viernes, 3 de septiembre de 2010

VISA POUR L'IMAGE 2


SER FELIZ Y NO SERLO ES CASI LO MISMO

De manera aletoria e imprevista suele irrumpir en el itinerario del festival una linea narrativa que se aleja de las tremendas cicatrices y horrores que van dejando de forma implacable los primeros compases de este nuevo siglo, y sobre los que se afanan un buen puñado de fotográfos buscando el lado más desgarrador y espectacular de la denuncia. Un siglo que se presumía iba a ser más tranquilo, ya que su predecesor había dejado al planeta exhausto y hecho unos zorros a cuenta de las carnicerías y los asesinatos que como nunca antes se habían hecho y, lo más importante y principal, que como nunca antes se habían narrado, tanto visualmente como de palabra. No me cabe duda de que el siglo XX ha sido el más sangriento, no solo en términos estadísticos, que también, sino porque el ojo de las diferentes cámaras han estado ahí para dar fe de los ríos de sangre vertida.

No si la lapidación de un hombre iraní, en una serie de tres fotos consecutivas, servirá para salvar de las piedras a la mujer, nacida también en la antigua Mesopotamia, Sakineh Mohamadi-Ashtiani, pero lo que si he visto es como se lleva cabo tal salvajada. La cámara nos trae el hecho, más o menos como sucedió, pero de las conciencias de los muchos espectadores que lo vieron me vine sin saber nada. No digo que tenga que ser de otra manera ni que pueda, lo que si tengo claro es que si la fotografía es una forma ineludible de certificar la experiencia, igualmente lo es de rechazarla de inmediato. No en el sentido de que pueda haber alguien, entre los destinatarios que busca la foto en cuestión, que admita en público tal barbaridad, sino que la rechace, vista como aparece con toda su crudeza, en el sentido de que se abre un proceso contrario y simultáneo de imposibilidad de adquirir cualquier tipo de empatía hacia el crimen y sus consecuencias. Me fijé con atención durante quince minutos en todos los rostros que por allí pasaron, ni un comentario al de al lado, ni una alteración significativa de la geografía del rostro. Pareciera que era lo ya visto. Nadie ni siquiera hizo un gesto de disimulo colándose en los lavabos. Mas de uno directamente se fueron a la cafetería y se pidieron una caña. Es una parte de lo que queda, ciento setenta años después de la ilusión y perplejidad del primer daguerrotipo.

De manera aletoria e imprevista, decía, la cámara se fija en las grandes urbes como Nueva York, Moscú y Tokyo, y se hace un hueco en el laberinto fotográfico del festival rossellones con algunas instantaneas fechadas en los años cincuenta. De repente, quedo subyugado por la disposición de interiores domésticos y al aire libre donde personas y cosas concurren, como si fuesen de barrios contiguos, en las diferentes escenas sobre aquellas enormes ciudades imperiales. Y lo más interesante, a diferencia del tríptico de la lapidación anterior, no veo al fotográfo por ningún lado. Pudiera parecer nostalgia por un pasado que ya no existe y que yo tampoco viví, ante la falta de esperanza de un presente que no deja de producir sufrimiento a mansalva. Que quiere que le diga, darse un paseo por el festival de fotoperiodismo de Perpiñan es una buena manera de vacunarse para siempre contra la desesperación, volcándose cada vez más en el hábito de la desesperanza. Después de ver, un año más, el mismo y diferente, y siempre de calidad excelente, balance fotográfico del mundo mundial, de nuevo vuelvo a levantar acta de que lo nuestro como especie es seguir estrellándonos, hasta que nos congelemos. Aunque la figura de un tipo leyendo un libro sobre la via de un tren en medio de la nada o el montaje fotográfico de ese gigante californiano de 120 metros de altura y que puede vivir mas de 200 años, la secuoya, me hace pensar que, al fin y al cabo, entre no ser feliz y serlo no hay grandes diferencias. El mundo está tan bien trenzado para seguir produciendo arbitrariedad e injusticia, que no vale la pena darle más vueltas. Él ya se las apaña solito.