La peli “la trampa de la muerte”, de Sidney Lumet, nos permite visualizar eso de ir “más allá de nuestra vida profesional, familiar y social”, que es una manera de sentir el espacio y el tiempo desde la quietud física o la reflexión (o acción creadora mental, como dice Hannah Arendt). Como nuestro activismo vital la quietud física y la reflexión sobre lo que nos pasa cuando estamos activos, y que hacemos con lo que nos pasa al estar inmersos en ese activismo, también forma parte ineludible de nuestro carácter y se merece que le prestemos nuestra máxima atención de vez en cuando.
Para lo cual usemos nuestra imaginación y no nos quedemos sentados en la butaca desde donde hemos visto “La trampa de la muerte” (vale lo mismo para la lectura de un cuento o una novela), sino que vayamos hacia la pantalla y entremos dentro de su ámbito narrativo. Una vez ahí dentro:
1 Escuchemos y veamos lo que dicen y hacen los personajes, que allí se encuentran.
2 Comprobemos que tiene que ver lo que dicen y hacen con nosotros: los espectadores, críticos incluidos (con la lectura de un cuento o una novela valdría lo mismo)
3 Veremos que están todo el rato hablando de los espectadores, porque buscar el éxito - hasta matar por ello - es buscar sus fervientes y urgentes aplausos, y su aquiescencia en las críticas.
¿Somos cómplices de esos asesinatos? Según la mecánica de Newton no, según la mecánica cuántica totalmente. Sea como fuere, es discutible, el caso es que con nuestra decisión de ir “más de allá de…” hemos entrado por derecho propio de nuestra imaginación en “la cocina de la acción creadora”. ¿Tenemos cabida ahí dentro? ¿Cómo lo sabemos? Si fuera que sí, ¿qué hacemos con eso que hemos averiguado? ¿Que sentimos con esa decisión que hemos tomado? Vayamos por partes.
Una que vez que como espectador, haciendo uso de mi imaginación, me he levantado de la butaca y me he adentrado en la pantalla lo primero que me encuentro es a un tipo, que dice que es escritor, en un estado de histeria superlativo porque de nuevo el público y los críticos le han dado calabazas con su nueva obra de teatro que acaba de representarse en la ciudad. Y van cuatro. Su mujer, a su lado, aguanta como puede el chaparrón que de repente ha entrado por la puerta de su casa. Inmediatamente el que dice que es escritor imagina la respuesta a su fracaso pensando en el crimen como una de las Bellas Artes, esa obra de Thomas de Quincey que seguro se la sabe de memoria. Y sin más demora se lo dice a su mujer buscando su complicidad en el asesinato. La pregunta que me hice fue inmediata: ¿que hago yo aquí entre estos dos pringaos, sigo en esta casa o me vuelvo a la mía? Y es que ha recibido un manuscrito de un alumno suyo del seminario que impartió el año anterior. Esa será la víctima y su obra debidamente manoseada será la que le dará el éxito anhelado, al que dice que es escritor pero no puede obtener los aplausos del público con lo que escribe. Dicho y manos a la obra, con la oposición de la mujer que no ve conveniente matar al ex alumno porque salpicaría de sangre los muebles. A cambio le presenta a una afamada vidente, que se ha traslado a vivir cerca de donde viven ellos. Es su vecina. Cuando conocí a la vidente decidí quedarme en el campo narrativo que me estaba ofreciendo la pantalla, pues vi en ella a mi cómplice o, si se quiere, mi alter ego, en esta aventura de comprender la película “La trampa de la muerte”. De entender cualquier película o cualquier cuento o novela o, por extensión, cualquier obra hecha desde la libertad individual y con la imaginación heredada del mundo.
Un lector o un espectador no son otra cosa que videntes, al imaginar las expectativas que la novela o la película en cuestión le va levantando en el horizonte. Es lo que experimenta la vidente, primera protagonista y narradora de la película, al colarse de rondón en casa del que dice que es escritor y su mujer, mas el añadido del que dice ser el alumno más aventajado de aquel. Al final, lo que hace la vidente es poner por escrito toda esa experiencia acumulada, asesinatos incluidos, y llevar el resultado de ese trabajo al escenario donde tiene un rotundo y clamoroso éxito. De lo que yo me siento agradecido, pues es entonces, solo entonces, cuando comprendo, es decir, cuando lo que he estado viendo y oyendo me atraviesa el corazón y la mente con toda su intensidad, después de superar los momentos en que gran parte de lo que veía y oía me resbalaba, y estar tentado de volverme a mi casa.