Domina un ambiente saturnal en las aulas que, junto a las tramas burocráticas en los despachos, han metido a la enseñanza en un callejón sin salida para unas cuantas generaciones. Ya se pueden poner como se pongan las distintas facciones del gremio, que en lo único que no dejaremos de ser los primeros será en mantener el correlato de semejante fracaso, y que no es otro que el honorable record de jóvenes alcohólicos que produce.
Tanto se quisieron alejar del modelo autoritario, cambiando las leyes en cada legislatura y creando procedimientos de diseño, que lo único que han conseguido es disimular, a base de mascarillas y retórica de quita y pon, la barbarie antigua en la que siguen chapoteando. Y tan contentos de haberse conocido. Tan ciegos de alegría estaban por la misión que el destino les había reservado, que los que tuvieron la obligación generacional de sacar a la enseñanza del marasmo autoritario, reformándola, nunca entendieron que debajo de todo brote de alegría existe un inmenso mar de tristeza porque el flujo de la vida tiende al olvido no a la justicia. Que no se puede intentar mejorar ningún aspecto de nuestra existencia sin tener en cuenta ese precepto esencial de la condición humana, porque también es bípeda e implume.
La permanencia de lo saturnal en las aulas entrena a los alumnos en el hábito de la arbitrariedad. La arquitectura de la cochambrosa burocracia en los despachos los hace perfectamente aptos para transmitir órdenes y proporcionalmente discapacitados para tomar decisiones. Para salir del ámbito de la enseñanza autoritaria y llegar a algún futuro habitable con sentido crítico y creativo, hacen falta muchas dosis de la constancia, el esfuerzo, la disciplina y la humildad que los del gremio nunca han conseguido implantar, sumergidos como se han pasado los últimos treinta años en vistosas y falsas polémicas, incluso conmovedoras, pero fatalmente reaccionarias.