lunes, 30 de octubre de 2023

CRÓNICAS DEL PONIENTE CASTELLANO 3

SAN CEBRIÁN DE MAZOTE



Puede que toda nuestra mala hostia como país venga quizá de esta época conocida como la de las interminables peleas entre moros y cristianos, historiográficamente denominada como la Reconquista. Esta zona del poniente castellano a la que me estoy refiriendo es pródiga en testimonios - yo diría que casi invisibles o insignificantes, si el viajero no tiene imaginación que llevarse al magín - de esta rivalidad a la que ya se puede calificar de eterna. Uno de ellos es este pequeño pueblo de San Cebrián de Mazote. Su origen se debe a una comunidad religiosa creada por cristianos mozarabes que escapaban de Al-Andalús a finales del siglo IX, aprovechando el impulso dado a la reconquista por Alfonso III. Se tienen noticias de que la comunidad ya estaba completamente formada, en el año 915 alrededor de un monasterio mozárabe del que se conserva su iglesia, San Cipriano, una de las más importantes que aún existen del siglo X en España.


Hoy cuesta creer que en otro tiempo ya lejano estas tierras fueran lugar de frontera, kilometros arriba o abajo. Y cuesta creerlo por la desolación demográfica que el visitante observa, por decirlo así, en el camino, aunque también esa desolación es conocida, en acertada y más benévola denominación de Sergio del Molino, como la España vaciada. Quirúrgicamente vaciada, como diríana los estrategas de las guerras de destrucción masiva.

Efectivamente, el trayecto desde Urueña (biblioteca general de este viaje, no he dicho intencionadamente cuartel, en honor a su nombre cultural como “Villa de los libros”) a San Cebrián de Mazotes, el visitante percibe el vacío existencial humano que queda después de las batallas. De muchas y continuadas batallas que han hecho imposible seguir combatiendo por falta de energía para ello, al fin y al cabo es a eso es lo que llamamos paz. Dejando un hondo e insuperable rencor después de su acabamiento, que hace imposible la continuidad de la vida humana ni en paz ni en guerra sobre estas tierras. Como si fuera un colorido desierto.


La iglesia de San Cipriano (ver foto adjunta) es una iglesia mozárabe de gran tamaño. Está formada por una zona basilical de tres naves separadas por arquerías de herradura, sobre columnas y capiteles, una nave de crucero dividida en tres zonas, que sobresale ligeramente de las laterales y una cabecera tripartita, con ábsides planos al exterior, siendo el central de planta interior en forma de herradura. A todo lo anterior se añade la particularidad de que dispone de un ábside contrapuesto, también interiormente en forma de herradura, en el costado occidental de la nave central. Mientras las naves se cubren con techumbre plana de madera, el resto de los espacios está cubierto con bóvedas de arista y en otros con bóvedas gallonadas, de clara ascendencia cordobesa. En cuanto a su decoración esculpida, el conjunto de capiteles que soportan los arcos de separación entre las naves, tallados a trépano, permite observar el desarrollo de un tipo de decoración nuevo y que llega a producir ejemplares de gran calidad.

El otro edificio destacable, el convento de Santa María de las Dueñas o Santa María la Real, fue fundado en 1307 y administrado por monjas dominicas hasta el año 1837, en el que el inmueble pasa a propiedad particular. En este convento ingresó durante un tiempo por orden de Felipe II Bárbara Blomberg que era la madre de su hermanastro Don Juan de Austria. En este episodio más que hablar de cómo se las gastaban los jerarcas de la monarquía hispánica - al margen de su leyenda negra, eran igual a cualquiera de los jerarcas de las otras monarquías europeas de la época - es interesante destacar el protagonismo de estos personajes que nacen y viven fuera de su tiempo. Bárbara de Braganza era una señora no diré de armas tomar, sino, para entendernos, de un meetoo anticipado al siglo XVI. Amante del emperador Carlos V, con el que tuvo un hijo, llamado, como he dicho más arriba, Juan de Austria. Cabe imaginar que sin la influencia de su madre ante su padre, este joven ganador de la batalla de Lepanto mas otras memorables industrias y andanzas que constan en su currículum, no hubiera pasado de ser un hijo bastado desconocido, uno mas, de su majestad imperial. Por lo demás, Barbara Blomberg abandonó el convento de las monjas dominicas donde se aburría soberanamente, como no, y se refugió en el norte de España, en Ambrosero, Cantabria, hasta el final de sus días.