencia de esfuerzo que les otorga la cháchara, y empezaron a ser un problema, es decir, empezaron a significar algo con sentido dentro de la historia que contaban. Así llegaron a formar parte irrefutable de sus vidas.
De otra manera, y para ayudar a entendernos, pasa lo mismo con los pulmones. Respiramos una y otra vez sin ninguna dificultad como si ellos no existiesen, hasta que un dia el médico nos dice que tenemos un cáncer. Entonces los pulmones se convierten en un grave problema, y adquieren todo su significado y sentido en el complejo entremado de nuestro organismo. La enfermedad, paradojicamente, nos hace sentir mas vivos que nunca. Aunque al final la parca nos lleve por delante.
Una vez mas, solo cuando aceptamos que no entendemos lo que nos pasa, empezamos a leer. Es decir, empezamos a escuchar y a reconocer al Otro. Nos llega, entonces, la tentación de saber. De saber en compañía. Como Auggie Wren y Paul.
Alguien, que no me acuerdo, dijo que quien se pregunta sobre el por qué de la lectura acaso, sin saberlo, haya encontrado la respuesta. Quedan, pues, convocadas todas esas preguntas que nos acompañan y conviven con y entre nosotros.