jueves, 19 de octubre de 2023

CRÓNICAS DEL RÍO SPREE Y 13

 BERLIN: A TIRO DE UN PUÑADO DE PEDALES



Con el aroma de la presencia de Voigt todavía en el ánimo de un servidor, mientras buscaba la salida de Köpenick me topé con un cartel de "la ruta ciclista del rio Spree" que indicaba que el centro de Berlin estaba a 17 km. Un poco menos de lo que había calculado. Todo lo cual me introdujo de lleno en la particularidad de esta etapa final.  Como ya he dicho anteriormente es esta una experiencia dentro de la mas general de andar dando pedales durante veinte o treinta días. La viví por primera vez justamente desde el lado norte de Berlin. En aquella ocasión fueron los últimos 25 km, y la ciudad desde donde inicié el recorrido es Postdam, capital del estado federado alemán de Brandeburgo. Me viene a la cabeza que fue en esta etapa donde pensé, al hilo de una conversación al final del día mientras cenábamamos, que los mismos kilometros hechos en bici, dije, no tienen nada que ver con los recorridos en coche o tren, y menos aun con los recorridos según la escala del viaje en avión. Una obviedad no tan obvia, dependiendo de quien escuche la expresion. Creo que no lo he vuelto a mencionar ni a escribir en ningún lado. Siempre me viene a la cabeza esta idea cuando, en las conversaciones con los amigos, surgen los grandes desplazamientos que la mayoría efectúa en sus vacaciones. Comparados con ellos, los 400 kilometros que nosotros hemos hecho en 16 días, dando pedales siguiendo el cauce del rio Spree, en términos dataístas, por decirlo así, nuestra experiencia cicloturista es algo sobradamente insignificante antes esos trotamundos del kilometraje y el dato. Queda recordado y dicho.

Es la etapa más corta del recorrido. Suelo llegar a ese día cansado mentalmente después de tantos días de pedaleo, pero más en forma física que cuando empecé la ruta. Esa combinación de cansancio mental por un lado y buena forma física por otro, hace que experimente dentro de mi ante esta última etapa un extraña mezcla de acabamiento y renacer simultaneo. Eso se encarna en una forma de pedalear pausada, parándome muchas veces ante cualquiera de los reclamos: jardines, tipos andando o hablando, escaparates, actitudes solitarias o en grupo, etc., de que esta compuesta la trama urbana en la que me encuentro, como queriendo no llegar nunca a la meta, en este caso el centro de Berlín. Destaco sobre todo, la obligación de tener que pararme en los semáforos, algo que casi se me había olvidado que existía, acostumbrado como estaba durante los últimos días a pararme cuando he querido. Me regodeo con el hecho de que Kopenick no es un pueblo cercano a la capital, sino su barrio mas grande y populoso. Los autobuses con sus letreros que informan de su destino así me lo recuerdan. Ya estoy más cerca, me digo, al entrar en un parque y ver unas cuantas familias montando en bici. Es sábado y se nota la afluencia de vecinos disfrutando del hermoso día que hace. Son sentimientos familiares, que tienen que ver con mi condición de urbanista capitalino, después de tantos días pedaleando dentro de los bosques que forman esta reserva mundial de la biosfera atravesada por el río Spree y sus derivadas, formadas por los más de 1000 kilómetros de canales que atraviesan en todas las direcciones imaginables está gran masa forestal de lado oriental alemán, cerca del cauce del río Oder y de la frontera polaca. Al pararme en un semáforo, me viene a la memoria el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial que ocupó estos lugares hace casi ochenta años. Es un clásico de mi pensamiento asociativo.


Misión y fin de estás reservas naturales es preservar y dar continuidad a la vida biológica. Misión de los ciclistas después de dar pedales dentro de sus inmensos bosques es preservar y dar continuidad a la vida espiritual, cada vez más difícil, en las grandes ciudades. Noto que me estoy poniendo existencial. Me reconforta que esto me ocurra mientras me acerco al centro de la capital alemana, ahora envuelto por los ruidos y ademanes de una gran ciudad moderna, que aunque es una de las más ciclables de Europa, no deja de tener sus enconadas esquinas y amontonamientos imprevistos propios de su tiempo.


Quedan 5 km me indica un cartel de la ruta ciclista del río Spree. Miro el cielo y se cierne sobre nosotros una inminente tormenta. Efectivamente, cuando el nuevo cartel anuncia 2 km para el centro, el cielo se abre y descarga sobre la ciudad todo lo que lleva dentro. Ver foto adjunta. A nosotros nos pilla en el barrio de Kreuze, bajo las vías del tren suburbano, al lado de un kiosko de salchichas. El enorme chaparrón es de esos del otoño adelantado que tiene lugar en estas latitudes. No es el primero ni será el último. Bajo las vías del suburbanos encontramos a tiempo un refugio adecuado. Llegan otros ciclista urbanos que buscan su hueco. Nos achicamos. Para pasar el tiempo, me pido una cerveza y unas chips. El camarero oriental no sirve solícito y con una sonrisa en la cara. A pesar de la tormenta, tengo la sensación de que estamos a salvo. Otro de los indicadores de que mi alma de urbanista sigue haciendo su trabajo. En los bosques del río Spree, ¿estaba en peligro? Desde la percepción de ese alma que llevo dentro sin duda. Después del chaparrón, iniciamos la ruta, unos minutos después diviso a lo lejos el esplendor de  la puerta de Brandeburgo. Por mi parte he llegado al centro de Berlín,  me bajo de la bici y la vuelvo a contemplar con emoción primeriza. Aunque las autoridades berlinesas sitúen más abajo el mitre centro, en el entorno del Palacio Imperial y la Catedral, por otro parte como debe ser.