Antes de escribir esta nota me he dedicado a leer sobre la pelicula de Wang un numero incalculable de comentarios de todo tipo: desde lo que han escrito los espectadores hoplitas hasta lo de los críticos de alta graduación, que aspiran a sentarse al derecha de Dios padre, se encuentre éste donde se encuentre. Entre todos circula una rara corriente de unanimidad que se resume en que es una película excelente. Y todos recomiendan que la vea todo el mundo. Muchos coinciden en que no es cine, sino que es la vida misma. Y otros muchos reconocen que les ha cambiado su forma de ver las cosas.
A todos les une una sensación muy similar de bienestar por lo que han visto, lo cual me hace pensar en una identificación con lo que ha aparecido en la pantalla. Su mirada no se cuanta amplitud ha llegado a tener, pero si me doy cuenta, aunque ellos no lo hayan explicado así, de que a todos los comentaristas la película los ha asomado a las puertas de un territorio del que hasta entonces no tenían noticias de su existencia. Y también se han fijado que ese territorio no está alejado de donde viven ni en ningún lugar exótico. Esta ahí mismo en el estanco de la esquina (o en el bar, la tienda de verduras, la panadería,...) y lo que allí pasa tiene que ver con lo que les pasa a ellos cada día.
A mi parece que el descubrimiento es de un rango heroico. Heroicidad que consiste en que, después de conseguir cumplir con los preceptos básicos de la supervivencia, nos damos cuenta de que a nuestro alrededor hay algo mas que no tiene que ver con aquella. Y que ese algo mas nos concierne y nos interpela desde su invisibilidad. Valga, para saber de que estoy hablando, la explicación que dio Paul Bejamin a Auggie Wren y sus colegas del estanco sobre la manera de calcular cuanto pesa el humo que desprende un cigarro mientras se fuma. Dijo así: primero pesar el cigarrillo entero en un balanza, a continuación, y mientras se consume, ir echando las cenizas en el platillo de la balanza, acabado el acto de fumar echar la colilla también en la misma balanza que las cenizas, comprobar su peso, a continuación restar esta cantidad resultante a la del peso inicial del cigarrillo, el resultado es el peso del humo. De repente pensé, que el alma mismamente.
Sin embargo, tiene la película una estructura de comedia dramática de situación, por la que al final ha optado Wang, que no deja respirar ni crecer lo que tiene mas determinación de hacerlo dentro de ella, como es el descubrimiento que Paul Benjamin hace del talento narrativo de Auggie Wren. Las otras situaciones narrativas tienen igualmente su potencial desarrollo, pero tal y como nos las presenta Wang parecen depender de lo que pueda dar de si la relación entre Auggie y Paul.
Es cierto que el azar tiene un peso importante en la vida de las personas. Pero es la necesidad la que al final inclina la balanza. Y Auggie Wren la tiene, y muy fuerte y misteriosa, al hacer una foto diaria de la misma esquina del barrio donde vive. Y Paul Benjamín, escritor en crisis creativa desde la muerte de su mujer, necesita escribir un cuento de navidad, que intuye esta dentro esa necesidad que abraza a Auggie y su maquina de hacer fotos. Necesidades de una fuerza mas que suficiente para que ellas absorbieran todo el protagonismo que el azar quisiera deparar a la película, haciendo girar a las otras criaturas a su alrededor y a su servicio.