KÖPENICK
Una de las ventajas que tiene hoy el ser cicloturista es que todavía uno puede entrar y salir de las ciudades grandes y medianas por sus propios pedales. Si son ciudades del centro y norte europeo mejor. Como hicieron hasta hace casi nada los carros, las carretas, los peregrinos, los fugitivos, los predicadores del más allá y del más acá, los vendedores de humos y de todo lo demás, en fin, los ejércitos invasores y los defensores. Me explico. Todo el mundo sabe que hoy se entra en las grandes ciudades y medianas de tres maneras, y ya esta: en coche privado o publico, en tren y en avión. Todas las infraestructuras para acceder a la gran ciudad o mediana a la manera antigua han desaparecido. Lo cual significa que si la ciudad en cuestión no esta dentro de la red de itinerarios cicloturistas, ya puedes subir la bici a un tren o deshacerte de ella. lo de subirla a un autobús o en avión complica el viaje hasta cotas surrealistas.
Entrar dando pedales en las grandes capitales como Viena, Munich, Budapest, Amsterdam, Bruselas, Hamburgo, Rótterdam, o en las ciudades medias ribereñas de los grandes rios europeos, Danubio, Rihn, Elba, Oder, Mosela, es una experiencia, como decirlo, moderna sobre el espacio pero medieval tendiendo a intemporal en el tiempo. Lo que quiero decir, con este juego de palabras aparente, es que dando pedales con las piernas, como debe ser, transitas por el espacio que ha construido el capitalismo tardío, también llamado postmodernidad, globalización o la inacabable e inacabada post segunda guerra mundial, como me gusta llamar a la época en que vivimos. La experiencia medieval tendiendo a intemporal sobre el tiempo quiere decir que al dar pedales como manera de desplazarte te equiparas con las modos medievales de transporte: carro,carrtea, caminando, a caballo. Lo cual, aquí esta lo interesante, te permite tener una relación transversal o intemporal con el tiempo, en el sentido, por decirlo rápido, que dando pedales puedes experimentar todos los tiempos al mismo tiempo que te desplazas por el espacio del presente. El caso fue que desde Köpenick, principio de la ultima etapa de nuestro itinerario sobre el rio Spree, teníamos por delante poco mas de una veintena de kilómetros hasta el centro, mitre, de la ciudad de Berlin. Volveré sobre esta ultima etapa.
Köpenick forma parte del distrito sur de Berlin, el mas extenso y numeroso en la actualidad, aunque no siempre fue así. Hasta los años veinte del siglo pasado Köpenick era un pueblo cercano al centro berlinés. Uno mas entre otros pueblos. Algo, para entendernos, perfectamente reconocible en la historia de las grandes ciudades españolas, Madrid y Barcelona sobre todo. Como primero fueron las demoliciones de las murallas medievales de muchas ciudades europeas en el siglo XIX, el expansionismo urbanístico posterior a la primera guerra mundial también alcanzó, y convirtió en un hecho irreversible, a la anexión de los pueblos limítrofes de las grandes urbes que se vieron afectados por esa fiebre que traía encima la ultima encíclica de la religión del progreso. Este apropiamiento urbanístico forma parte del mismo campo semántico, a nivel municipal, que el de la fiebre rapiñadora que pillaron los grandes imperios continentales en los siglos anteriores. Los dos elementos que otorgan significación al barrio de Köpenick son el castillo y la Köpenickiade.
El castillo de Köpenick fue construido originalmente en 1558 como un pabellón de caza, por orden del elector Joaquin II de Brandeburgo. El edificio de estilo renacentista estaba ubicado en la isla en medio del rio Spree, en el lugar de una antigua fortaleza medieval. Actualmente, el castillo esta rodeado por un pequeño parque que sirve como un museo de arte decorativo.
La Köpenickiade es el nombre dado al episodio mas rocambolesco vivido en el pueblo, cuando todavía no formaba parte del entramado urbano de Berlin. En 1906, el ayuntamiento fue escenario de un asalto, donde un supuesto capitán (el Hauptman von Kópenick), con ayuda de una tropa de soldados, se apoderó de los fondos de la ciudad, que en ese momento casi alcanzaban una cifra de 4000 marcos, equivalentes a unos 20000 euros actuales. Los testigos que luego declararon vieron a Wilheim Voigt, el supuesto capitan, bebiendo por ultima vez en un bar, tras lo cual desapareció de Köpenick sin dejar rastro. A través de la obra de teatro del mismo nombre, Karl Zuckmayer, autor de la obra, hizo que el capitán Köpenick se convirtiera en una figura literaria muy popular entre los alemanes. Hoy, como prueba de ese fervor popular, una estatua del capitán Köpenick (ver foto adjunta) hace guardia en la entrada del ayuntamiento, no tanto para vigilar que no entren sospechosos de querer asaltar el edificio de la institución como para dar la bienvenida a cualquiera que quiera entrar a hacer alguna gestión o que simplemente pase por allí. Se sabe que Voigt está enterrado en Luxemburgo, donde acabó los días de su procelosa vida. Sin embargo, su espíritu pulula tan campante por las calles de Köpenick, sin abandonar ni un instante su nuevo cuerpo de bronce a las puertas del ayuntamiento. Es emocionante estar en el lugar de los hechos donde nacen los héroes populares, esos que no pueden apropiarse los profesionales del poder en beneficio propio.